Segunda dosis en Parque Miranda: extrema lentitud, desorden y básquet incluido
El proceso para recibir la segunda dosis en Parque Miranda empezó ayer. Es muy lento y tiene un componente insólito: juegos del campeonato juvenil de baloncesto incluidos. Contamos un día de esta nueva fase de vacunación contra el coronavirus
Ayer, 21 de julio, comenzó el proceso de vacunación contra el coronavirus en Parque Miranda. Solo inyectaban la segunda dosis del producto chino Sinopharm, a personas con cita para ese día. Era imprescindible mostrar el cartón que les entregaron con la primera dosis y la cédula de identidad.
El proceso para recibir la segunda dosis en Parque Miranda es muy lento. También desordenado porque hay varios grupos de vacunación: los de primera dosis, los de segunda, y otros «flotantes».
La información es poco clara en muchos temas. Y, como no puede faltar el toque insólito, la larga espera se hace en el mismo sitio donde se juega el campeonato de básquet juvenil. Todo al mismo tiempo y en el mismo lugar: partidos de baloncesto y cola de vacunación en el gimnasio Papá Carrillo.
En ese centro de inmunización, las responsabilidades están repartidas. La carpa de inyección como tal la maneja la Cruz Roja, aunque muchas enfermeras provienen de organismos públicos. Ese recinto funciona perfecto. El problema es llegar allí porque la fila para vacunarse es de dominio de la gobernación de Miranda.
En total, el proceso para recibir la segunda dosis en Parque Miranda duró seis horas: dos en la calle y cuatro dentro del complejo deportivo. De ellas, cerca de tres y media transcurrieron en las gradas del gimnasio cubierto, con juegos de baloncesto en vivo.
Dos filas en la acera
El desorden comienza en la fachada de Parque Miranda. Personas agolpadas en la puerta hablando con los policías estadales que la resguardan, atletas entrando por una reja lateral y a un lado, sobre la estrecha acera, dos colas: los de primera y los de segunda dosis.
Las filas son largas, ocupan cuadras, porque hay cientos de personas. Ese centro de vacunación, en su primera fase que comenzó el 30 de junio, atendió a mil personas por día. Todas ellas recibieron cita para segundas dosis. Y a ellas se suman los citados para recibir la primera inyección.
Al entrar chequean, con cédula, la fecha de la cita anotada en el cartón de vacunación. Adentro, la cola se divide en el patio exterior al gimnasio: hacia la derecha los de segunda dosis y hacia la izquierda, los de primera.
«¡No más de primera dosis!» y no era verdad
Poco antes del mediodía, salió del gimnasio una funcionaria de la gobernación de Miranda. Desde arriba gritó dos veces al policía de la puerta: ¡No me pases más de primera dosis que se acabaron!».
El policía transmitió la orden pero la gente igual se quedó. Después de perder tantas horas de su tiempo, seguramente se resistían a perder la esperanza. Tenían razón: unos minutos después, dejaron entrar a otro grupo.
Realmente, siguieron entrando todo el día pues, a las 4 pm, un funcionario que se supone de la gobernación (no tenía uniforme) gritó a los de la entrada de la carpa de vacunación: «Aquí hay dos más de primera dosis, son estos dos, los últimos y ya. Y yaaaa», mientras acompañaba a una pareja. Enseguida le dijo a la mujer: «Pasa por aquí, mi amor, que te van a meter sin hacer la cola».
¿Y este juego de básquet?
La cola de la segunda dosis desemboca en la entrada lateral del gimnasio cubierto Papá Carrillo, donde se juega el campeonato juvenil de básquet. No es sorpresa porque, desde afuera, se escucha la «chicharra» y los gritos del animador.
Allí están las mesas de registro. Funcionarios de la gobernación se esfuerzas por llenar las planillas, visiblemente aturdidos con los gritos amplificados por un micrófono que tienen justo atrás y las dificultades para escuchar a las personas que, además y lógicamente, tienen puestas mascarillas.
En ese punto, los futuros vacunados deben mostrar el cartón con la cita y la cédula; suministrar edad, zona de residencia, lugar de trabajo y teléfono e informar sobre enfermedades prevalentes.
Enseguida les quitan el carnet de vacunación y los hacen pasar a las empinadas gradas, para sentarse en orden, por filas. A muchos, sobre todo mayores, se les hace complejo bajar por los pequeños escalones. El joven que recibe los carnets los ayuda con amabilidad. Mientras descienden, uno de ellos comenta: «Hay que tener cuidado con estas escaleras porque matan más que el covid».
Allí comienza la parte más larga de la espera, todos como público forzado de los juegos de baloncesto. Unos pocos, tomando partido repentino por alguno de los dos equipos, aplauden las cestas de vez en cuando. Pero la mayoría se distrae con el celular o conversando entre sí. Están sentados lo suficientemente cerca como para conversar sin mucho esfuerzo, a pesar del ruido.
Algo positivo es que el gimnasio tiene baños abiertos para quienes esperan por su vacunación y puestos de comida. Sin embargo, muy pocos se paran del cemento donde están sentados.
Tres horas después, el distanciamiento
Para las cientos de personas de segunda dosis se habilitó el ala frontal del gimnasio. Se les organiza en filas. Como es tanta gente, el distanciamiento entre una y otra persona es de pocos centímetros.
Sorprendentemente, tres horas después de permanecer sentados estrechamente en las gradas, apareció un funcionario con una gorra negra con los ojos de Hugo Chávez bordados. Obligó a quitar una cuerda amarilla que bloqueaba el paso a otra área de las mismas gradas y ordenó a la gente sentarse más separada, para «guardar el distanciamiento».
Eso generó discretas bromas entre los asistentes. «Ah, es que el virus sale es a esta hora. Antes no», rió una joven que esperaba para vacunarse.
La lentitud extrema
A diferencia de cuando se colocó la primera dosis, cuando el ritmo de personas que llevaban a la carpa era ágil, el proceso para la segunda dosis se convirtió en un letargo. La razón es que pasaban a muy pocos individuos y con mucho tiempo de diferencia entre uno y otro grupo.
Se midió el tiempo. Cada 15 a 18 minutos, una funcionaria de la gobernación de Miranda (una de las pocas que llevaba una franela identificativa) llevaba a un grupo de personas que, al principio, eran solo 15. Luego, más avanzada la tarde, aumentaron a 20 pero el tiempo de espera siguió siendo el mismo.
El proceso de selección del grupo también requería algunos minutos, porque chequeaban que los nombres de quienes pasaban coincidieran con los carnets que tenían en la mano. Todos debían haber cumplido dos pasos: registrarse en la entrada del gimnasio y entregar el cartón. Si no lo hacían no podían pasar, como le ocurrió a una pareja de personas mayores, a quienes dejaron esperando largo rato.
¿Por qué tanta demora para vacunar a los de segunda dosis? Nadie daba explicaciones pero, probablemente, porque le dan prioridad a los de primera dosis y porque también vacunan a otras personas que no están en ninguno de los dos grupos.
¿Y esa gente de las sillas?
Los que estaban en gradas comenzaron a observar que, después de seleccionar a los 15 del grupo de la fila normal, agregaban a otros que salían de otra parte.
«Aquí como que hay colas escondidas», observó un señor que llevaba ya tres horas esperando. «Miren a esos cinco del final de la fila, ¿de dónde serán?», agregó.
Pero la mayor sorpresa fue cuando vieron que del «público» del juego de básquet, es decir, de las sillas azules donde se supone que solo estaban quienes acompañaban a los chicos, la misma funcionaria con la franela de Miranda sacó a decena y media de personas y se las llevó a la carpa.
«¿Será que vienen del interior y aprovechan para vacunarse?», preguntó una señora, porque en ese momento jugaban Apure y Aragua. Pero no. El grupo nunca más regresó a sus asientos.
En la carpa, orden y recomendaciones
Una vez en la carpa, la espera es muy corta y todo está muy organizado. Una funcionaria entrega los cartones de vacunación, pero antes chequea minuciosamente que coincida con el nombre escrito en la cédula de identidad. Un voluntario de la Cruz Roja pasa rociando de alcohol las manos (es la única vez que lo hacen en todo el proceso de horas) y luego entregan una mascarilla nueva que es de uso obligatorio.
Tras otro registro rápido, se llega al puesto de vacunación. Una enfermera anota en el cartón el lote de la vacuna y ofrece una breve explicación del producto. Después del pinchazo, se espera unos minutos en un área reservada para ello. Un voluntario de la Cruz Roja da las instrucciones de rigor:
No beber alcohol en 72 horas.
No frotarse el brazo. Si duele, solo compresas de agua fría.
Si sienten malestar, tomar acetaminofén.
También se ofrece para responder dudas. Una señora pregunta que cuándo pondrán la segunda dosis de la vacuna rusa Sputnik V, porque a su esposo se la inyectaron en ese mismo centro de vacunación. El joven confiesa que no sabe cuándo llegarán y que, al menos allí, solo tienen Sinopharm.
Y luego, antes de dejar salir al grupo que recibió su segunda dosis en Parque Miranda, el funcionario de la Cruz Roja dispara una advertencia con una dosis de humor y una sonrisa: «Esta es su dosis final de la vacuna, así que no los quiero volver a ver por aquí. Pero, aunque están protegidos, tienen que seguir cuidándose. Usen su mascarilla, y traten de mantener el distanciamiento social».
Lo dijo una vez para los venezolanos, lo dijo una segunda vez para los demás países. Venezuela alcanzó el 102% de vacunación contra el covid-19. Es decir, se vacunó a una población mayor a la que existe. La proeza que señala Maduro tiene anonadados a muchos que ven cómo lo ilógico del número se contradice con el 50% total de vacunados que reporta la OMS para Venezuela
Solo están activos algunos centros de vacunación y aceptan a personas de cualquier edad, siempre y cuando hayan pasado seis meses desde su última dosis. Entre ellos figuran la plaza Miranda de Los Dos Caminos y el hotel Alba Caracas en Bellas Artes