Opinión

¿Caridad o show en las redes sociales?

La articulista Carolina Jaimes Branger aborda un tema delicado: la autopromoción de obras de caridad. Y se pregunta si en la loable acción de ayudar al prójimo cabe en verdad el hecho de presentarse como protagonista a través de las redes sociales

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caridad o show

A mí me criaron bajo el precepto de “que la mano izquierda no sepa lo que hace tu derecha”. Que, si uno iba a hacer una obra de caridad, era por verdadera caridad. No para ser alabado por otros, ni siquiera para que el sujeto a quien se le hizo el favor agradeciera nuestro gesto. Pero hoy, definitivamente, las cosas han cambiado. Han cambiado en 180 grados. La caridad se publicita abiertamente por todos los medios.

Por ejemplo: desde que Hugo Chávez asumió la presidencia, vimos algo que en la Venezuela de la república civil jamás vimos: enormes vallas anunciando las “obras” de los funcionarios públicos… ¿y es que hacer el trabajo que uno tiene que hacer –más aun como servidor público- es algo que hay que publicar?

Recuerdo haber ido hace unos años a dar unas charlas en el estado Vargas y en casi todos los terrenos donde lo que había era un pedregullero, había un gigantesco letrero que decía “otra obra del gobernador para su pueblo”. Más bien parecía una burla. Lo comenté con las distintas audiencias que tuve… silencio sepulcral… Como que no se habían percatado de que en cada una de esas parcelas había un gigantesco robo. De las vallas pasaron a los autobuses, a los carros oficiales, franelas, gorras y cualquier otro medio que sirviera para publicar lo que era su deber hacer. Me pregunto si eran tan oficiosos a la hora de rendir cuentas, si es que alguna vez las rindieron.

Ese “anunciar” las cosas pasó a los funcionarios de oposición… claro, si no lo hacían, era una especie de reconocimiento tácito de que los otros “sí hacían cosas” (aunque no las hicieran) y ellos no.

Pero ahora hay una nueva modalidad entre quienes navegan el ciberespacio: colgar videos, fotos e historias de sus “ayudas” al prójimo.

Ayer, navegando por Twitter, me encontré con un video donde un joven hacía una sustanciosa compra para una familia de cuatro miembros que se encontraba en la puerta de un supermercado, según él. El video resultaba demasiado perfecto, demasiado pensado, para haber sido algo improvisado. Pero démosle el beneficio de la duda: ciertamente la familia estaba necesitada, pero… ¿por qué tenía que salir en todo momento, cual San Nicolás, el benefactor?

Francamente, no me gustó. Sentí que su autopromoción estaba por encima de todo. Recordé un refrán que leí hace años que decía que muchas veces quienes recibían limosnas, en ocasiones tenían que darle las gracias era al público que los estaba viendo.

Le respondí en el Twitter “muy loable lo que hiciste, pero no has debido publicarlo”. Y así como hubo muchas personas que pensaban lo mismo que yo, hubo otras que lo defendieron a capa y espada. “Si no lo publica, no inspira a otros a imitarlo en su buena acción”… Eso quizás sea cierto. Pero -nuevamente “pero”- pregunto: ¿por qué tenía que ser él el protagonista del video?… ¿no ha podido quedarse detrás de la cámara, si lo que realmente quería era inspirar a otros a seguir su ejemplo?

Hay ONGs que ayudan al prójimo y sacan videos de cómo niños enfermos mejoran, de cómo familias famélicas ganan peso, de cómo reparten ropa, comida, medicinas… pero no hay un “protagonista” que se lleve la gloria. Y resultan inspiradoras.

Encima, la “estrella” del video al que me refiero, se autodefine como “cristiano”. Su actitud es muy lejana al cristianismo, al menos del que a mí me enseñaron. Si las personas fueron criadas con empatía, aprendiendo a colocarse en el lugar de otro, haciendo énfasis en la generosidad, la solidaridad y la hermandad -principios básicos de las enseñanzas de Jesús- no necesitarían videos para “inspirarse”. Pero si llegaran a necesitarlos, bienvenidos sean los videos. Pero de ahí a que el “cristiano” sea el protagonista hay un largo trecho: para mí eso no es caridad, sino simplemente un show…

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