Opinión

Reinvindicar al Fujimorismo

Si la izquierda reivindica regímenes como de Fidel Castro, Velasco Alvarado, Daniel Ortega o Hugo Chávez ¿Por qué la derecha no puede reivindicar a Alberto Fujimori?

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La derecha en el Perú se quedó sin argumentos como la centroizquierda de adjudicarse como alternativa inmaculada del pecado de la corrupción frente al fujimorismo y rescate de la decencia pública. Resultó lo contrario.

En eso se basaron los liberales Mario y Álvaro Vargas Llosa para apoyar a Ollanta Humala en las elecciones del 2011, presentándolo como alternativa moderada tipo modelo brasileño de Lula Da Silva en contraposición a la primera candidatura de Keiko Fujimori. El proyecto avalado por los Vargas respondía a designios imperialistas de la izquierda internacional respaldada en el poder económico corrompedor de la burguesa empresa Odebrecht.

Igual resultó Pedro Pablo Kuczynski, simplemente un coimero de oficio como su vicepresidente “el lagarto” Martin Vizcarra, un coimero mayor crónico pero cuyo cinismo de  invocar una supuesta moralidad y lucha anticorrupción lo llevó a realizar prácticas autoritarias como persecución a opositores convirtiendo al poder judicial y ministerio publico en órgano represivo; provocando el suicidio del ex presidente Alan García. ¿Dónde estará el ex primer ministro y actor Salvador Del Solar, con sus truculencias cumplía las órdenes del “lagarto” para cerrar el Congreso peruano?  A la derecha se le había caído la última “hoja de parra” de alegar decencia frente al fujimorismo.

Los partidarios de Pedro Castillo y el Partido Perú Libre – me imagino de la oligarquía – comienzan a pedir un proceso constituyente para abolir la vigente Constitución promovida por Alberto Fujimori. No se puede desconocer su origen en un proceso refrendario popular  y necesario en 1993, para luchar contra el terrorismo de Sendero Luminoso y Movimiento Revolucionario Túpac Amaru finalmente derrotados, la hiperinflación e implementar el libre mercado y fomentar la empresa privada que ha dado viabilidad económica  al Perú, vigente en el siglo XXI.

Se tuvo que superar un proyecto colectivista-marxista de Juan Velasco Alvarado (1968-1975) igual que Chile de Salvador Allende (1970-1973). El costo fue grande sin desconocer ni dejar de lamentar los altos costos en derechos humanos  en los regímenes de Alberto Fujimori (1990-2000) y Augusto Pinochet (1974-1990) ¿Pero acaso los regímenes izquierdistas de Cuba, Nicaragua y Venezuela no han sido igual de represivos en pleno siglo XXI? Donde queda la violencia política y terrorismo que Sendero Luminoso y MRTA implantaron en Perú en las dos últimas décadas del siglo pasado.

La visión de la derecha de creer que el Perú ni siquiera es Lima, sino se limita a los lujosos distritos financieros de Miraflores, San Isidro o San Borja;  no ha realizado una evaluación seria y sensata sobre el porqué a pesar que han pasado 20 años, el fujimorismo mantiene una base popular e identificación de los sectores populares con Alberto Fujimori (incluso muchos creen que fue el mejor presidente del Perú). ¿Habrá pensado que el fujimorismo podría ser la identificación de lo popular con sus valores?  

La derecha peruana llegó al poder no derrotando a la izquierda sino al fujimorismo. Algo extraño pasó en las elecciones 2016. El fujimorismo ganaba a la izquierda en la primera vuelta, dando oportunidad que la derecha participe en la segunda; posteriormente esta última ganaba con votos de la izquierda que el fujimorismo había previamente derrotado.

Toledo, Humala,  Kuczynski o Vizcarra mantuvieron el orden Constitucional fujimorista a pesar de su antifujimorismo. Lamentablemente el empresariado peruano que  tiene derivación partidista en la política, erróneamente ha considerado que la política es solamente economía y tecnocracia; cuando realmente es mucho más que eso. El fujimorismo ha advertido  e internaliza ese detalle que le ha permitido sobrevivir.

La frustración que significó el gobierno de Kuczynski, pero peor del “lagarto” Vizcarra y “Pantaleón Del Solar” para la derecha peruana es inconmensurable. El cinismo del “lagarto” es asombroso, no tiene convicción ideológica, un verdadero mutante que mantiene aún el control del poder judicial y ministerio público, a pesar de los delitos de corrupción investigados todavía permanece libre y campante. Probablemente el “lagarto” sea el director en sombras  de la campaña del candidato  Castillo que reivindica un gobierno colectivista conveniente para pseudo-empresarios carentes de escrúpulos  ideológicos.

Castillo utiliza la misma estrategia electoral de Fujimori en los 90, este último fue un candidato prácticamente desconocido y sin historial partidista llegando a la presidencia identificándose con el Pueblo o “Perú profundo”; un término académico utilizado por el historiador Jorge Basadre (1903-1980) que tanta urticaria ha causado últimamente.  El caballo de Castillo en el siglo XXI, es el tractor de Fujimori en los 90, del siglo XX.

Quienes  se identifican con el libre mercado y más aún con veinte años de democracia ininterrumpida en el siglo XXI, ha permitido una libertad de expresión abierta; tendrían que reivindicar al fujimorismo sin temor alguno como la izquierda reivindica al régimen dictatorial de Fidel Castro, su dinastía y adláteres continentales.

La diáspora venezolana particularmente en el Perú que pudiese aproximarse a un millón, es la tragedia real de un populismo de izquierda militar fracasado  que acabó con la empresa privada y el aparato productivo, aunque sensatamente siempre fue sustentado por un petro-estado extinto.

Volver a la tragedia de un gobierno colectivista como de Velasco Alvarado, con su carga de autoritarismo, ineficiencia, corrupción y dosis de demagogia populista que ingentes beneficios económicos y privilegios trajo a las élites militares de la época y la diáspora peruana a la Venezuela civil y democrática del siglo pasado. El fujimorismo podía ser la “mejor opción” ante la disyuntiva del presente  proceso electoral peruano.

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