Cultura

Los "Cuentos grotescos" vuelven al ruedo a 66 años de la muerte de Pocaterra

A 66 años de la muerte de José Rafael Pocaterra, Caobo Ediciones reedita “Cuentos grotescos”, compendio publicado por primera vez hace casi un siglo. Pocaterra fue un furibundo enemigo del personalismo y utilizó las letras para denunciar a las dictaduras de su tiempo, las de Cipriano Castro y Juan Vicente Gómez

pocaterra
Ilustración: Daniel Hernández
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Entre la publicidad y los crucigramas que aparecen en el diario La Presse de Canadá, el martes 19 de abril de 1955, resalta un apretado y corto obituario de dos columnas: “Acien ambassadeur du Venezuela décédé à Montréal à 65 ans”. No hace falta indagar mucho. Entonces, la colonia de venezolanos en Canadá no era tan grande y el personaje en cuestión se había convertido en referencia para el país y la región, desde su llegada en abril 1923: es el escritor José Rafael Pocaterra.

Pocaterra fue un enemigo declarado del personalismo. Sus Memorias de un venezolano de la decadencia, que sustentan la leyenda negra sobre el gomecismo, no son las únicas que dan cuenta de ello. Su obra literaria, conformada por cuatro novelas y más de 40 cuentos, está cargada de denuncias. No es para menos: haber llegado a fines del siglo XIX y marchado antes de 1958, lo hizo ver al país desde el pesimismo, desde las revoluciones y los golpes de Estado, desde las tiranías, la cárcel, las invasiones y el exilio.

El 25 de marzo de 1955, Pocaterra, afligido por la enfermedad, visitó por última vez Venezuela, para celebrar los 400 años de Valencia, su ciudad natal. Los vientos democráticos que soplaron tras la muerte de Gómez se habían disipado. Otro gendarme, Marcos Pérez Jiménez, gobernaba desde Miraflores. Nada para el agrado del valenciano, quien tenía sus sospechas sobre la muerte de Carlos Delgado Chalbaud en 1950. Aun así, le estrechó la mano al dictador y una fotografía del momento se archiva en El Nacional.

A su regreso a Canadá, la muerte lo sorprendió en el Hospital Royal Victoria de Montreal, la ciudad que se había convertido en su hogar, en el refugio de un hombre que deseaba vivir tranquilo. Allá recibía las noticias de Venezuela y las comentaba para El Heraldo de Cuba. En sus últimos años estuvo preparando la segunda parte de las Memorias, dedicadas a Eleazar López Contreras e Isaías Medina Angarita. También una edición ampliada de sus Cuentos grotescos, la cual Caobo Ediciones acaba de publicar en España.

La obra, la ficción como reclamo

Cuando los cuentos se publicaron por primera vez, en 1922, el volumen contaba con 33 historias, muchas de ellas divulgadas previamente en El Fonógrafo, Actualidades y Pitorreos –periódico y revistas en las que Pocaterra trabajó como colaborador–, mientras que otras fueron escritas durante su estadía de tres años en La Rotunda, la cárcel donde terminaban los adversarios de Gómez. Y aunque todas las historias no son grotescas, sí comparten el mismo fin: reflejan una crítica social hacia aquellos tiempos.

Las publicaciones en el diario zuliano El Fonógrafo llevaban como subtítulo la frase “De Cuentos Grotescos”, por lo que suponemos que desde que comenzó a escribir estas pequeñas historias Pocaterra supo que serían varias. Incluso, hubo algunas que no aparecieron en la edición de 1922: “Ecce-Homo”, “La parábola crepuscular”, “Chaleco de fantasía”, “El marido de su mujer”, “Por drama”, “La cigüeña” y “El último disfraz” son historias que parecen quedarse para siempre entre la tinta y el papel de aquel periódico.

Los 33 cuentos originales después se convirtieron en 44, cuando Pocaterra preparó la segunda edición, meses antes de morir en abril de 1955.

A pesar de que los últimos 11 relatos fueron escritos después del gomecismo, tienen la misma connotación satírica, pesimista e irónica que los demás. En todos hay alusiones, personajes y situaciones sobre la muerte, los niños pobres, los abusos de la autoridad, la crueldad, la violencia y las enfermedades. Los Cuentos grotescos son el reflejo de la Venezuela de comienzos del siglo XX.

Es por ello que los personajes, tanto de las novelas como de estos cuentos, piensan, hablan y obran en venezolano, cosa que había sido comentada por el mismo Pocaterra en 1911. Lo ordinario, pero también lo raro, lo torpe, lo ridículo y lo grotesco constituyen la principal característica de su literatura. Las tramas buscan conmover no con un lenguaje sensible sino con uno más bien tosco, caricaturesco y bufón. La estética del lenguaje tiene intenciones políticas, pretende ser una expresión de denuncia y reclamo desde la ficción.

La realidad como inspiración

La Venezuela en la que José Rafael Pocaterra se inspira y vive sus primeros años es la de dos hombres, dos andinos, líderes de la Revolución Liberal Restauradora. Primero Cipriano Castro y después Juan Vicente Gómez, quienes metieron al país en cintura tras las montoneras caudillistas del siglo XIX. El proyecto para centralizar al país comenzó con la pacificación de 1903, cuando las tropas andinas derrotaron a la Revolución Libertadora, y prosiguió a lo largo del siglo XX. Contra el general Gómez no pudo nadie.

Pocaterra fue ejemplo de ello: a mediados de 1929 participó en la fallida expedición del Falke, liderada por Román Delgado Chalbaud y con la presencia de otros venezolanos. Intentaron tomar el país por las costas de oriente. El episodio terminó en fracaso y el escritor tuvo que huir junto al hijo del invasor, Carlos, quien presidió la junta militar de 1948 hasta su muerte en 1950. A su regresó a Canadá, se dedicó a impartir clases en la Universidad de Montreal y a colaborar con los antigomecistas en el exilio.

Volvió a Venezuela en 1936 y visitó la tumba del exdictador: “Allí están enterrados veintisiete años de la historia de Venezuela”, escribiría después.

La muerte de Gómez abrió caminos para la democracia y Pocaterra inmediatamente se puso a disposición de Eleazar López Contreras. En 1939 fue electo senador para el Congreso y en julio de ese mismo año pasó a presidir el Ministerio del Trabajo y Comunicaciones. Casi dos años después asumió la presidencia del estado Carabobo, cargo que ejerció hasta 1943.

La presidencia de Medina Angarita significó una nueva etapa en su carrera como funcionario público: ser representante de Venezuela ante el mundo durante la Segunda Guerra Mundial.

Como diplomático estuvo en Gran Bretaña, la Unión Soviética, Brasil y Estados Unidos. Su continuidad es relevante a la luz de la situación de aquel momento: sin distinción política trabajó con Medina, Rómulo Gallegos y los militares. En 1950 se retiró de los asuntos públicos y, aunque murió en 1955, su obra no pierde vigencia.

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