Opinión

¿Votar o botar?

Esta descarga podría ser algo habitual. Reproducida. Múltiple. Casi un lugar común personalizado de cualquier jóven venezolano veinteañero. Pero todo vale y Diego Vega se lanza a las fauces de la sinceridad para retratar el propio desprecio que fechas como hoy - y sobre todo la de hoy - revuelven sentimientos y pensamientos. 

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La democracia es imperfecta. Crecí con esa percepción en la cabeza.
La Iglesia Católica es imperfecta. Los padres son imperfectos, las novias, los novios, los jugadores de futbol, las estrellas de rock, las abuelas, tu mejor amigo, el perro que te mordió. La vida es imperfecta.
Nunca nada de esto fue retratado tan ilustremente y pulcro como el ideal de la “madre democracia”.
Ejercida por hombres (consuelo para los asiduos que se excusan que todo lo que es ejercido por hombres va a ser imperfecto. Imagínense si los físicos nucleares pensaran esto) la democracia es una idea muerta, una utopía. Como loro repetía un concepto que me enseñaron en 6to grado para un examen de ciencias sociales: “La democracia es el sistema en el que el pueblo ejerce la soberanía”.
¿Somos soberanos? ¿Sientes que el poder reside en ti? ¿Qué tal el poder adquisitivo? ¿Qué tal el sistema electoral? ¿Qué tal la oportunidad de empleo, la seguridad, la alimentación, la salud?
Cada “derecho” al sufragio que alguna vez ejercí, ¿sirvió de algo?
O una pregunta con menos imposibilidad de respuesta, si es mi derecho hacer algo, ¿no es mi derecho dejar de hacerlo?
¿Cómo puedo llamar cobarde a la madre de Daniel Queliz, que decidió quitarse la vida? La madre del primer asesinado de las protestas de 2017. ¿Quién o qué le recupera esa pérdida? Así como llamo derecho a cualquier madre que decidió canalizar su frustración uniéndose a un partido político o vociferando su descontento, llamo derecho a esa madre que se quitó la vida. Ya se la habían quitado, de hecho. Ella sólo abandonó el cuerpo.
Queliz estaba “luchando por la democracia”. Así se atreven a decir para “dignificar” tanta muerte.
Hoy los chavistas faltos de sentido común, pero comúnmente conformistas y moralmente débiles, retan al odio afirmando que “en las protestas pedíamos adelantar elecciones, pero hoy queremos que se atrasen”. ¡Qué básicos!
Elecciones con condiciones, clamaban algunos, incluyendo a Falcón, que, por cierto, pasó todas las protestas con la posición tibia que lo caracteriza y afirmando estupideces como las de su último tweet. De esos “opositores” que criticaban las acciones violentas de su propio bando y no le pongo comillas a la lo violento, si eran acciones violentas. ¿Qué esperaban?
La mayoría del tiempo estuve ahí, en primera línea. Pondría las manos en el fuego para que ningún chamo entre 16 y 30 años que estaba ahí en primera línea, quería luchar por la democracia (no te hablo de los dirigentes estudiantiles, ni de políticos que se paseaban hasta bromeando entre nosotros, los futuros muertos) o que Capriles fuera presidente. Eso te lo aseguro, aunque lo dijeran, aunque así pareciera, estábamos alimentados de rabia y con toda la razón.
¿Qué me motivaba a estar ahí? Agredir al agresor, generar caos, expresar el descontento. Hacer algo. Claro que no quería inseguridad, claro que anhelaba -anhelo – la libertad de expresión. Claro que no quería a Maduro en el poder. Pero desde que salí por primera vez a protestar supe que así no lo íbamos a lograr. Y tampoco votando.
Si tipos como Cabello y Ramos Allup llevan el rumbo de este “país”, ¿Por qué yo debería sacrificar mi vida o mi juventud para cumplir con la agenda política de alguno de estos dos idiotas?
Jamás. Ni lo hice ni lo haré.
Siempre fue desde el odio. Ese odio que me causó crecer viendo a mi país cayendo, a mi papá siendo desempleado públicamente de la boca de Hugo Chávez, todo encareciendo, la delincuencia creciendo y el odio, el odio ganándole al amor.
Me ha costado “curarme” de ese odio. Todavía resplandece cuando estos individuos, chavistas, nuevos ricos y blandengues tienen al menos una pizca de lo que se merecen.
Pero realmente, casi como una resolución de año nuevo, he decidido vivir paralelamente a la política, no baso mis decisiones idealizando a nadie ni confío en absolutamente ningún político. La burocracia debe acabar, y la democracia no existe.
Evidentemente como no tengo nada que ver con esto, me aburre terriblemente hasta las campañas universitarias, que también están plagadas de corrupción e hipocresía, con el mismo discursito.
El mismo discurso de “Venezuela, nuestro país nos necesita, tenemos que luchar por el país…” Qué asco. Esta juventud necesita un lugar para vivir. No para estar, sino para vivir. Ya basta de esa idiotez patriótica con la que quieren usurparnos el alma. Yo amo este lugar porque aquí nací, y siempre lo amaré y siempre querré que este bien, pero lo mismo me pasaría si hubiese nacido en Canadá.
Este disgusto se traduce en el voto, que, por cierto, ¿Quién fue a votar?
El grito es la indiferencia, tengo 24 años y solo un amigo que va a ejercer su “deber y su derecho”.
Ya perdimos tiempo, dinero, vida. No seguiré botando mi energía en votar para que no pase absolutamente nada.
Claro que hay “fiesta electoral”, pero para el ganador anunciado. Para el sifrino de “toda la vida” que le conviene el dictador y su estructura y su materia prima barata, para el empresario que debería darle clases a Tesla sobre como fabricar un carro de 100 mil bolívares, o, disculpen, 100 bolívares “soberanos”. Para el “opositor” que se lucra con el régimen, para los narcos con traje y las cónyuges de los mismos. Para sus hijos, para sus amigos, para su alrededor.
Para ellos, felicitaciones. Qué conveniente esta cantidad de gente alimentándose de su basura (literalmente).
¿Botar o votar? Es la misma vaina.]]>

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