Desde que soy pequeña me enseñaron qué es ser mujer. De hecho, tenía una clase que se llamaba “soy mujer” en la que nos resaltaban las diferencias fisiológicas entre los hombres y las mujeres. Rápidamente entendí que nuestros cuerpos no eran iguales pero, fue después, poco a poco, que me enseñaron que había ciertos comportamientos asociados a cada género que sin derecho a réplica se debían acatar al pie de la letra.
Me enseñaron que ser mujer era igual a feminidad; naturalmente comencé a crear estereotipos de cómo comportarme, qué hacer, qué decir y a negar la energía masculina que existía en mí (y en todas en diferentes niveles y proporciones).
Me gusta ser mujer, es una de mis partes favoritas de quien soy. Me siento en contacto con millones de pensamientos reflexivos y sensibles que me permiten ver el mundo de otra manera. Me gusta ser coqueta, que me cortejen y pasar horas eligiendo lo que me voy a poner, comprar maquillaje, limpiar, hacerme las uñas, oler rico, vestir a la moda… el tema es que eso también lo pueden hacer y sentir los hombres. Y eso no te lo enseñan.
A la vez no me siento identificada con la palabra delicadeza. Una que siempre ha estado relacionada con mi género. Mi forma de ser es directa, brusca y hasta un poco tosca, y me gusta así. Tengo muchísima fuerza física, me gusta decir groserías, mis carcajadas son bastante ruidosas y de voz gruesa, me gusta hablar de sexo y me parece cómodo sentarme con las piernas abiertas.
¿Debería sentirme menos mujer? Qué poco práctico que no esté bien vista una persona conectada con ambas energías que cohabitan en el mismo ser y permiten que existamos en un balance sincero.
En algún momento de la historia faltaron ovarios y sobraron cojones. Por esta razón, el día de la mujer era necesario para probar un punto y sentirnos reconocidas pero, en mi opinión, ya no lo es.
Tener un día en el que nos deseen lo mejor del mundo y que nos llamen valientes o guerreras, es contraproducente con la igualdad de género que buscamos con esfuerzo en la actualidad. Todos nos merecemos que nos traten con igualdad todo el año, no sólo por un día y, si de igualdad hablamos, ¿por qué el hombre no tiene su propio día? No es coherente.
Aunque no celebre esta fecha, creo que existen oportunidades para comunicar y esta es una. Así que decidí decir ciertas creencias propias y sincerarme:
– Creo que ser mujer va más allá de la victimización y de recordar todo lo que por años no pudimos hacer. Ya está. Es hora de soltar y sí, aunque tengamos esa palabra tatuada en nuestras mentes y un poco incrustada, empoderarnos.
– No creo en la camaradería sólo por ser mujeres. Lo natural es que no te caigan bien todas las personas que conoces en tu vida, independientemente de su género.
– Creo en el respeto para vivir y dejar vivir pero, de nuevo, es algo que debe pasar independientemente del género.
– Pienso que nosotras mismas, al ser criadas en una sociedad y por una generación machista, tenemos ciertas ideas y formas de pensar arraigadas a este conjunto de actitudes que, de vez en cuando, traiciona la igualdad de género que queremos. Es cuestión de tiempo, práctica y conciencia para cambiar los comportamientos machistas que nosotras mismas toleramos y aupamos en cierto sentido.
– Me gustaría que las próximas generaciones fueran criadas sin comportamientos asignados según su género. Eso sólo trae consigo mayores problemas e inseguridades.
– Es una realidad que todavía existe el machismo y que la violencia de género es predominante de parte del hombre hacia la mujer. Hay mucho trabajo por hacer y admiro a las personas y organizaciones que luchan constantemente para cambiarlo. Creo también que todos podemos aportar a través de la educación. Y cómo los lugares comunes suelen tener mucha verdad, digo que todo comienza en casa.
– Así como pienso que debemos ser tratados con igualdad en temas económicos y derechos, reconocer que nuestros cuerpos tienen órganos y funciones diferentes es esencial, por lo que me parece importante que cuando hablamos de embarazo e higiene, los derechos deberían ser impuestos por personas que vivan en carne propia dichas experiencias, en este caso mujeres, o asesorados por las mismas.
Mantener una guerra con los hombres es desgastante e ineficiente. Creo que es momento de contemplar similitudes entre nosotros, y reconocer que si bien nuestros reclamos y exigencias son válidas, en ellos también hay quejas, inseguridades y miedos que deben ser escuchados. El discurso que condena y castiga para obtener resultados, pasó de moda y ha demostrado no ser efectivo.
Yo me sinceré y creé mi propio concepto de mujer que es una mezcla de mi combo favorito de actitudes, opiniones y acciones sin importar que estén asociadas a la masculinidad o feminidad. Estoy en el medio y dependiendo de lo que viva, me inclino más hacia un lado que al otro.
Entendí que los patrones sociales no definen nuestra personalidad. La verdadera igualdad se consigue con respeto y cero juicio a las personalidades de cada quien.
Entendí que los grupos sociales a los que pertenecemos, no deben definir nuestra personalidad. Que ser gay, latino o gordo, no son una manera de ser definitiva con conductas específicas escritas en un manual. No podemos pretender lo mismo con la mujer, que el lado opresor o el lado que pretende ser liberador dicte como debe ser ella. Somos lo que queremos de mil maneras
La verdadera igualdad se consigue con respeto y nada de juicio a las personalidades de cada una, porque no podemos entender elecciones que no son las nuestras, pero si respetarlas.
*** Por Beatriz Ticali