Política

La maldición de América Latina

Entre las perspectivas que asoman en Brasil y el resultado de la primera vuelta en las presidenciales colombianas, la columnista Carolina Jaimes Branger advierte que los vecinos no aprendieron nada del ejemplo venezolano

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JOAQUIN SARMIENTO / AFP

En América Latina, las historias, los errores y los horrores se repiten…¡Cuánto me duele nuestra América Latina!… Ya van más de quinientos años y el llamado “continente de la esperanza” no ha sido más que un nombre.

El resultado -esperado, por cierto- de la primera vuelta de las elecciones en Colombia lo que refleja es que somos un continente donde lo que no se agota (y pareciera que no se van a agotar nunca) son las desesperanzas… Y los desconsuelos y las tristezas, la pobreza y los fracasos… Todo, por supuesto, como consecuencia de la falta de educación. No hemos aprendido y no sé si alguna vez aprenderemos, que el binomio “educación – libertades individuales” es una suerte de fórmula mágica para el bienestar de los pueblos.

El respeto a la libertad individual es la base de toda sociedad próspera y desarrollada. El que los individuos puedan decidir libremente sobre cómo quieren vivir (sin otros límites que los que les imponen las leyes), sumado a un irrestricto respeto a la propiedad privada, ha sido el secreto del éxito de las sociedades con altos niveles de bienestar. Ilustrativo es el caso de las dos Coreas. La misma gente y la misma geografía, separadas por un paralelo y dos sistemas de vida opuestos. En Corea del Sur, sus sistemas políticos, económicos y sociales están fundados sobre la garantía que da el Estado a sus ciudadanos de poder ejercer abiertamente sus libertades individuales. Esto le permite ser un Estado cooperador, abierto, eficiente, que es una de las economías más prósperas del mundo, y cuyos habitantes disfrutan de uno de los mayores índices de desarrollo e ingreso per cápita de todo el planeta. En Corea del Norte, en donde las libertades individuales fueron abolidas en aras de un supuesto bien colectivo, por un sistema comunista mutilador, cerrado y corrupto, aparte de tener uno de los índices de desertores más altos del mundo (sus habitantes arriesgan de sus vidas para abajo cualquier cosa con tal de salir del país), es uno de los primeros países en la lista de derechos humanos violados, de libertades cercenadas, pues sus habitantes no son otra cosa que presos en sus propios países. Lo mismo que en Cuba. Presos y esclavos del régimen.

Otro ejemplo patente y patético es el caso de las dos Alemanias, porque demuestra de manera diáfana y patente lo que sucede si la educación no viene de la mano del respeto a las libertades individuales. Nadie puede negar el alto nivel educativo que llegó a tener Alemania Oriental. Sin embargo, por sí solo no fue suficiente para llevar al país al nivel de desarrollo que había alcanzado su par occidental. 

¿Qué ha pasado en nuestra América Latina?… ¿Por qué han fracasado, quizás con la excepción de Costa Rica, porque ya ni siquiera podemos incluir a Chile, los intentos de establecer sistemas basados en este binomio que ha sido clave del éxito en otros países?… Sabemos, sencillamente, que no hemos tenido ni la educación ni el respeto irrestricto a la libertad individual. Las preguntas que se derivan de esto son, ¿por qué no los hemos tenido?… y por supuesto, la más importante, ¿cómo hacer para tenerlos?.

Nosotros, los latinoamericanos, y a pesar de la gesta independentista que habla de nuestro espíritu libérrimo, tenemos más bien y en general un espíritu de conquistados. Primero fuimos súbditos de los reyes de España. Luego los sustituimos por los caudillos de turno del siglo XIX y más tarde por los populistas del siglo XX. Una y otra vez aparece la imagen del «gendarme necesario». Los pueblos que asumen personalidad de indefensos necesitan quien vele por ellos, quien obre por ellos, quien decida por ellos. Esa actitud facilita la aparición y permanencia del gendarme, incluso hasta su justificación. Las Leyes de Indias, vigentes durante la época de la Conquista y la Colonia, consideraron a los indígenas como menores de edad y justificaron la esclavitud de los negros. Los caudillos y los populistas siguieron tratando a sus mandantes como menores, y aunque en teoría abolieron la esclavitud, en la práctica no mejoraron sustancialmente sus condiciones y se generó un círculo vicioso de pobreza y falta de educación y libertad.

Hay quienes no tienen duda (y me cuento entre ellos) de que esta situación se potenció por la apología que de la pobreza ha hecho la Iglesia Católica, en contraposición con el valor divino de la propiedad individual proveniente del trabajo libre y honesto que pregonan los prósperos países anglicanos… “puó essere”.

Los llamados teólogos de la liberación trataron de darle un contexto socialista al mensaje de Cristo, y hasta hoy no han hecho otra cosa que complicar aún más el panorama. 

Sin embargo, es injusto endilgarle la culpa de todo nuestro fracaso exclusivamente a la Iglesia Católica, porque si bien es verdad que ha sido malinterpretado el concepto de “ser rico” (por aquello de que “es más fácil que entre un camello por el ojo de una aguja, que un rico en el reino de los cielos”) también es verdad que la Iglesia ha llevado a cabo una labor educativa importantísima -como Fe y Alegría- y ha centrado su apostolado alrededor de los pobres y desposeídos hasta en los más remotos confines, pues son quienes más sufren, quienes más carencias tienen y a quienes los gobiernos de turno olvidan más rápido luego de ganar las elecciones.

Pareciera que una suerte de maldición se cierne sobre nuestros países. No aprendemos con la experiencia de los demás, algo que por demás es bastante común en los seres humanos. El ejemplo de Venezuela debía haber sido suficiente razón para no escoger los presidentes que han escogido después de Chávez, y ahí están, en vías del destrozo harto conocido para nosotros.

En Colombia no pinta bien el panorama: Rodolfo Hernández podría alzarse con la presidencia -Petro parece repetir el mismo esquema de hace cuatro años de haber llegado a un techo- pero según dicen, Hernández es una especie de “Trump latinoamericano”, es decir, otro Bolsonaro. En Brasil va a ganar Lula, porque Bolsonaro ha sido tan imbécil que le dará la presidencia en bandeja de plata. Otro tanto puede suceder en Colombia. Elegir a Hernández hoy, no sería otra cosa que correr la arruga cuatro años más.

Nuestro sino parece ser seguir a quienes nos deslumbran y jamás a quienes nos iluminan.

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