Opinión

¿Estuvo Dickens en Venezuela?

Se acerca la Navidad y el columnista Ramón Guillermo Aveledo imagina a Dickens asomado por los predios de Panchito Mandefuá

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De la accidentada existencia del escritor inglés Charles Dickens (1812-1870), de la pobreza a un éxito literario que disfrutó en vida y lo ha trascendido, hay muchas noticias, pero ninguna de algún viaje suyo por esta Tierra de Gracia. Del hemisferio, sí se sabe que fue a los Estados Unidos, donde no tardó en ganar enemistades por sus críticas a la esclavitud en su novela Notas de América, pero con cuya sociedad se reconciliaría más tarde, dada la enorme acogida de sus obras, en particular su Cuento de Navidad, originalmente en inglés A Christmas Carol o Canción de Navidad.

En la literatura venezolana la Navidad que se nos acerca está presente. Una vez el Congreso que solía hacerlo con libros de calidad sin interés comercial, publicó editado por Catalá, una hermosa antología de cuentos y poemas criollos de tema navideño. Cómo no recordar especialmente el Panchito Mandefuá de José Rafael Pocaterra, un niño “billetero” como se decía de los vendedores de lotería que cenó con el Niño Jesús. Por su acento de denuncia social, bien pudo habérselo inspirado al intelectual valenciano como a sus Cuentos grotescos, la lectura de Dickens.

El protagonista del Cuento de Navidad de Dickens, el Señor Scrooge es por duro de corazón muy tacaño. No es que por aquí no los haya, pero lo disimulan o al menos lo intentan. Ahora, repito que tengo claro que no vino por aquí Dickens, autor también de Oliver Twist, un niño de la calle o “de la Patria” como les dijo una propaganda olvidada. El David Copperfield de este autor de raíces cristianas se queja dolido: “Yo no recibía ningún consejo, ningún apoyo, ningún estímulo, ningún consuelo, ninguna asistencia de ningún tipo, de nadie que me pudiera recordar. ¡Cuánto deseaba ir al cielo!” Precisamente como hizo Panchito Mandefuá en aquella Nochebuena caraqueña.

Dickens es el nombre de un salón reservado en el más antiguo restaurant londinense Rules, local de lujo victoriano con pesadas cortinas de terciopelo vino tinto y adornos dorados que desde 1798 sirve comidas cerca de Covent Garden, en el distrito de los teatros, cerquita del Garrick, club de actores al que Dickens perteneció. Cuentan que el gran novelista era habitual, pidiendo comida por la puerta trasera en sus años de escasez y celebrando sus éxitos cuando éstos llegaron para quedarse. El Rules debe su nombre al apellido de su fundador, pero como sabrá el lector, traducida a nuestro idioma la palabra es “reglas”, dato que entre nosotros ha tenido un significado muy relativo escasamente vinculante, máxime en tiempos de revolución, cuando se prefiere aplicar la máxima atribuida a su homónima mexicana “Para los amigos todo, para los demás, la ley”.

Deténgase sin embargo en este párrafo, con el que Dickens comienza su Historia de dos ciudades:

«Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos; la edad de la sabiduría y la edad de la locura; la época de las creencias y de la incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas; la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación. Todo lo poseíamos, pero no teníamos nada; caminábamos derecho al Cielo y nos extraviábamos por el camino opuesto. En una palabra, aquella época era tan parecida a la actual que nuestras autoridades de más renombre están contestes en aceptar que entre uno y otro, tanto en lo que se refiere al bien como al mal, solo el grado superlativo es aceptable».

¿No le parece que quien lo escribió debe haberse aparecido sin que lo supiéramos por estos lados? Y no en el siglo XIX de su vida, sino en estos días nuestros.

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