Opinión

Oscar Schemel y el estreno de Selma

¿Quiénes han sido los ideólogos del chavismo? Por “ideólogo” (quizás de manera inexacta) me refiero a tipos que pueden dar una entrevista de dos páginas en un periódico y más o menos llenarlas de argumentos, no de balbuceos. Se me vienen a la mente nombres (algunos ya en la disidencia) como Nicmer Evans, Haiman El Troudi, William Castillo, mal que bien el lunático Giordani y jugadores importados como Juan Carlos Monedero, Heinz Dieterich y el tristemente célebre Norberto Ceresole.

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Lo más curioso es lo que ocurre ahora en este país: el presidente Maduro identifica un gerente de una encuestadora, Luis Vicente León, como un líder de oposición. Y me atrevo a afirmar que el único ideólogo del chavismo en este momento es otro gerente de encuestadora, Oscar Schemel.

Schemel es el tipo que dice cosas que te sacan la piedra, lo que suele ser indicio de que no está equivocado en todo. Por supuesto, esta especie de Salman Rushdie criollo habla muchísimas pistoladas, por ejemplo la tesis de que está en marcha una “guerra psico-social” impulsada por agentes extranjeros de inteligencia y apoyada por los “medios de comunicación” (¿cuántos quedan, Oscar?). Otras veces, es certero en la diana y se hace incómodo de escuchar. Como cuando dice que el chavismo ha sido sobre todo una fuerza simbólica y cultural, no la simple agencia clientelar de lambucios que muchos ven. O que la oposición carece de liderazgo. Y de mensaje.

Es así, básicamente, y tampoco es cuestión de culpar a nadie. Uno no hace una cola en los chinos de la esquina y adquiere un líder. Yo me quedé esperando que Leopoldo López, aferrado a la minúscula e improbable posibilidad de hablarle al mundo a través de un telefonito de tarjeta en Ramo Verde, diera la entrevista de su vida a Fernando del Rincón, pero la verdad no recuerdo una frase memorable. Teóricamente, Capriles Radonski es el líder al que deberíamos seguir, pero eso no está definido formalmente en ningún lado. Por más que la diversidad sea en esencia una palabra buena, la oposición sigue careciendo de mando político unificado, líneas de acción y organización. Casi se puede escribir que el CNE pondrá la fecha de las elecciones que le pidió Maduro y agarrará a la oposición fuera de base, incluso con candidatos electos en primarias. Tampoco hay planes todavía para un posible referéndum revocatorio. Cierto, no hay ventanas comunicacionales para hablarle al país. ¿Nos quedamos esperando a que los eurodiputados digan “cónchale, pobrecitos”?

Esta semana se estrena Selma en la cartelera venezolana. Fue la película que sirvió para el “momento Oprah” en el Oscar (ganó el premio de mejor canción). Cuenta la historia de una marcha histórica de 80 kilómetros que encabezó Martin Luther King (David Oyelowo) en 1965. Como suele ocurrir en estos casos, el buenazo de Brad Pitt, un blanco que sí es gente, está metido por ahí como productor.

Como pieza artística, Selma es discreta. A diferencia de Malcolm X, Luther King es demasiado lineal, coherente y pacifista para ser cinematográficamente cautivante. Nos enteraremos de que tuvo una esposa ladillada y que los aparatos estatales de inteligencia (¿viste, Schemel?) interfirieron para dinamitar todavía más la relación, lo que consta en documentos desclasificados, pero igual ella siguió siendo leal. Lyndon Johnson (Tom Wilkinson), sanducheado entre Kennedy y Nixon, es uno de esos presidentes grises de los que nadie se acuerda. Giovanni Ribisi, el doble de Eli Bravo, es su Pepe Grillo en la Casa Blanca, aunque creo que ni una vez en la película dicen el nombre de su personaje, algo así como el ministro de la Secretaría. Ni siquiera un actorazo como Tim Roth convierte al gobernador de Alabama en un racista de antología.

Vamos a estar claros, la película es la marcha.

Y sin embargo, Selma tiene cosas que decirles en este momento a los venezolanos acerca de los derechos civiles, del liderazgo responsable y de la resistencia pacífica. Que, como dicen en uno de los diálogos, no es asunto de ser buen cristiano o un gafo útil, sino quizás la única estrategia viable (al menos yo lo creo) ante un adversario que monopoliza el aparato militar y judicial. Selma habla de una superpotencia que en pleno siglo XX sistemáticamente desalentaba a los ciudadanos negros a inscribirse como votantes. Por supuesto, habrá diálogos que nos parecerán demasiado cercanos: eso de “prefiero que la gente esté brava conmigo que herida o muerta” se puede poner en labios de Capriles.

Que nadie olvide que, frente a nuestras narices, se produce una abyección constitucional que nunca ha sido suficientemente documentada o denunciada: el alcalde Jorge Rodríguez ha suprimido la posibilidad de que en su trozo de Caracas arranque toda marcha no caminada por chavistas, bajo la suposición de que, a priori, todos los ciudadanos restantes somos generacional e incurablemente violentos. El puente Pettus de la película es nuestra plaza Brión.

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