Cinemanía

"Tornados", más grande, ruidosa y... ya

“Tornados” es la continuación espiritual del éxito de taquilla de 1996 que, además, intenta hacer más espectacular la historia simple de su predecesora. No solo no lo logra, sino que además recuerda que algunas historias no necesitan revisiones

tornado
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En 1996, “Tornado” de Jan Le Bon y con guion de Michael Crichton, deslumbró por dos cosas. Por un lado, tomar el alicaído cine de desastres y llevarlo a una nueva generación con una historia tan intensa como para resultar inmersiva y con un argumento simple: la redención de personajes carismáticos en medio de asombrosos efectos digitales. También probó que en el género seguía predicando la máxima de menos es más, para repasar los puntos más fuertes de sus tópicos habituales.

Pero al otro extremo, “Tornado” tuvo el mérito de triunfar en explorar en la capacidad del cine para ser muscular, directo, sin ningún tipo de profundidad real y todavía así, resultar atractivo.

La historia de Jo (Helen Hunt), una meteoróloga con un pasado traumático que intentaba curar sus heridas a través de la ciencia, era poco menos que inverosímil. Lo mismo podría decirse de la de su exesposo en la ficción, Bill (Bill Paxton), un antiguo cazador de tormentas que termina por ser el chico del tiempo en una televisora local estadounidense. Juntos, correrán el riesgo de morir para entender la dinámica y el poder de los tornados, mientras logran curar sus traumas, encontrar — de nuevo — el amor y culminar todo en un feliz para siempre no demasiado creíble.

A pesar de sus fallas, “Tornado” se convirtió en un clásico, justo por sus carencias. La espectacularidad visual era el centro del escenario, al mismo tiempo que sus competentes actores lograban que la trama se mantuviera a flote a pesar de ser lo bastante ridícula como para carecer de importancia. La combinación entre ambas cosas funcionó y demostró que los relatos ambientados en medio de catástrofes, todavía tienen mucho que contar.

Esto podría explicar la existencia de “Tornados“, que llega a la pantalla grande veintiocho años después.

«Tornados» duplica la apuesta

Lee Isaac Chung (de Minari) toma el testigo e intenta hacer lo innecesario: brindar a la historia central de una película que nunca tuvo mayores ambiciones, una segunda lectura. Eso, mientras la habitual fórmula de las secuelas en Hollywood hace lo suyo. Por lo que “Tornados” es más grande, ruidosa y por supuesto, con un número exponencialmente superior de eventos climáticos que estudiar.

También tiene un nuevo dúo de protagonistas con situaciones más o menos parecidas a las de la original, por lo que la cinta tiene algo de homenaje y al mismo tiempo de remake que no encuentra su lugar o un reboot confuso, que no lleva a ninguna parte, se encuentra en terreno de nadie. Mucho peor, está condenada a ser un producto  torpe, sin mucho que ofrecer.

Kate Cooper (Daisy Edgar-Jones), es una versión contemporánea de la Jo de Helen Hunt. Y como tal, carga sobre los hombros la responsabilidad de ser el norte moral y espiritual de la película. 

En medio de un trauma complicado — que permite a “Tornados” mostrar la furia de la naturaleza en asombrosos efectos digitales — se encuentra en un estadio de su vida en el que debe decidir si curar o solo olvidar, lo que significa la adrenalina de perseguir tornados. Una decisión que le empuja a un camino intermedio: descubrir un método para predecir la formación y por ende, poder detener, los eventos catastróficos de semejante magnitud.

Sin embargo, antes de que eso pase, tendrá que enfrentar a Tyler Owens (Glen Powell), en un papel hecho para mayor brillo de su sonrisa y de su sentido del humor de neocowboy. La estrella del momento demuestra el motivo por el que hasta el mismísimo Tom Cruise le considera uno de los hombres más carismáticos de Hollywood y arrima el hombro para que “Tornados” se convierta en una competencia por la espectacularidad.

Mientras Kate intenta hacer el bien — o algo parecido —, Tyler brilla como influencer de un canal de YouTube de adictos al peligro. Con acento tejano, un sombrero de vaquero y dispuesto a morir en la dirección en la que marque el viento, este héroe, que no pretende serlo, es, quizás, la figura más atractiva de este paisaje deslucido.

Porque de hecho, lo que asombra de “Tornados” es que sea tan superficial, pudiendo ser mucho más. La historia — copia de la anterior, por supuesto — está ahí. Y también este paseo por las llanuras estadounidenses, en plan de domadores de tornados. La experiencia visual es abrumadora y realista. Seguramente habrá varios premios esperando a la película por su calidad sonora y visual.

Pero no pasa de ese punto y se lamenta cuando su director, de vez en cuando, profundiza en lo que podrían haber sido dilemas y preguntas más allá de tablas, casas y vacas voladoras. Para su final — si viste la primera, no hay sorpresas en qué concluye esta — la película muestra su pedigrí de blockbuster anual. ¿Interesante? No lo suficiente. ¿Memorable? Lo más probable es que “Tornados”, a pesar de sus estallidos y extravagancias, solo se recuerde si llega a vencer en taquilla.

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