Opinión

El desgraciado péndulo de la extrema izquierda a la extrema derecha

En el siglo XXI se impone la distinción entre izquierda y derecha, aliados y enemigos: es poco lo que hemos aprendido de nuestro pasado

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izquierda Giorgia Meloni
Andreas SOLARO / AFP

La victoria de Giorgia Meloni en Italia, que, por ser mujer y además periodista, debería alegrarme, más bien enciende mis alarmas. La contra de la extrema izquierda no es la extrema derecha, así como la contra de la extrema derecha tampoco es la extrema izquierda: es el centro. Los extremos son irracionales: se enseñorea la intolerancia, priva la emocionalidad y no media la razón. Y en la historia de la humanidad, los fanatismos los hemos pagado carísimos, no solo en bienes materiales, sino en lo más importante, vidas humanas. El centro es racional. El centro no firma cheques en blanco. El centro no se presta a solidaridades automáticas. En el centro no hay mesías.

Los términos “izquierda” y “derecha” siguen siendo parte de la terminología política del siglo XXI, y a pesar de que muchos analistas políticos hablan de “nuevas izquierdas” y “nuevas derechas”, siguen siendo lo mismo: los izquierdistas siguen descubriendo al llegar al poder lo rico que es ser rico y literalmente -con escasísimas excepciones- saquean las arcas nacionales. Los derechistas, en general, parecieran buscar venganza. También saquean las arcas. En eso son igualitos a los de izquierda. De esta manera es imposible que el mundo progrese. A Europa central le tomó dos guerras mundiales y varios genocidios en el siglo XX para darse cuenta de que el fascismo no era bueno para nadie. A Europa del Este, entre ochenta (la URSS) y cuarenta años (la Cortina de Hierro) en desechar el comunismo como forma de gobierno. Y Rusia, como si no hubiera sido suficiente la lección vivida con Stalin, eligió a un demente como Putin. La Europa del suroeste va desde el desastre de Podemos en España, con sus aliados de ultra izquierda, ahora hacia la ultraderecha de la Meloni en Italia.

Ni hablar de América Latina. Que las alternativas en Brasil sean Lula o Bolsonaro, es una desgracia. Sobre el hijo de Jair Bolsonaro, el senador Flavio Bolsonaro, pesan investigaciones y acusaciones de corrupción. También por lavado de dinero y organización criminal. Sus declaraciones de impuestos y de bienes no coinciden con su vida de rico y famoso. Ciertamente, su padre no es responsable de sus actos, pero no debería avalarlos y todo el tiempo lo ha defendido. Si Flavio Bolsonaro fuera tan honesto como dice su padre, él debería ser el primero en pedir que lo investiguen de la A a la Z. Lula, por su parte, fue excarcelado no por ser inocente, sino por tecnicismos que no cumplió la Fiscalía. Y así, para muestra, están los demás países. Desde Maduro en Venezuela, hasta Bukele en El Salvador. De la extrema izquierda a la extrema derecha. Y si no me creen, busquen los videos del guatemalteco Roberto Arzú, #HagamosGrandeGuate, para que vean que, de ganar las elecciones, puede resultar tan peligroso como Pedro Castillo de Perú, aunque uno sea de extrema derecha y el otro, de extrema izquierda.

Los mejores cuarenta años de la historia de Venezuela sucedieron mientras los gobiernos pasaron de la centro izquierda a la centro derecha. Pero el chavismo ha tenido éxito en el discurso de descalificación del capitalismo y su asociación con la derecha, cuando sus aliados Rusia y China tienen como sistema el capitalismo de Estado, que sí es brutal y salvaje. Pero… ¿cuántas personas entienden esto?… Ser de centro implica un grado de educación que permita entender, analizar, criticar… Y todos sabemos que a la educación en Venezuela la mataron los revolucionarios para que la gente siga dependiendo de ellos, la supuesta “única vía” de resolver sus problemas. Mientras esto pasa con la inmensa mayoría de la población, la “izquierda de caviar” venezolana (el diccionario Petit Larousse la define como una expresión peyorativa de un «progresismo combinado con un gusto por la vida en sociedad y sus provisiones») seguirá celebrando sus robos con rocambolescas fiestas, viajando adonde no los alcancen las sanciones, abriendo negocios en todo el país, comprando carros, ropa y artículos de lujo, pagando entradas a espectáculos que cuestan la décima parte en cualquier otra parte del mundo y gastando en todo lo que el dinero les permita comprar.

La distinción entre derecha e izquierda es anacrónica y hasta infantil, porque divide al mundo entre aliados y enemigos. Pero es la que se está imponiendo en el siglo XXI. Mi profesor de Política en Humanidades V en la Universidad Metropolitana, Michele Marcotrigiano, tenía la teoría de que la caída de las civilizaciones siempre venía precedida de un periodo de extremos, excesos, desorden y libertinaje. Suena familiar y cercano, ¿verdad? Tal vez estamos a las puertas de un cambio de era.

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