El dilema de la toma de decisiones: entre la razón y la emoción
La solución más equilibrada es adoptar un enfoque que integre tanto la emoción como la razón. La toma de decisiones evaluada considerando ambas perspectivas, permite considerar los aspectos personales y emocionales, al tiempo que evalúa las consecuencias lógicas y prácticas
En días recientes me topé con una entrevista que le hicieron a Emilio Duró –destacado empresario y conferencista español– donde resaltaba aquellos asuntos de los cuales las personas se arrepienten antes de morir.
Esta singular bitácora de elementos ha despertado en mí una profunda curiosidad por escudriñar aquellas acciones que, en definitiva, le dan sentido a la vida pero que por alguna razón las dejamos pasar y nos quedamos mirando como la vida nos pasa y peor aún, nos arrasa, y no hacemos nada para sumar paz y tranquilidad en nuestro camino por la existencia.
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Una de las peculiares notas afirmaba que la gente se arrepiente por no haber seguido más al corazón, de allí la disyuntiva planteada en el título de este artículo.
La toma de decisiones en todos los ámbitos –personal y profesional- es un proceso inherente a la existencia humana, que nos confronta constantemente con elecciones que pueden tener un impacto significativo en nuestras vidas. Es una constante diaria que nos acecha y aunque considero que no existe una respuesta concluyente, la conveniencia de darle más peso a la razón o a la emoción depende en gran medida del contexto y las circunstancias.
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Con base a la disyuntiva planteada, en este artículo pretendo explorar ambos enfoques:
El poder de la emoción
La toma de decisiones basada en la emoción o el corazón, a menudo se asocia con la satisfacción personal, la intuición y la conexión con nuestros valores más profundos.
Este enfoque puede llevar a decisiones que nos hacen sentir vivos, enriqueciendo nuestras experiencias. En situaciones que involucran relaciones personales, pasiones y vocaciones, tomar decisiones guiadas por las emociones puede resultar altamente satisfactorio. Las emociones nos conectan con nuestras necesidades y deseos internos, lo que puede llevar a un mayor bienestar emocional y felicidad.
Sin embargo, la toma de decisiones basada exclusivamente en las emociones no está exenta de limitaciones. Las emociones pueden ser volátiles y sesgar nuestro juicio.
En situaciones de estrés o con altas cargas emocionales, tomar decisiones impulsivas puede tener consecuencias negativas. Por ejemplo, en el ámbito financiero, ceder a la tentación de una compra emocional puede resultar en problemas económicos a largo plazo.
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La lógica y la razón como guía
Por otro lado, la toma de decisiones basada en la razón y la lógica tiende a ser más metódica y objetiva. Este enfoque se utiliza, comúnmente, en entornos profesionales y situaciones que requieren análisis detallados. Al considerar datos, hechos y consecuencias de manera lógica, podemos minimizar el riesgo y maximizar el beneficio en diversas áreas de la vida.
Si bien esta postura puede resultar beneficiosa, el enfoque puramente racional puede llevar a la inacción por el exceso de análisis. La búsqueda interminable de datos y la sobre ponderación de los aspectos lógicos pueden hacer que nos perdamos de experiencias significativas. Además, el aspecto humano de las relaciones y la satisfacción personales, por lo general, no pueden ser completamente comprendidos ni satisfechos mediante el razonamiento lógico.
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Todo lo anterior nos parece indicar que el uso de cada enfoque dependerá del origen o escenario a ser aplicado. No obstante, soy de los que piensa que además de tomarme el tiempo suficiente –el mayor que pueda antes de la fecha definitoria– para explorar mis acciones y decisiones, para tomar las decisiones el mejor camino es el que llamo camino intermedio.
¿A qué me refiero con camino intermedio? A que la solución más equilibrada es adoptar un enfoque que integre tanto la emoción como la razón. La toma de decisiones evaluada considerando ambas perspectivas, permite considerar los aspectos personales y emocionales, al tiempo que evalúa las consecuencias lógicas y prácticas.
Este enfoque puede proporcionar una sensación de satisfacción duradera y minimizar los riesgos que comúnmente se presentan cuando nos apresuramos o sobrevaluamos los diferentes rumbos o consecuencias de nuestras decisiones.
En última instancia, la conveniencia de tomar decisiones basadas en la emoción o la razón depende, como en muchos aspectos de la vida, de la forma como miremos los acontecimientos y de las sensaciones que estos nos dejan. No hay un enfoque universalmente correcto, y la sabiduría radica en reconocer cuándo es apropiado adoptar cada uno. Integrar ambos aspectos puede ser la clave para una toma de decisiones más satisfactoria.
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Reconocer el momento emocional y estado de ánimo – autoconocimiento – es muy importante llegado ese momento que podría significar, incluso, un quiebre a la forma rutinaria y complaciente como has vivido tu vida, pero al mismo tiempo puede abrirte la ruta para darle un sentido más significativo.
En definitiva, la búsqueda de la felicidad y el bienestar implica un equilibrio delicado entre la lógica y la emoción, donde el corazón y la razón pueden trabajar en armonía que te permita alcanzar una vida plena y significativa.
Aunque individualmente todos tenemos un esquema muy personal para manejar los distintos escenarios que nos conduzcan al mayor bienestar posible, con el tiempo todo suma. En general, con los años, todos llegamos a las mismas conclusiones: enderezar nuestras acciones y apostar por las decisiones que le reporten paz y tranquilidad a nuestras vidas.
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