En noviembre de 2020 acabamos de cumplir tres años viviendo en hiperinflación. Venezuela, si nada se hace para poner fin a esta dinámica económica, terminará teniendo uno de los ciclos más largos de hiperinflación en la historia moderna de todo el planeta. No es un asunto del cual vanagloriarse.
Recuerdo que en 2014-2015, cuando se aceleraba la crisis económica y el país se colocaba a las puertas de la hiperinflación, como componente central de una crisis económica compleja, algunos analistas de pocas miras sostenían que esa dinámica económica terminaría por ponerle punto final al régimen de Nicolás Maduro.
En verdad, con la agudización de la crisis, y entrando el país sin discusión en hiperinflación desde noviembre de 2017, al contrario de lo que sostenían aquellos analistas, Maduro se ha atornillado en el poder. En eso, obviamente, no han confluido solamente los factores económicos, sino también errores políticos de la alternativa democrática y por encima de todo un régimen cuya vocación principal no es hacer un buen gobierno, sino permanecer en el poder.
Haciendo una lectura política del fenómeno de la hiperinflación, se llegó a la dinámica de precios por las nubes debido a una cadena de errores, y esto ha sido el resultado de una política económica centrada en los controles (de precios, del dólar), sin incentivos a la producción nacional y muy por el contrario dándole facilidades a las importaciones.
Si bien no creo que haya habido un plan para llevar a Venezuela a una hiperinflación como la que hemos padecido, e insisto en señalar que se produjo por una cadena de decisiones una peor que otra, en términos prácticos la situación caótica que vive la economía y que sufren en su día a día los venezolanos ha sido beneficiosa para el gobierno.
El régimen de Nicolás Maduro no ha tomado ninguna decisión en el camino de revertir las distorsiones de la economía. Y eso que ha tenido consejos, recomendaciones y propuestas. No solo de economistas y gremios empresariales venezolanos, a los que puede acusar de opositores y de esa forma desechar tales puntos de vista. También ha descartado planes de enderezar la economía que le han hecho naciones aliadas como China, Rusia y Turquía.
El chavismo se mueve como pez en el agua en situaciones caóticas, en escenarios extremos e inciertos. Resulta apremiante entender que la lógica de quienes están en el poder no apunta a hacer un buen gobierno, sino precisamente a perpetuarse en el poder. Esto es fundamental para poder hacer una lectura realista del chavismo.
Una hiperinflación como la que hemos tenido en tres años, que destruyó al salario, que acabó con muchas actividades productivas, ha sido a fin de cuentas beneficiosa para el gobierno de Maduro. Hoy los venezolanos estamos más empobrecidos, y una gran mayoría se ha hecho más dependiente de las dádivas del Estado.
Unos ciudadanos empobrecidos que deben sencillamente salir a buscar la comida de cada día, venezolanos enfocados en sus necesidades básicas, sin tener capacidad (aun trabajando) de poder acceder a los alimentos indispensables, es sencillamente una situación que favorece al régimen.
El común de la gente hoy en Venezuela está enfocada en su supervivencia, día a día, y cada vez se muestra menos interesada en el devenir político.
Late el deseo de un cambio, sin duda, pero las necesidades cotidianas consumen buena parte de la vida y energías de los venezolanos en la actualidad.
Millones de venezolanos, por separado, viendo como cada quien sobrevive, termina siendo una buena noticia para un régimen que usa mecanismos de control social con los alimentos y los servicios básicos. La perspectiva del mediano o largo plazo no existe para el común de los ciudadanos en nuestro país.
La locura hiperinflacionaria, entonces, en la medida en que le ha dado más herramientas de control sobre la gente al régimen, es difícil que se le busque desactivar. Son ya tres años, y me temo que mientras Maduro siga en el poder, tendremos otro trecho más de hiperinflación.