Opinión

Larrazábal, militar civilista como Páez, Sucre y López Contreras

Wolfgang Larrazábal Ugueto fue un militar civilista, que entendió los límites y verdaderas obligaciones del uniforme. Abundan los casos de hombres de armas que ejercen el poder de forma despótica, pero por fortuna, también los hay respetuosos de las libertades y la institucionalidad

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El 24 de julio caen dos aniversarios importantes en nuestra historia mejor. Ese día, en 1783, nace Simón Bolívar y cuarenta años redondos más tarde, tiene lugar la Batalla Naval del Lago de Maracaibo, motivo por el que se celebra el Día de la Armada venezolana. De ésta, en la cual el comando correspondió al almirante Padilla, nativo de Riohacha, el año pasado se conmemoró el bicentenario, con actos y obras para la capital zuliana que resultaron empalidecidos por el recuerdo lejano de los del sesquicentenario.

Los dos hechos me invitan a una reflexión acerca del civilismo en nuestra institución militar. Del civilismo del Libertador hay varios testimonios documentales y también prácticos. Consciente de que las armas nos darían la independencia, pero sólo las leyes nos darían la libertad, profesó que “Un soldado feliz no adquiere ningún derecho para mandar a su patria. No es el árbitro de las leyes ni del gobierno. Es defensor de su libertad». También porque al nombre glorioso de nuestra Armada, estará asociado siempre el de un contralmirante suyo a quien correspondió en hora muy difícil de la nación, asumir su responsabilidad con el pueblo y sus libertades y presidir, en 1958, la transición hacia la democracia. Hablo de ese marino carupanero, decente y cordial que se llamó Wolfgang Larrazábal Ugueto.

Lo conocí personalmente ya siendo él Senador de la República. Al Congreso fue electo en sucesivos períodos, después de su destacada carrera militar que culminó en la comandancia de la Armada, la Presidencia de la Junta de Gobierno, la candidatura presidencial por URD y el PCV y la Embajada en Chile, donde me consta que una década después de haber concluido su misión en la república austral, se seguían recordando con afecto sus criollas simpatía y sencillez.

¿Por qué hablo del civilismo de Larrazábal? Lo cuento para los más jóvenes. Como Presidente provisional se rodeó de civiles ilustrados y sinceramente interesados en enderezar institucionalmente a Venezuela. Convocó a elecciones de inmediato, en vez de pretender eternizarse en el poder, sabiéndose con enorme popularidad, sobre todo en Caracas y el Centro, así como prestigio en la institución armada. Renunció a la Junta para competir como candidato en plano de igualdad y no obstante su considerable votación, segundo de Betancourt muy por encima de Caldera, reconoció de inmediato el triunfo del nuevo mandatario.

En la vida civil fue, como dije, electo senador, presidente del partido Fuerza Democrática Popular y otra vez candidato presidencial en la contienda que ganó Leoni. En su modesta quintica en Santa Mónica vivía cuando el destino lo puso al frente del país. Allí siguió residiendo hasta su muerte, con ejemplar austeridad republicana y un decoro que es modelo para quienes tienen la digna vocación militar tanto como para las personas que se dedican a la vida pública. Casado con Doña Mercedes Peláez Bustamante y padre de cinco hijos, en una hermosa familia venezolana.

Larrazábal, desde luego, no es el único. Así como no nos faltan casos de hombres de armas que ejercieron el poder despóticamente, abundan también los ejemplos de militares civilistas. Para no cometer involuntarias injusticias, no me pondré a hacer una lista a vuela pluma. Subrayaré sólo dos nombres cuyo relieve histórico los coloca, me parece, por encima de toda discusión.

Empezando por el general José Antonio Páez, un héroe de verdad que se empeñó en que esta república por cuya independencia había luchado, tuviera desde 1830 un régimen constitucional de libertades, con alternancia efectiva y derechos reconocidos para todos. O el Mariscal de Ayacucho Antonio José de Sucre, “el Abel de Colombia” según Bolívar a quien fue fiel sin obsecuencia; Presidente del Congreso de la Gran Colombia, gobernante constructivo e institucionalista en Bolivia. Y al artífice de la transición de 1936, el general en jefe Eleazar López Contreras, quien en lugar de intentar prolongar el sistema dictatorial imperante desde fines del siglo XIX, se atrevió, a base de calma y cordura, a iniciar la trabajosa andadura de construir institucionalidad.

Venezuela tiene de ellos razones para el recuerdo agradecido y la institución militar de la que provinieron, motivos de legítimo orgullo.

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