Sobre el coronavirus y otras particularidades
El coronavirus es grave, como cualquier enfermedad peligrosa, pero no es la primera, no será la última y tampoco se pinta como la peor
El coronavirus es grave, como cualquier enfermedad peligrosa, pero no es la primera, no será la última y tampoco se pinta como la peor
En todo análisis de un problema tenemos que distinguir lo absoluto de lo relativo, o viceversa. Según cifras de la Organización Mundial de Salud (OMS), mueren de gripe grave al año, en el mundo, 650.000 personas, es decir, 1.780 personas al día. Al momento de escribir estas líneas, han fallecido a consecuencia de complicaciones por el coronavirus 4.615 personas, de 126.012 casos.
En términos absolutos, las muertes por complicaciones gripales son mucho mayores que por el coronavirus. En términos relativos, tomando en comparación el número de personas engripadas en el mundo frente a las muertes que se producen, la gripe tiene una letalidad menor a 0,1%. En el caso del coronavirus, tomando en consideración el número de enfermos, versus las muertes que produce, la letalidad es mucho mayor, puesto que se ubica entre un 2 y un 4%.
El índice de recuperación del coronavirus es superior al 95%. Muchas de las muertes tienen que ver con complicaciones o enfermedades previas, sumado a una deficiente atención o a bajas condiciones de salubridad.
Recientemente, la OMS declaró el brote de coronavirus como una pandemia global. La primera de la que se tiene registro en la historia fue la plaga de Atenas en el año 430 antes de Cristo, que acabó con un tercio de la población de Atenas, en ese entonces de 150.000 habitantes.
Una de las más impactantes en el siglo XX fue la gripe española, que entre 1918 y 1919 se llevó entre 25 y 50 millones de víctimas. En el lenguaje común usamos mucho la expresión «Peste Negra» la cual tuvo lugar en 1346 (segunda oleada de peste bubónica) y cobró 34 millones de víctimas. Algunas pandemias tienen años activas y no han desaparecido. Es el caso del SIDA, que desde 1981 ha cobrado mas de 30 millones de víctimas y todavía lo sigue haciendo. En el siglo XXI, casi cada dos o tres años explota un brote viral significativo que alerta y activa a los medios de comunicación.
El asunto del coronavirus es serio, como cualquier enfermedad que ponga en peligro a la humanidad, pero no es la primera, no será la última y tampoco se pinta como la peor. El mundo está más informado y hay más capacidad para dar respuesta y contener su expansión que en otras épocas.
En esta oportunidad, el pánico es más intenso porque, en los últimos años, el acceso a la información y a la desinformación es mucho mayor que en otras épocas y, como me dice un buen amigo, los teléfonos inteligentes son más inteligentes, y por consiguiente, la generación de información en tiempo real arroja un conteo instantáneo de los casos que permite casi que enterarse en donde tose una persona sospechosa de llevar la enfermedad.
Hay otras “pandemias” a las que no les prestamos atención y que matan más gente. Todo los días mueren en el mundo aproximadamente 155.520 personas (57 millones al año). Por alcoholismo mueren 2 a 3 millones de personas al año. 1.825.000 por SIDA, 5 millones por fumar, 550.000 por asesinatos (nuestro país contribuye mucho a abultar esa cifra) y 13 millones por causas medio ambientales.
Según Naciones Unidas, en 2017 murieron 6,3 millones de menores de 15 años por causas perfectamente prevenibles. Por si fuera poco, todos los días mueren de hambre (sí, ¡de hambre!) 8500 niños. Creo que muchos gobiernos y/o gobernantes son peores plagas, que el virus más terrorífico.
Aunque no me disgustan las teorías conspirativas, pero tampoco veo el mundo a través de ellas, me distraen algo. Veo como se ha comportado en estos días de mayor globalización e interconexión, la economía mundial y sus componentes, sumado a otras áreas y variables, y me cuesta mucho no creer que hay sectores, compañías, personaso países que le están sacando partido a esta, llamémosla, coyuntura.
La penúltima visita del cometa Halley a la tierra en 1910, fue anunciada por muchos periódicos como «el breve preludio del final de los tiempos». Muchas personas compraron máscaras para evitar que la cola del cometa los azotara y así evitar respirar los gases venenosos que la ciencia de aquella época sabía con certeza que no iban a alcanzar la tierra.
Algunas personas decidieron suicidarse para evitar enfrentar la repudiada visita, otras tantas saldaron sus cuentas con sus parejas, amigos, acreedores y sobre todo con Dios. Otros se endeudaron a más no poder. El hombre que metió el cuento de los gases venenosos del cometa fue sir William Huggins. quien, después de asustar a media humanidad, señalando que el ácido cianógeno de la cola cometaria iba a envenenar a muchos, murió de causas naturales pocos días antes de que el cometa pasara cerca de nuestro planeta.
Me llega un video de esos cientos que circulan por internet. Un hombre en un supermercado señala que falta esto y lo otro en el carrito de mercado. Sale en el video repasando nerviosamente su lista mental de última hora. También aparece una señora vestida de negro con una bolsa plástica transparente, de esas que sirven para guardar verduras, cubriéndose toda la cabeza. La señora en cuestión, azorada, dice que se muere de “la calor”. Estoy seguro de que se va a morir primero asfixiada que de “la calor”…o por el coronavirus.
En las vitrinas de libros de las librerías españolas uno de los más expuestos y vendidos es “Virus: una guía ilustrada de los microbios increíbles”. Las ventas de La peste, de Albert Camus, se han incrementado en Francia. En Estados Unidos el consumo de películas, series y libros sobre virus, pandemias, zombis se han disparado, cosa que no ha sucedido con los libros sobre filosofía o religión.
En los noticiarios que relatan las incidencias del coronavirus se ven los carritos de mercados llenos de papel higiénico y agua mineral. ¿Cómo para qué?
Para el gran divulgador científico Isaac Asimov, la vida terrestre estaba más amenazada por los conflictos que surgen del desarrollo de la inteligencia de la especie humana que de la lucha contra las enfermedades infecciosas o las nuevas enfermedades. La guerra, la codicia o la maldad son mucho más letales que las enfermedades infecciosas.
Cierro con estas palabras del filósofo suizo Alain de Botton en su libro: Las noticias: un manual de usuario: “La tragedia de los demás debería recordarnos cuán cerca estamos de comportarnos de manera amoral, intermitente o violenta. Ver las consecuencias de tales impulsos desgarradoramente en la vida de extraños debería hacernos sentir a la vez asustados y compasivos en lugar de ser arrogantes y justos. Por su parte, los accidentes que cada día destruyen a nuestros semejantes deben demostrarnos cuán expuestos estamos constantemente al riesgo de muerte súbita y lesiones, y por lo tanto aclarar con qué gratitud y generosidad debemos saludar cada hora sin dolor».
¡Salud para todos!