Opinión

¡Asesinos, cobardes, mataron a la niñita!

Michelle Pernía tenía 5 años y necesitaba atención médica por problemas en su corazón. Sus padres intentaron cruzar la frontera a Colombia para llevarla a un hospital y los guardias nacionales les impidieron el paso

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Debía tener unos ocho años cuando tuve mi primera mala experiencia con la Guardia Nacional venezolana. Pasábamos vacaciones en la casa de mis tías Branger en San Cristóbal y un día fuimos a Cúcuta de compras. Eran los tiempos cuando por un bolívar le daban a uno ya no sé cuántos -pero eran muchos- pesos colombianos. Nos llevó el señor Reinaldo, el chofer de la familia de toda la vida. Él aprovechó para hacer la compra del mercado para su casa, porque el ahorro era en verdad importante. Pero cuando llegamos a la alcabala de Peracal -ya del lado venezolano, en San Antonio del Táchira- los guardias nacionales le decomisaron todo lo que traía. Entendí entonces de lo que se trataba una injusticia.

Mi abuela se bajó del carro a preguntar por qué le quitaban su compra al señor Reinaldo y lo que se ganó fue un par de insultos. Los enfrentó y la amenazaron con dejarla detenida.Mi mamá estaba aterrada. Yo también. Pero mi abuela decidió que no iba a permitir que unos vulgares ladrones se salieran con la suya y así se los hizo saber. “Ahora sí se jodió, señora”, le dijo el que fungía de jefe: “Está detenida por falta de respeto a la autoridad”.

Mi corazón latía a mil por hora. Pero mi abuela no se amilanó: “Si ustedes quieren que los respeten, tienen que empezar por respetar”. En ese momento, providencialmente, llegó un coronel que también venía de Colombia. Inquirió qué estaba sucediendo y al enterarse -así eran los militares de antes- ordenó que le devolvieran lo decomisado al señor Reinaldo, se disculpó con mi abuela y seguimos nuestro camino, no sin antes percatarnos de que el coronel comenzaba a amonestar fuertemente a los involucrados.

La de los oficiales de la Fuerza Armada quizás ha sido la clase de venezolanos que más ha cambiado durante estos años de revolución. Los institucionalistas, los que salvaguardaban las fronteras, los que hacían cumplir la Constitución, están de baja, presos o muertos. Los suboficiales y soldados de hoy más bien pareciera que fueran instados a delinquir por sus jefes. En particular, la Guardia Nacional, aquella que cuando fue fundada por el general Eleazar López Contreras, tenía como divisa el honor. No tengo que explayarme, porque todos sabemos sus conductas y procederes. Me remito al ejemplo de cómo reprimen las protestas…

Pero cuando uno cree que ya nada de lo que sucede en Venezuela lo puede sorprender, pasa algo que nos hunde todavía más en el abismo de la desesperanza.

Hace apenas una semana falleció la niña Michelle Pernía, en esa misma frontera donde hace más de cincuenta años unos guardias fueron amonestados por su superior por haber decomisado ilegalmente la comida de un compatriota. Por desgracia, en esta Venezuela “revolucionaria y bolivariana” como que no hubo un superior que se compadeciera de ella. Los padres llevaban a la niña -quien padecía de una grave afección cardíaca congénita, complicada con una respiratoria por lo que estaba conectada a una bombona de oxígeno- a ser tratada en Colombia porque todos sabemos cómo están destrozados los hospitales en nuestro país. No contaban con los recursos para pagar lo que les pedían como insumos en el Hospital Central de San Cristóbal, otra estructura sanitaria en terapia intensiva. Usaron el dinero que tenían para pagar la gasolina de una ambulancia que los llevara de La Fría a Cúcuta, pero los funcionarios venezolanos no los dejaron pasar… ¡a una niña en una ambulancia!

La médico que venía con ellos la desconectó del oxígeno y la montaron en una carretilla para pasarla a pie. La cubrieron con un plástico porque estaba lloviznando. Pero la demora, aunada a la desconexión del oxígeno vital, fueron causas primordiales en la muerte de la niña.

Ahí salió Freddy Bernal a decir que “sé que no está regularizado el paso, pero según mi opinión hay cosas desentido común, que estoy seguro que si hubiesen pedido el permiso lo hubiésemos autorizado. Entiendo que no hay el paso formal, perocuando se trata de una vida humana, en mi criterio,hay que hacer algo más allá de la formalidady desde ese puesto fronterizo no les costaba informar al general Rosales, que me hubiese informado a mí y hubiésemos autorizado el paso”. ¡Como si fuera tan fácil acceder a Bernal o cualquiera de los generalotes! Las circunstancias en las que falleció la niña son de una maldad supina. Y no se trató de un asesinato culposo, fue con toda la alevosía del mundo.

Hasta el momento cuando escribo este artículo, la Fiscalía no ha designado fiscal que se encargue del caso. De verdad espero que lo haga, porque el que sean militares no los exime de culpa… Son todavía más culpables, porque entre sus responsabilidades está el velar por el bienestar de la ciudadanía. Como dijo Gustavo Azócar en Twitter “por la frontera entre Colombia y Venezuela es más fácil pasar droga y contrabando que pasar a una niña enferma en una ambulancia”.

¿Qué tienen en el alma personas que hacen algo así? ¿O más bien debería preguntar cómo les sacaron el alma? Porque hay que ser muy desalmado para asesinar a una niñita que no puede ser atendida en su país. No se conmueven, no tienen piedad, no tienen la más mínima solidaridad. Están pasando cosas espantosas en Venezuela y en su mayoría las víctimas son niños. Hay muchos pidiendo por las redes prisión perpetua y pena de muerte para los perpetradores. No creo en la pena de muerte, pero este tipo de situaciones me llevan a pensar en otra cosa…

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