Salud

Una noche en el Hospital Clínico Universitario (Parte II)

En la emergencia, las dos máquinas de electrochoque disponibles están dañadas. Las gasas, el algodón y los pocos antibióticos en existencia se cuidan como si fueran oro. Los pacientes, a veces, deben esperar hasta 12 horas para ingresar, y en muchos espacios no hay asepsia

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Texto: Jefferson Díaz | Fotos: Andrea Hernández

Son las seis de la tarde en las afueras de la emergencia del Hospital Universitario de Caracas -también conocido como el Clínico Universitario. Sobre Caracas hay un cielo cerrado, gris y con poca profundidad. Parece que fuera a llover pero luego de unas horas, la noche logra colarse entre las nubes mientras una docena de personas descansa sobre camas de cartón y bolsas de plástico. Esperan entrar para visitar algún paciente o ser atendidos por los médicos de guardia. Es sábado, 19 de marzo de 2016.

Existe una cacería dentro del hospital de los que se quejen, reclamen o emiten algún tipo de comentario negativo sobre las instalaciones. El personal de seguridad, los vigilantes administrativos -término acuñado por la dirección del hospital para darle poder a personas vestidas de civiles que velan porque «nadie se equivoque»-, y algunos médicos, y enfermeras aguzan el oído para denunciar «conspiraciones» contra La Revolución.

Escalera Hospital Clínico Universitario

“Aquí no se puede hablar mal del gobierno porque te fichan”, comenta el familiar de uno de los pacientes en emergencia. Sin embargo, la palabra tiene una valentía incalculable.

48 kilos de temple

William Bermúdez de 44 años, tiene una voz pausada y melodiosa. Padece de leucemia en su cuarta etapa y llegó el viernes a las cuatro de la tarde con una diarrea crónica y las plaquetas en niveles muy bajos. “Sentía que me estaba muriendo. Un amigo, que es mototaxista, me dio la cola desde mi casa en El Valle hasta acá. Cuando llegué, los doctores me dijeron que no había cama para hospitalizarme. Me mandaron a esperar mi turno sentado en un sofá”.

Y así lo hizo. Esperó 14 horas hasta que le consiguieron una camilla en emergencias. Le duele la espalda y el pecho. También, confiesa que le cuesta mucho moverse y tuvo que orinarse encima porque no había quien le cuidara sus cosas mientras iba al baño. “No quiero que me roben aquí”, comenta.

No llora, no se amilana. Es un hombre con mucha fortaleza a pesar de sus 48 kilos.

Hospital Clínico Universitario Emergencia

La emergencia del Clínico es laberíntica. Tiene dos entradas: una que da a la calle frente a la Facultad de Medicina de la Universidad Central de Venezuela, y otra que comunica con un patio interno del Clínico. Si entras por la primera, llegas a una sala dividida en cuatro estancias por un pasillo en forma de ele. Si ingresas por la segunda, caes a un especie de lobby, donde hay dos cuartos para hacer evaluaciones primarias antes de que te manden a la sala principal. Solo hay dos baños para pacientes, médicos y enfermeras. Adentro huele a alcohol, humedad y desperdicios humanos.

Seguir el olfato no es la mejor idea, pero te da un sentido exacto de cómo la asepsia y su regularidad se divorciaron del lugar.

Diálisis solo para el que esté peor

Betina lleva 20 horas en emergencia. Llegó con su mamá el viernes por la tarde y esperaron seis horas hasta que le consiguieron a la señora Infante una camilla. Tiene fuertes dolores abdominales y aún no le dan diagnóstico. “Ya descartaron Amibiasis. Dentro de poco deberían hacerle otros exámenes para determinar qué tiene”. Con más de 70 años encima, Infante no habla. Un dolor que le llena las entrañas se asoma en su rostro. Con una mano aprieta la sábana para darse coraje y con la otra trata de taparse la boca para que su vómito no caiga al piso.

Su hija busca dos hojas de papel periódico y cubre el charco que se forma debajo de la camilla. A los pocos minutos, uno de los enfermeros le dice que tenga cuidado con el periódico porque alguien puede pisarlo y formar un reguero.

Las dos máquinas de electrochoque están dañadas. La gasa, el algodón y el alcohol se cuidan como si fueran oro y los antibióticos -los pocos que hay-, se administran en casos de extrema urgencia. De los dieciséis monitores para el control de los signos vitales solo funcionan diez. De resto, los familiares tienen que comprar las medicinas y demás insumos que se necesiten. Los cupos para la diálisis son escasos. Hay tres. Así que los pacientes que lleguen con insuficiencias renales se clasifican entre los que puedan aguantar y los que no. Mientras que las camillas operativas varían entre 20 o 25, dependiendo de si se puede reparar alguna rueda o baranda que se les dañe.

El trajín del personal médico apunta a una carrera de obstáculos. A una lucha por la supervivencia de sus pacientes.

Hasta ahora no ha llegado ningún herido de bala, sobreviviente de algún accidente de tránsito -por lo general son motorizados-, o alguna víctima de las tantas situaciones que hacen de Caracas la ciudad más peligrosa del mundo.

Hospital Clínico Universitario Sangre

Rayos X por Whatsapp

Carlos tiene los dos ojos hinchado como pelotas de golf, la boca rota. Todo su rostro es un gran moretón. Cuenta que cuando llegaba al edificio donde vive en San Martín, dos personas trataron de robarlo. Peleó con todas sus fuerzas pero los ladrones lo acorralaron golpeándolo con dos tubos.

Su mamá escuchó el alboroto y sintió que debía bajar a la calle para ver qué pasaba. “Algo me decía que mi muchacho estaba mal”, comenta. Al llegar lo encontró tirado en el piso, chorreando sangre. Cuando llegaron al Clínico los dejaron pasar de una vez. Sentaron a Carlos en una silla corroída por el tiempo. Le toca esperar los rayos X para saber cuáles huesos tiene rotos.

Desde mediados del año pasado no hay acetato para imprimir las láminas de rayos X. El radiólogo de guardia pasa las imágenes a su celular y se las envía a los doctores por WhatsApp.

Casi con las nueve de la noche y el personal de seguridad manda a retirar a todos los familiares. No hay excusa que valga, y tampoco amabilidad. Quien reclame se las verá con una especie de Gestapo venezolanizada, que justifica sus acciones con el lema de trabajar por el bienestar del hospital y sus pacientes.

Hospital Clínico Universitario Camas

Una vez afuera, muchas personas se preparan para pasar la noche en el piso. Adentro dejaron botellas con agua potable, algo de comida y cobijas para que sus familiares no pasen frío. Le piden a las enfermeras que velen por sus madres, hijos, hijas, esposos y así sigue el conteo. La única cafetería que tiene el hospital cerró hace rato, y comprar café o chucherías a los comerciantes apostados frente a emergencia es exponerse al sobreprecio. Una botella de agua está en 280 bolívares, un chocolate pequeño en 400 y el café pequeño llega a 200.

“¡Destrúyeme eso!”

Muchas historias rodean al hospital Clínico Universitario. Entre tantas, hay una que siempre evoca el artista Mateo Manaure. Él cuenta que meses antes de inaugurar el edificio, el arquitecto Carlos Raúl Villanueva lo invitó a dar un paseo por la Ciudad Universitaria. Una vez que estuvieron frente al hospital, sostuvieron el siguiente diálogo:

—Manaure, ¡destrúyeme eso!
—Maestro, ¿cómo voy a destruir su obra?
—Esa obra es ajena a mí. ¡Destrúyeme eso con color!

Manaure puso manos a la obra y creó “La policromía”. Un conjunto de franjas de colores que decoran toda la estructura e incorporan esa masa blanca que representaba el nuevo hospital a la arquitectura moderna de la Ciudad Universitaria. Para 1956, año que entró en operaciones, representaba uno de los centros de salud más modernos del continente y una obra de arte emblemática para Caracas.

Sesenta años después, la policromía luce triste y descuidada. El hospital está enfermo. Sufre del peor de los males: el abandono.

Lea Una noche en el Hospital Clínico Universitario (Parte I).

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