En la antigua Grecia, el Ágora era el lugar donde los oradores daban sus discursos ante una multitud que se reunía para escucharlos, conocer sus ideas y las novedades que afectarían su modo de vida en la polis. En la modernidad, esa plaza pública tomó forma de papel y tinta, más tarde de ondas electromagnéticas que se encienden y apagan con oprimir el botón de un control remoto. Actualmente navegan a velocidades antes insospechadas en el intangible mundo digital de las redes sociales.
El debate sobre si los medios tradicionales morirán para dejar el trono a sus versiones en líneas no termina. Pero lo cierto es que los ciudadanos, voluntariamente, o arrastrados por el mismo avance de la tecnología, ahora se informan electrónicamente y dan mayor relevancia a las redes sociales, con el peligro que eso significa.
Que esté “colgado” no quiere decir que es verdad
En cada familia promedio, digamos, de cuatro personas hay al menos un dispositivo: un teléfono inteligente, computadora o tableta. Quienes no cuentan con los recursos para tenerlo, son adultos mayores divorciados de la tecnología, o no los necesitan, tendrán, al menos vecinos, conocidos, personas con quiénes interactuar. Entonces, lo que rueda por Internet, necesariamente, se difundirá de algún modo.
Pero, cuidado, por estar en línea no necesariamente es cierto. Hay intereses detrás de centros de confección de mentiras y remitentes que cometen errores; ya sea deliberadamente o sin mala intención. El resultado es el mismo: todos somos vulnerables a recibir mentiras virales que crecen como una bola de nieve. Aunque, la buena noticia es que podemos “vacunarnos” con el discernimiento.
Antídoto contra la infoxicación
La pandemia del coronavirus sorprendió al mundo. A la par del letal virus que desafía los sistemas asistenciales de todos los países, la Organización Mundial de la Salud debió encender sus alarmas también por otra curva en ascenso indetenible: la de informaciones falsas. De ahí surgió el término «infodemia», el exceso de contenidos que circula y que iniciativas periodística y ciudadanos en general tratan de combatir.
La primera dosis del antídoto para no “caer” en todo lo que nos llega al teléfono inteligente está compuesta por suspicacia y sentido común.
Los vocablos para definir las mentiras que circulan con empaque de noticia son varios, según los autores y países: fake news, noticias falseadas, bulos o falsetas.
El sentido es el mismo: textos, videos, imágenes, volantes, pendones, enlaces, “cadenas” que pretender atrapar la atención con encabezados como “urgente”, “última hora”, “aviso” … y cierres como “reenvía”, “pásalo a tus contactos”, “que todo el mundo se entere”. Ahí está el primer indicio: esa necesidad de lograr que los crean y que los “compartan” es motivo para dudar de la veracidad.
Acuda al conocido y a la fuente original
La proliferación de fake news no es un fenómeno inofensivo. Por ejemplo, que una abuela crea que hacer gárgaras con sal la hará inmune a la covid-19 puede hacer que salga de casa sin tomar las medidas ni usar equipos de bioprotección. En consecuencia contagiarse más fácilmente del coronavirus.
Que una persona confundida envíe un mensaje asegurando el fallecimiento de otra con un nombre equivocado ocasionará consternación en una familia, aumentará el desconsuelo en otra y hasta podría tener implicaciones legales.
Un laboratorio dedicado a inventar calumnias sobre un producto o servicio, crear cuentas falsas y usar «bots» para multiplicar mensajes de desprestigio pueden llevar un negocio a la quiebra y acabar con la reputación de un empresario. Eso es apenas una muestra del efecto pernicioso de los contenidos manipulados que usan un traje de noticia. Hay que tratar de ser un buen sastre para distinguir.
Discriminar entre la marea de información no es habilidad exclusiva de los periodistas: todos podemos ser activistas contra la desinformación.
Dudar de súplicas para creer o reenviar es un primer paso y hay otros dos fundamentales: revisar medios de comunicación creíbles, de probada reputación, para saber si lo que le llegó ha sido publicado antes. También se puede buscar los perfiles en redes sociales de las personas o instituciones mencionadas, para asegurarse de que realmente dijeron lo que la dichosa cadena de WhatsApp afirma que dijeron.