Pasa el día obsesionado con el recuerdo, plasmando el tiempo en colores y viajando una y otra vez en la memoria hasta que llega la noche. Entonces, traslada todas sus paletas y lienzos a la planta baja de su residencia artística y continúa evocando escenas cotidianas hasta que llega la hora del café o se rinde al olvido en un sueño profundo.
La pintura de este caraqueño se ha derivado de una investigación larga y vasta sobre el proceso cognitivo de la memoria. Para él la evocación, el tiempo, el olvido y los viajes son fuentes de creatividad. Sus recorridos —cotidianos, por Venezuela, el mundo y hasta oníricos— son la materia prima de su arte. De ahí que su arte lleve el nombre de Pintura Mnémica.
—Tu trabajo siempre ha tratado el tema de la memoria, ¿Qué es lo que más te impresiona de este proceso cognitivo y cómo lo asocias a tu trabajo?
—Me considero una persona muy nostálgica, hablando desde el proceso evocativo. Siempre estoy recordando cosas. No porque el presente sea malo, sino que me gusta revivir momentos. Trayéndolos al presente los vivo de nuevo. De tanto hacer ese ejercicio de memoria, me he dado cuenta de que hay muchas cosas que investigar. Cómo se comporta la memoria, cómo se comportan los recuerdos, cómo el olvido influye en el proceso, cómo las patologías afectan a este proceso cognitivo y al sistema mnémico. La pintura es el espacio donde yo proyecto estas cosas que me ha tocado investigar. Estoy en la búsqueda de todas las posibilidades de la memoria. Sé que son muchísimas y sé que quizás no lograré atajarlas todas.
—¿Crees que tu pintura refleja de alguna manera el inconsciente colectivo venezolano, que la búsqueda de la cotidianidad, apele a la memoria colectiva de nuestra sociedad?
—Es inherente. Me parece que aunque no esté planteado en mi trabajo, cada vez se ha vuelto más colectivo ese proceso. Son mis propios recuerdos, mis propios viajes, mis propias anécdotas cotidianas, mis espacios. Pero todo eso se vincula. Todo lo que pasa en mi pintura es tan circadiano que la gente puede relacionarse con ella. Entonces, me la arranca, se apropia de ella. La memoria colectiva está implícita en el proceso plástico porque nadie pasa desapercibido frente a esas imágenes, sobre todo la de los productos que son con las que la gente se queda enganchada. Hay curadores que dicen que mi trabajo es “pop” y de alguna manera sí lo es, porque es popular. Andy Warhol llega a la colectividad porque también hacía cosas muy cotidianas, cosas de reproducción masiva. Yo no lo vinculé con eso, pero caló así. Porque pinto unos productos que además en este momento se ha vuelto un tema bastante importante, porque no se consiguen.
—Nos habías comentado que tu intención con la serie de los productos no era resaltar que estos escasean, sino que el espectador le suma esa lectura a la obra.
—Se vuelve totalmente subjetiva la interpretación. Lo interesante de eso es que yo comencé a hacer esa serie en el 2010, cuando no había este problema de escasez, cuando todavía estos productos se encontraban en los supermercados. Pero la gente que no conoce ese proceso y lo ve ahora, asume que habla de la escasez aunque esa no era mi intención. Es válido. No tiene que ver con el problema político y económico actual, pero bienvenido. Porque el espectador no está alejado de lo que está pasando.
En algún momento pensé en dejar esa serie porque no quería que se vinculara con el tema. Pero más bien ha tenido una catapulta. No me interesa caer en un espacio tan comercial, pero se ha ido moviendo.
—Me imagino que no te gusta de que la gente lo tome como arte de protesta, que tergiverse tu intención
—No me puedo poner en esa actitud. Son mis propias experiencias, pero hay muchas opiniones sobre el trabajo y distintas además. Ahí está la subjetividad haciendo lo suyo.
—Nos comentabas que algo parecido te pasó con tu apropiación del cuadro “La vara rota”, de Arturo Michelena. Que el público interpretó que tu discurso señalaba que el Gobierno embestía a la empresa Polar.
—Ese es un cuadro de una corrida de toros que se dio en Francia, no me preguntes cuando, pero donde un toro corneó a un caballo. Michelena pinta esa imagen violenta, y el toro aparece atravesando el caballo. Lo que hice fue una apropiación y cambiar el caballo por una paca de Harina Pan. Yo lo hice como que me pareció divertido. Ese cuadro es parte de una serie que estoy trabajando que se llama Híbridos, en la que me apropio de escenas del arte clásico y contemporáneo y las traigo al contexto nacional, lo que está pasando ahorita. Me ha parecido una dinámica súper divertida.
—Pero trayendo esas escenas al contexto nacional, sí estás apelando al inconsciente colectivo y al tema de la crisis económica actual.
—Sí, eso ocurre, pero en primeros términos no lo había hecho con esa intención. Pero fíjate que esa interpretación yo no se la había dado, la de ver al toro como el Gobierno que está embistiendo a la empresa privada.
De hecho, Luis Pérez Orama, un curador de arte latinoamericano que es venezolano y que ha seguido muy de cerca mi trabajo, me dice: “yo quiero ver ese cuadro de Michelena que hiciste”. Yo se lo paso y él me dio unos tips muy buenos sobre la obra. Él me dice que el toro es el único personaje de la obra que está viendo al espectador, todos los demás están en su peo. Me da toda una cátedra y el pana me dice: “el toro que está atravesando esos cojines” —y yo le digo: “no son cojines, son pacas de Harina Pan. El cuadro se llama la paca rota”— y él dice: “Lo que es no vivir en Venezuela. No me había fijado que eran pacas de Harina Pan”. Ves, es otra interpretación. ¿Unos cojines, qué va a hacer un toro atravesando unos cojines?
—De esos paquetes o marcas que quizás quedaron para la memoria, porque ya no se consiguen, cuáles son las que más extrañas o las que están grabadas en tus papilas gustativas.
—En el tema de los productos, creo que es un todo. Poder llegar a cualquier casa o a la tuya propia y ver los productos en la mesa, acabados de comprar, era algo tan cotidiano. Ultimamente me ha tocado hacer la escenografía para la foto, antes eran naturales. Yo llegaba a la casa o iba a la casa de un pana y decía coño me gusta este espacio de la cocina. Y ahora no. Ahora tengo que buscar la escenografía, los productos. Organizarlos como si no hubiese pasado nada. Creo que los productos principales son los de polar que son los más comunes los más cotidianos, los que han estado siempre. Creo que todo venezolano se identifica con una Mavesa, con una Polarcita, con una Harina Pan.
Esas cosas ahorita no están y por eso hay una serie que estoy trabajando ahorita que son unas bolsas vacías y se llama Ákon. Ese nombre es una propuesta filosófica de Aristóteles en la que habla de la presencia de una cosa ausente. Entonces yo hago una metáfora de una bolsa vacía, de las cosas que ya no están. Esa serie sí puede que sea más arte de protesta.
—Recuerdos, memorias, espacios de tiempo, trazos enérgicos ¿Qué más tiene una obra de Rafael Arteaga?
—Creo que son muchas cosas, muchos procesos que han marcado la obra. Si quieres que te eche el cuento bien, yo antes de entrar a la universidad hice un curso de pintura por tres años. Eso me pulió en el tema del dibujo y el realismo. Cuando entro en la universidad me encuentro con un muro enorme de prejuicios y tendencias. Eso hizo que me perdiera un poco. Yo pensaba, mierda el arte moderno es una vaina arrecha y yo pintando mariqueras. Hasta que llegué con el maestro Luis Lizardo, un verdugo en las artes plásticas venezolano, y él me fue encaminado. Enseñándome referencias, yo empecé a darle forma a mi lenguaje plástico.
En ese periodo hice una serie de viajes por Suramérica que me fueron condicionando los temas. Ya llevaba tiempo aprendiendo la técnica y trabajé cinco años en restauración. Esa fue otra escuela para mí en cuanto a material, técnica, procesos. Además tiene tanto que ver con la memoria. Sobre todo la restauración mural que es como la memoria tangible.
Hay un proceso que se llama decapado que es quitar las capas de arriba para ver que hay abajo. Cuando empiezan a salir esas cosas empiezas y ves cosas que, a veces, han estado escondidas por más de 50 años. Ahí ves, «verga la relación tan arrecha que tiene esto con mi obra». Además el proceso de consolidar me pareció muy importante. Consolidar es fijar eso que está débil en la pared, fijarlo para poder pintar encima. Y el recuerdo también necesita que se consolide. Cuando recuerdas algo muchas veces lo anclas, lo consolidas. Entonces hay varias dinámicas ahí que han fertilizado el proceso. Mi investigación se llama la Pintura Mnémica. Por el proceso de traer las cosas.
—Pensé que traerías a colación la comedia, porque a ti se te conoce como un “echador de vaina”.
—A mí me pasó algo cuando iba a entregar la tesis, que mi tutor dijo: “verga chamo, la pintura no se parece a ti. Tu pintura es toda sobria, nostálgica, toda melancólica y tú eres un jodedor te la pasas sacando chistes de toda vaina. A lo mejor es una forma, yo tengo que drenar todo eso que siento por la pintura. Después se me ocurrió hacer la serie de Híbridos. Agarrar estas imágenes del arte y traerlas al contexto local. Fue un proceso divertido y que a la gente le gustó. Pero a veces siento que es otro tipo de investigación, me parece más un peo de diseño.
—Quizás te quieres exigir más
—Sí…Con lo de los productos siento que había algo ahí y más con mis obras del registro cotidiano. Eso abarca la serie de Memoria del viaje y las de mi día a día. A veces el viaje inicia con el recorrer la casa, recorrer la urbanización, La Pastora, el Centro. De ahí salen imágenes. La serie de Caracrash también me ha gustado. Lo siento contundente desde el punto de vista de mi experiencia al trabajar en Miraflores.
Memoria del viaje es una serie que Arteaga crea a partir de sus viajes por Venezuela y Latinoamérica y la teoría del filósofo Ernest Bolch, del viaje en tres tiempos. El artista explica que este texto fue muy importante en el desarrollo de su tesis universitaria, pues esta habla de que los viajes —así sean a Tucupita o Boca de Uchire— tienen tres etapas o imágenes: lo que uno se imagina antes de llegar al lugar, la que se experimenta y vive en carne propia y la del recuerdo. «Lo interesante es como se puede jugar con las tres imágenes (…) Siempre el recuerdo se va transformando, se va convirtiendo en otra cosa y se alimenta de estas tres imágenes que convergen».
«Cuando viajo hago un registro, un respaldo porque la memoria es muy incierta. No me interesa los sitios emblemáticos, ni turísticos, sino lo cotidiano del viaje, lo que puede ser olvidado fácilmente», afirma.
Por su parte Caracrash nace de las inquietudes y reflexiones de Arteaga cuando trabajaba en el Palacio de Miraflores como restaurador. En ese entonces, le llamó la atención el marcado contraste que veía en su camino al trabajo. En ese recorrido comparaba la calle —grotesca, tosca, violenta— con las fachadas militarizadas, afrancesadas y protocolares de la sede del Gobierno.
«Yo todos los días me encontraba con dos situaciones totalmente distintas y pasaba de una a otra en cuestión de minutos. Caminaba por el centro, cuando venía de la casa, y veía en esos espacios una decadencia terrible. Ves gente amanecida, drogada, buhoneros, panas fachándose a las siete de la mañana. Una escena heavy. Cruzas la calle y entras al Palacio de Miraflores donde todo es distinto. Todo es aristocrático, elegante, francés del siglo XVII. En esta serie yo me propuse contraponer esas dos realidades en una sola imagen»
—¿Cómo se encuentra hoy el mundo de las artes pláticas en Venezuela? Pienso que los espacios para el arte han sido tomados por camarillas el gobierno. ¿Cuáles son las alternativas que han buscado los artistas que no se han querido plegar a ese discurso?
—Siempre, los regímenes totalitarios van a apostar por desaparecer las artes plásticas, porque saben que es un arma terrible. Saben que puede tumbar cualquier discurso y de alguna manera ellos han mitigado el poder de las artes pláticas aquí en Venezuela. En Venezuela, en comparación con otros países de Latinoamérica, las artes están por el piso. Desde el 2001 Venezuela no compra obras de arte para su colección. Ni la GAN (Galería de Arte Nacional), ni el Museo de Arte Contemporáneo. Desde el 2001 no se ha adquirido nada nada. Y antes adquiríamos Picasso, Dalí, etc. Bueno de alguna manera la crisis es un buen estímulo para los artistas venezolanos emergentes.
—Pero el Gobierno siempre está promocionando que ellos están con el arte urbano, y siempre se van por temas así
—Sí, sí, es todo panfleto. Se hacen actividades que en realidad no permite a los artistas ser libres de expresar lo que quieren. Siempre tiene que estar condicionado. Siempre tiene que haber un bolívar disfrazado, con los ojos de un comandante.O ese mal concepto del arte popular que quieren llevar ahorita a todos sus museos. Cualquiera que pinta un cuadro no es arte popular. Eso no es así. El arte popular tienen unas características muy particulares.No cualquiera que pinta hace un cuadro. Ni cualquiera que toma una foto es fotógrafo
No hay nuevos espacios. También se han dado el tema de las macoyas creativas malas que presentan a los que ya están montados y los panas emergente no tienen espacios. Exponer ahorita una galería es difícil. Tienes que tener un trabajo tremendamente bueno, suerte o una buena conexión. Bueno así está el arte en Venezuela pero igual hay mucha gente echándole bola.
Rafael Arteaga es licenciado en Artes Plásticas de la UNEARTE, donde contó con una formación de la mano de maestros como Víctor Hugo Irrazabal, Luis Lizardo, María Grazia Gamarra. En el 2012 obtiene el primer lugar en un concurso de pintura rápida en la casa de la cultura del Municipio Salías, luego participa en la Velada de Santa Lucia del 2013, donde el contacto con la artista Clemencia Labin, impulsó su obra a participar en la Velada Remix 2013 en Hamburgo Alemania, también en Bremer Fruhling Hamburgo Art 2014, con la serie de Polaroids.
Completa su formación al trabajar con el restaurador venezolano Fernando de Tovar, en diferentes proyectos del patrimonio artístico nacional, tales como: las obras de arte colonial de la iglesia San Francisco de Caracas, la pintura mural original del palacio de Miraflores ala este, el salón Sol del Perú ala sur, de los pintores Julián Oñate y Arturo Michelena, la restauración del plafón del Panteón Nacional de la Republica pintado por Tito Salas, entre otros proyectos.