Opinión

La locura en el 2015

Pareciera que la locura es una constante. La frecuencia de las enfermedades mentales no varía demasiado de año en año, como tampoco cambian sus porcentajes relativos por geografía, cultura o niveles socioeconómicos. Y es que la patología es un criterio de desviación con respecto a un patrón de normalidad determinado culturalmente. Es imposible diagnosticar o diferenciar a un loco si quien lo hace participa de la locura.

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Por ello, son pocos los que caen en cuenta de la creciente demencia colectiva que empapa los aires contemporáneos, lejos de la edad de la razón que acompañó a la modernidad. Recientemente leí el reportaje de CNN sobre el viaje de Juergen Todenhoefer a través del territorio de ISIS y su estadía en las principales ciudades del Califato, Raqqa y Deir Ezzor en Siria y Mosul en Iraq. Encontró numerosos combatientes de New Jersey o Hamburgo, jóvenes sencillos, aparentemente normales y corrientes, que creían haber llegado a la tierra prometida, conversos occidentales en estado de posesión, con un brillo en los ojos que delataba una fascinación religiosa irreducible al razonamiento lógico. Uno de los episodios más alarmantes de la entrevista fue cuando Todenhoefer le preguntó al combatiente alemán que habló en nombre de ISIS si las decapitaciones y la esclavitud eran señales del progreso de la humanidad y el alemán contestó con total convicción moral que sí. ISIS está seguro de que la conquista de Europa es sólo cuestión de tiempo.

La locura normalizada por la ideología o el poder es la pauta del 2015. Enfrentamos una epidemia de desvarío colectivo. Las crucifixiones y decapitaciones de ISIS no son más que algunas de las muestras más llamativas. Pero igualmente alarmante es la infección de paranoia que se ha apropiado del sistema financiero norteamericano y que ha contaminado al resto del mundo. Los mecanismos de Compliance bancarios son una versión contemporánea de los procesos inquisitoriales y la cacería de brujas de la Edad Media. La locura se expande a pasos agigantados. Basta ver la psicopatía que domina la altas cúpulas de las grandes corporaciones o los gobiernos de muchos países, la histeria que marca el éxito de las celebridades o el narcisismo valorado por la industria mediática. Vemos países enteros, como Venezuela, tomados por la locura heroica y la estupidez que se expresan, paradójicamente, en un discurso de grandiosidad contrapuesto al asombroso colapso de la nación. La pauta es clara y peligrosa. Las grandes organizaciones políticas y colectivas apelan, para su éxito, a la conducta de masas, buscan enganchar los núcleos de locura que todos llevamos dentro.

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