Muchas cosas pueden pasar y eso es lo que más angustia. Por supuesto, hablamos de política, de economía y de la calle, tres ingredientes muy cargados y que vienen de la mano. Una cosa piensa y percibe quien gobierna, otra quien se le opone desde posiciones de liderazgo , y otra muy distinta vive y padece el ciudadano de a pie, en medio de sus batallas por sobrevivir a esta terrible coyuntura. Mantener el poder es para unos lo vital. Para otros desplazarlos, y para las grandes mayorías sostenerse en la esperanza de que los tiempos malos quedarán atrás. Cada actor en lo suyo.
Pero lo cierto es que el cambio de gobierno es para las grandes mayorías de este tiempo un requisito indispensable para salir de la crisis. Que un nuevo gobierno lo haga bien o mal es harina de otro costal. ¿En realidad estamos a las puertas de un cambio de gobierno en Venezuela? ¿ Es realmente cierto que el país está a punto de estallar y que ya nadie aguanta más? Son preguntas difíciles de responder.
Hay un hecho innegable. Ya estamos transitando el camino hacia noviembre. El gobierno ha venido logrando su objetivo de permanecer al mando, aunque para ello haya debido recurrir a decisiones y acciones que lo colocan al borde de la inconstitucionalidad, junto a los poderes que le han dado sustento a ese comportamiento. A un altísimo costo político y social, eso que algunos llaman «el régimen» ha venido sorteando obstáculos e imponiendo su ritmo de juego. Es una minoría con la sartén por el mango. Al menos por ahora.
La derrota del 6 de diciembre fue un golpe severo y el mejor argumento para huirle al referendo y a cualquier otra consulta popular, como el boxeador que evita un trancazo de Tyson, Foreman o Mano e Piedra Durán, cuando estas figuras mandaban en los ensogados. A partir de allí, la anulación de los diputados amazonenses, las decisiones del Tribunal Supremo de Justicia para atar de manos a la Asamblea Nacional, las trompadas a Julio Borges, el aumento del número de presos políticos y toda la trama para pararle el trote al referendo, incluida la obligatoriedad de recoger 20 por ciento de voluntades en cada estado, le han permitido al chavismo gobernante correr la arruga y colocar al liderazgo opositor ante un cuadro sumamente complejo.
Es cierto que la movilización del 1 de septiembre puso en evidencia lo que la calle reclama y legitimó a la conducción de la Mesa de Unidad Democrática como el núcleo dirigente del descontento. Pero ese crédito político, como el amor o el voto, puede malbaratarse si se dan los pasos equivocados. Salvo que en los días previstos para la manifestación de voluntades pro referendo se produzca un anticipo de revocatorio de hecho por las dimensiones de las colas para apoyar esa iniciativa, no luce factible que este año tenga lugar esa consulta. Agreguemos a eso el hecho de que mientras este escribidor hace honor a su oficio seguramente alguien pueda estar «puliendo» la sentencia que le dé la estocada definitiva a ese derecho previsto en el artículo 72 de la Carta Magna.
De plantearse ese escenario, muy probable luego del anuncio de elecciones regionales para fines del primer semestre de 2017, le tocará a la Mesa de la Unidad Democrática salir con la papa caliente, ¿o baño de agua fría? de que no habrá referendo en 2016. Y cuidado si tampoco en el 2017. ¿Está preparada la dirigencia opositora para esa muy probable realidad? ¿Lo han discutido colectivamente? ¿Tienen plan B? ¿Están realmente tan unidos como para sobrellevar el peso de la frustración que implique el fracaso del referendo como opción? ¿Se distraerán en el pase de cuentas interno o serán capaces de mantener la conducción de esa mayoría que está harta y que ha moderado sus ímpetus por la perspectiva de un cambio pacífico y constitucional? ¿Podrán controlar a quienes ya andan planificando trancas de autopistas o se sumarán a ellos?
Tal vez la realidad se encarga de destruir esta perorata que lleva mi firma,y se cumplen las metas trazadas por la MUD. Pero, ¿y si no resulta así? ¿Existe si quiera una idea de las agendas que pueden activarse de lado y lado?