¿El twitch de Luis o las lágrimas de Scaloni?
Me gusta que Luis Enrique haya roto la formalidad que regularmente existe en el mundo del fútbol, en la otra esquina, me preocupa la tensión que vive el técnico de Argentina. Vive con una gran presión
Me gusta que Luis Enrique haya roto la formalidad que regularmente existe en el mundo del fútbol, en la otra esquina, me preocupa la tensión que vive el técnico de Argentina. Vive con una gran presión
Me hace feliz. Que un técnico se aparte de la formalidad que le otorga el ser nada menos que seleccionador de un país como España, campeón del mundo, nada menos, me alegra. Porque es auténtico, porque dice lo que quiere y como quiere, no anda con medias tintas y explica con detalles lo que todos queremos saber.
Tanta rigidez, a la que estamos todos acostumbrados, agota. Uno espera siempre algo distinto, algo diferente, que todos se aparten del deber ser y ofrezcan algo fuera de lo común, sin necesidad de generar polémica. Y Luis Enrique lo ha logrado.
Su selección ha dejado un muy buen sabor de boca en el Mundial. Superó algunos enfrentamientos con distintos sectores de la prensa por haber dejado fuera de la convocatoria a algunas vacas sagradas y nos sorprendió a todos llamando a nombres que ni en la remota parte más oculta de la mente teníamos pensado que podría haberlos llamado al mundial. Y el grupo le responde con eficiencia.
Pero también me gusta cómo encara el día a día del torneo un tipo como Fernando Santos. El seleccionador portugués ha recibido una andanada de críticas por cómo juega una selección que derrocha talento en sus individualidades y él ni se inmuta. Con su ceño fruncido responde con paciencia, pero revela en rueda de prensa lo que los periodistas necesitan saber. Sin excusarse, sin explicar más de la cuenta. Le importa que lo quieran sus jugadores, no la gente de afuera del camerino. Y sus muchachos lo aman, lo idolatran, lo respetan. Así se maneja Fernando Santos.
Me preocupa Lionel Scaloni. Su reacción en el banquillo tras el segundo gol de Argentina ante México, más allá de lo conmovedor y emocionante que pueda ser, denota que vive con una presión descomunal. Sí, lo entiendo: el argentino vive el fútbol de otra manera, pero no es justo que un ser humano sienta que una guillotina le está esperando para hacer rodar su cabeza si no le va bien en una competencia. Esto no es una guerra, el futuro de un país, de una sociedad y una raza no depende de un partido de fútbol, de un resultado, de ser campeón o no. Y más allá de lo que puertas afuera muestre Scaloni en sus somnolientas ruedas de prensa, dejó en evidencia todas las angustias que vive en el día a día. Es demasiado. Así no.
Por otro lado va Tite. Un hombre que por muchas cosas merece ser exitoso. Lejos de los flashes del éxito, no oculta nada, no se guarda nada. Le importa que los demás puedan hacer su trabajo y no le incomoda nada. Trabaja, trabaja y trabaja. Defiende a sus jugadores, los protege. Políticamente siempre correcto y ante la polémica, correcto también. Dirige a la selección más potente del mundo con una calma que parece sentirlo “agrandado”. Nada más lejos de la realidad.
Hay de todo, para todos los gustos. Se les puede criticar, alabar o condenar, pero pasamos de un extremo a otro en sus formas de llevar el cargo. Un mundial solo para ellos.