Entrevista UB

Rolando Díaz: "Los chistes políticos ya no dan risa"

Rolando Díaz lanzó “Todo está bien”, su primer show de comedia en solitario. En una hora cargada de chistes, hizo llorar a unos y reflexionar a otros, pero sobre todo encontró su identidad. Ahora, desde Estados Unidos, cuenta lo que vino -y lo que viene- después

Rolando
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Rolando Díaz no tiene biografía en Wikipedia, aunque ya está haciendo méritos. Mientras tanto, su bio de Instagram tiene las palabras clave para conocerlo: papá, esposo de Gaby, guionista, comediante y físico de la Universidad Simón Bolívar.

Lo último es su principal particularidad: «Tengo ese background un poco raro. La manera en la que yo hago comedia está determinada por eso, por mi manera de pensar, que me la dio mi carrera. Mi manera de explicar la comedia es muy analítica, muy con base en recetas y algoritmos, a procesos».

Quienes seguimos la carrera de Rolando desde hace algunos años, o al menos sus redes sociales, sabemos que eso es cierto. Y el que piense lo contrario, solo tiene que ir a su canal de YouTube y analizar un poco su material.

Pero la descripción de Rolando, aún en construcción, abarca mucho más: es un gran entusiasta de los videojuegos de rol; por temporadas es fan de ver anime; y su entusiasmo por la tecnología, en vez de disminuir con la edad, crece. A esto le ha sacado provecho en las últimas semanas y hay pruebas: los memes que crea con inteligencia artificial y publica en Twitter.

Parte de su cotidianidad es enfrentarse a públicos numerosos, pero se confiesa introvertido. La práctica del oficio de la comedia es lo que le ha permitido vencer su timidez. Tanto así que, desde hace un par de años, a su bio también sumó la palabra “profesor”.

Rolando Díaz es reiterativo al decir que la vida va rápido, sobre todo cuando eres de Venezuela. Quizás por eso es fiel creyente de que en la variedad de experiencias se encuentra el material que cualquier creativo necesita para alcanzar lo que él logra: hacer reír desde la honestidad.

La prueba de que salir de la zona de confort funciona tiene nombre: “Todo está bien”, su primer unipersonal de stand up, publicado hace pocos días en YouTube y presentado en vivo en 2022.

Para Rolando, que empezó con chistes que iban más hacia lugares comunes, ese show fue su statement, su muestra oficial de lo que quiere hacer en la comedia. Ahora, desde Estados Unidos, habla de aquello que le ayudó a construirlo y los proyectos que nacieron a partir de esa experiencia.

—Acabas de lanzar «Todo está bien» en YouTube y si uno lo compara con tus otros shows, puede notar a un Rolando más sincero y abierto a hablar de los temas que lo muestran vulnerable: la paternidad, el matrimonio, en especial la enfermedad y muerte de tu papá. ¿Te ayudó que otros se rieran de algo tan personal?

—Siento que yo nunca lo utilicé como terapia. Más bien, tuve que esperar a estar listo para hablar de eso y poder utilizarlo en el show. Para ponerte un ejemplo, el chiste sobre la muerte de mi padre lo escribí pocos días antes de que mi papá muriera de cáncer. Lo dije por primera vez en una tarima estando mi papá a punto de morir, y a pesar de que el chiste dio risa me sentí como un desgraciado diciéndolo. Me sentía demasiado mal, sucio, culpable de estar haciendo chiste de eso y que la gente se riera.

—¿Y qué hiciste con el chiste después de esa primera vez?

—Tuvo que pasar tiempo, curarme, haber superado el tema, para poder volver a decir ese chiste, para sentirme a gusto y utilizarlo dentro de mi rutina. Creo que esa es la manera en que yo proceso ese tipo de temas. No siento que mis chistes sean una terapia en el momento, ni que la risa me esté ayudando a procesar. Cuando lo estoy diciendo en la tarima, es porque ya estoy en paz con ese tema y puedo utilizarlo.

—Era un tema fuerte, más o menos se conocía la situación, ¿por qué crees que generó risa?

—Porque trata el tema principal de la comedia: el absurdo. Todas las frustraciones que tenía en ese momento, no había otra manera de procesarlas que volviéndolas chistes. Nada más el hecho de estar viviendo algo nuevo y totalmente horrible para mí, estar percibiendo ese montón de pensamientos, sensaciones y frustraciones… Los chistes estaban como mango bajito, los tenía al frente y el reto se convirtió en otro, en cuestionarme: ¿quiero utilizar esto? ¿Puedo decir esto? ¿Me voy a sentir bien hablando de esto? No era un tema de cómo se me iban ocurrir, sino cómo hacía para lanzarlos frente al público de una manera emocionalmente genuina para que sirvieran.

—Funcionaron, de hecho, de las dos formas: sacar risas y hacer reflexionar. Tus seguidores más activos dijeron que se conmovieron después de ver la presentación. ¿Hubo alguna diferencia entre el día que grabaste el show y las ocasiones anteriores?

—Tuve la gran suerte de que el día en que lo grabé fue probablemente la mejor ocasión en la que he hecho toda mi rutina. Puede ser una cuestión de la tensión, el estrés, de las personas que estaban presentes, lo que hizo que surgiera muy bien. De hecho, al final del show, que es la parte más densa, más dolorosa, donde la gente se pone a llorar, me había servido muy bien la primera vez que lo hice, la segunda vez no sirvió y la tercera vez que lo dije estuvo raro. Seguía siendo una apuesta. No era algo de lo que estuviera seguro que iba a tener el efecto que yo quería. Pero lo tuvo, para mi suerte. Creo que quedó perfecto.

—En la lista de shows en los que has participado, ¿crees que ”Todo está bien” desplazaría al resto o que se retroalimentan?

—Cada uno ha tenido su encanto, pero este, siendo mi primer unipersonal y la primera vez que hablo desde un lugar tan personal, siento que es mi favorito. Todos los demás shows llevaron a este. Los demás fueron experiencias muy finas a su propia manera. “Viral” fue el tema de la fama, de girar por todo el país, de los sold outs, tiene ese encanto. “Doble Moral” es un tema de más madurez, de hacer stand up de la más alta calidad posible que se podía en ese momento y eso me parecía súper agradable, pero este es Rolando hablando desde el corazón. Es como un statement. Es como decir: de esto va Rolando en la comedia.

—¿Crees que la adultez, eso de mostrar situaciones que te hacen vulnerable en redes sociales, es lo que te motivó a ser más emocional en la comedia?

—Sí. Es raro. Antes, hace años, capaz esa conexión emocional no estaba tan presente. Era más de escribir un texto y decirlo en la tarima. Ahorita, no sé si es el tiempo o la experiencia, me gusta el hecho de que haya un trasfondo emocional de las cosas que estoy diciendo. Siento que le da esa cualidad de arte a mi oficio, es como algo que se vuelve mucho menos mecánico. Me gusta que esa sea la manera en la que estoy haciéndolo ahora.

—Pero esa forma de abordar el chiste no es lo usual, al menos no para los comediantes que actualmente están en la escena venezolana. ¿Es un ejercicio personal o es algo importante en este oficio?

—Creo que sí es importante. Con el tiempo, todos los comediantes tienden a eso. Después de cierta cantidad de años de carrera, uno empieza a hacer un poco más de introspección y a explorar cosas cada vez más personales y profundas.

Es algo que la gran mayoría de los comediantes hace y puede ser que sea más de la escuela anglosajona de comedia, que son más introspectivos. Te digo esto y me pongo a pensar en gente como Ricky Gervais, como Chapelle, que tienen esa tendencia; pero al mismo tiempo, comediantes latinoamericanos, tipo el Conde u otros, capaz no. Siempre se mantienen en el nivel popular y ya. Capaz sea una tendencia de cómo los gringos hacen comedia.

—A propósito de eso, “Todo está bien” nació en Venezuela, pero ya llevas un tiempo en Estados Unidos y tu familia está creciendo. ¿Cómo ha sido la dinámica de adaptarse a un público diferente?

—Lo más obvio es que las sensibilidades son diferentes. En diciembre de hace dos años me presenté en Nueva York, e incluso siendo un público mayoritariamente venezolano, hay un chiste en particular que escribí para ese show y no funcionó. Hablaba de que cuando uno llega a Estados Unidos pierde la costumbre de las cosas de Venezuela y cada vez que consigues algo que es familiar para ti, es muy bonito y toqué el tema de cuando mataban a alguien. Eso es algo que pasa en Venezuela y en Estados Unidos también es común, y la gente aquí como que: “No… No puedes hablar de esas cosas tan crueles”. Lo dije en Caracas, regresando el año pasado y la gente se cagaba de la risa. Entonces, hay sensibilidades diferentes, y ni siquiera en chistes que sean tan de humor negro. La gente, por ejemplo, fuera del país, no disfruta tanto de hacer humor de los problemas en Venezuela. Mientras que tú estás en Venezuela y el problema está allí, no importa lo que hagas porque el problema no se va a ir. Y todos estamos viviendo esos problemas al mismo tiempo y hablar de ellos nos libera un poco de la presión que estos nos producen.

—¿Es más fácil el público local?

—Siento que cuando uno está allá en Venezuela el público es más abierto para hablar de temas que estén más cerca del dolor, de la tragedia. Aquí afuera se cuestionan: “¿Está bien que yo me ría de eso?”. También hay un tema de corrección política, que es diferente. En México, por ejemplo, es muy difícil hacer chistes sobre mujeres. En Estados Unidos, hacer chistes de inmigración es sencillo si lo haces para los latinos, pero difícil con un gringo; a menos de que te pongas en el puesto del inmigrante, reduciéndote a ti para que él se ría de tu situación. Son cosas que tienes que pensar para cada cultura, sitio y momento.

—¿Qué tema en Venezuela es difícil de abordar, así como la inmigración en Estados Unidos?

—En Venezuela, creo que desde hace dos años para acá, los chistes políticos no sirven. La gente está exhausta de hablar de política. Es muy difícil que en el stand up la gente te compre un chiste político, ya no da risa. Eso es un sentimiento del que todos los comediantes nos hemos dado cuenta. Si quieres sacar risas en tu show, trata de evitar la política al máximo.

—Pensando así, ¿hay posibilidad de que el humor político en Venezuela pueda morir?

—No. El humor político sigue vivo, pero quizás en otro formato. Por ejemplo, en formato web o lo que sea, pero en stand up en particular es un poco complicado.

—Tú llegaste a hacer humor político, quizás no al extremo, pero trabajaste en el área full tiempo. ¿Eso ha influido en el hecho de que continues guardando un bajo perfil? Por ejemplo, no estás en Wikipedia y tus colegas sí.

—Hubo un momento en el país, capaz a medida en que se iba poniendo la cosa un poco más complicada políticamente hablando, donde me sentía mucho más cómodo no siendo muy famoso. Más aún porque yo siempre he tenido que trabajar en cosas que rozan en el tema de la política. He escrito para gente como Nelson Bocaranda y para Briceño, que le meten muy duro a la política. En algún momento fui colaborador del Chiguire Bipolar y ahora escribo en el Fake Post, que también tiene que ver con política. Cuando uno trabaja tanto en ese lado de la comedia, tienes dos opciones: ser extremadamente famoso, tipo que no sea muy buen negocio meterse contigo, o sencillamente ser súper bajo perfil para que no valga la pena tampoco la cosa. Y si estás en el otro extremo, tampoco es que estés muy a salvo, porque tenemos ejemplos como Luis Chataing, Emilio Lovera, que de todas formas han tomado acciones en contra de ellos y son extremadamente famosos dentro de la escena de la comedia en Venezuela. Por todas las cosas que yo he hecho, por haber trabajado con ONG, que ahorita de por sí es un tema más complicado de lo que era antes, sí creo que ha sido una decisión un poco calculada de mi parte.

—¿Tienes planes en Estados Unidos?

—Sí. Quiero hacer un posgrado de comedia en Estados Unidos. Eso me emociona mucho porque en el fondo yo siempre he querido tener un posgrado, pero no tenía la atención y energía para hacer un posgrado en ciencias y no hace mucho caí en cuenta de que podría estudiar más sobre la comedia. Hay oportunidades aquí y estoy super pendiente de ver hasta dónde puedo llegar con eso. Aspiracionalmente, en el amplio mundo de la comedia, donde me veo cómodo es en la academia, detrás de cámara, en la comedia como herramienta en la comunicación.

—Mientras esas cosas se dan, ¿cómo influye el estar lejos de Venezuela en tu trabajo?

—Estar alejado hace que sea más difícil escribir comedia de lo que pasa en Venezuela. Es tan sencillo como eso. Tengo reuniones semanales con mi equipo del Fake Post y parte de lo que hago en esas reuniones es que ellos me cuenten cuáles son las cosas que están sintiendo del país, o maltripeando, porque yo ya no tengo esa óptica. Ya no estoy ahí para sentir esas cosas. Es difícil por lo rápido que siento que cambia todo en Venezuela. Cada dos semanas es algo diferente y en mi show lo digo así. Hace poco fue lo de las colas de gasolina y si no me lo dicen, yo no me entero porque si uno nada más se rige por lo que aparece en tu timeline de Twitter o en tus redes sociales… No te enteras de nada.

—Hace poco leí un comentario que decía: “La comedia venezolana se está proyectando increíblemente”. Era de un chamo que te sigue. ¿Cómo lo ves tú ahora que tienes un par de años educando sobre el tema junto a Ricardo Del Búfalo?

—Llevamos nueve talleres de la temporada gratuita. Esos son más de 200 alumnos de todos lados del país. Ahorita estamos comenzando con la región de los llanos. Hay gente de Acarigua, de San Juan de Los Morros, de Socopó, que me parece increíble porque es una ciudad que se puso en el mapa por ser la ciudad más rumbera de Venezuela. Me parece buenísimo. En todo el país hay gente que quiere hacer comedia, que ven la comedia como una forma de ganarse la vida, y tienen muchísimas ganas de aprender y tienen esta opción. Cuando entran, les damos conocimientos, pero lo mejor es que empiezan a interactuar entre comediantes que están comenzando en su región y se van formando circuitos o grupos de contenido en redes sociales. Hemos hecho un seguimiento de eso y nos damos cuenta de que, en efecto, hay una generación de relevo. Hay un sentimiento generalizado entre los comediantes y es que quedan muy pocos de mi generación en el país y de la generación anterior prácticamente ninguno. Es como un embudo, pero hay una base importante y numerosa de personas que van a llenar ese espacio en la comedia y no es una cosa que va a desaparecer.

—¿Cómo es educar a un futuro comediante en un país donde son objetivo político?

—Es una conversación que se tiene desde el principio. Les decimos dónde estamos haciendo comedia, cuáles son las cosas que se pueden hacer y las que no, y cómo es la mejor manera de llevar una carrera en la comedia. Es una conversación que se tiene con ellos, claro y raspao, en varios momentos del taller. Es algo que no se puede evadir.

—¿Sientes responsabilidad con la labor educativa?

—Sí hay responsabilidad, y por la misma responsabilidad es que se tienen estas conversaciones. Capaz lo que me quieres decir tú es que si sentiría culpa si les pasara algo, y quizás sí, pero es más un tema de camaradería. En Venezuela, nada más por el hecho de contar chistes, de tocar determinados temas, corres el mismo peligro. Entonces, el hecho de yo comentarles, abrirles un poco más los ojos sobre esto, siento que es una labor importante. Muchos comediantes de mi generación llegamos a donde estamos de manera un poco espontánea y uno se fue dando cuenta de una manera más accidentada, porque, además, la cosa se ha vuelto más difícil con el tiempo. Cuando yo comencé a contar chistes hace 10 años, era mucho menos fuerte el tema del control y la censura.

Pero al mismo tiempo, siento que los jóvenes de ahora están demasiado claros de eso. Por más que sean chamos de 20 años, llevan 20 años viviendo en Venezuela y han visto todo lo que uno ha visto. Si acaso, ellos tienen mucho más cuidado que uno, porque uno vivió la época donde no tenías que tener tanto cuidado. Es más, uno tiende a resbalarse más que alguien que ha vivido toda su vida en ese contexto.

—¿Eso sería un motivo para que la educación de un comediante sea indispensable?

—No creo que sea indispensable. Los comediantes venezolanos que a mí más me dan risa no tuvieron una formación formal, pero siento que ahorra mucho tiempo. Todo el tiempo que yo pasé en la radio dándome golpes contra una pared, no entendiendo por qué mis guiones no daban tanta risa, y aprendiendo las cosas más lentamente… creo que la formación me hubiera ayudado a recortar eso porque es un atajo. Y el tiempo ahorrado es tiempo que uno puede aprovechar en otra cosa.

—¿Cómo miden el impacto de sus talleres más allá de la risa?

—Pienso que la única barra para medir qué tan bueno es un comediante es qué tanta risa da. No hay ningún otro criterio. Nosotros queremos que los chamos salgan de nuestros talleres dando mucha risa. Cuando hacemos las muestras, donde ellos presentan sus cinco minutos de material que escribieron en el taller, uno se da cuenta de que un alto porcentaje tiene rutinas sólidas. El tiempo que tardé en tener una rutina tan sólida no fue un mes, como tardan ellos, probablemente yo tardé seis meses en tener cinco minutos sólidos, sólidos. Otra cosa que nosotros consideramos como un éxito total del taller es esto de las iniciativas que surgen por haber encontrado un grupo de personas que tienen intereses similares en una región determinada. Es un éxito porque la comedia profesionalmente funciona en grupo.

—¿Cuáles son esos tres aspectos que debería tener un comediante para ser bueno o crecer de forma positiva?

—Primero, debería evitar tener una vida extremadamente rutinaria. Siento que la comedia y la creatividad, en general, surgen de la capacidad de tener nuevas experiencias con algo de frecuencia. Si uno quiere ser creativo, cómico, uno tiene que estar viviendo cosas nuevas, buscando salir de la zona de confort. Es indispensable.

Uno tiene que ser un consumidor de comedia si uno quiere hacer comedia. Si a ti te gusta la comedia y quieres ser cómica, tienes que ir a los bares a ver comedia, tienes que ver series de comedia, ver películas de comedia y leer libros de comedia. Yo creo que eso es super importante, te da perspectiva y te hace saber no solamente de qué se está hablando, sino de qué se está riendo la gente. Es muy difícil hacer comedia desde la ignorancia. El comediante es mejor comediante en la medida en que sea un tipo o una tipa que sepa más del mundo. No es casualidad que gente como Laureano Márquez o Joaquín Ortega, que son unos eruditos, sean tan cómicos. Tienen en su cerebro demasiadas referencias y lo único que tienen que hacer es pasar el suiche de algo serio a algo cómico. Entonces, yo creo que la comedia viene de ser una persona cultivada mentalmente.

Y finalmente, siento que hay que conectar mucho con tu verdadera personalidad. No tienes que ser diferente a lo que eres para ser cómico. Es una cosa contra la que muchos chamos que comienzan tienen que luchar. Dicen: “Yo quiero hacer reír como Gabo Ruiz…”. Pero tu no eres Gabo Ruiz, no eres Daniel Pistola, ni Nanutria. Tienes que buscar la manera en que tú haces reír, cuál es el momento en que tú estás dando risa e intentar identificarlo, controlarlo y utilizar esa energía. Es muy personal. El stand up tiene mucho de eso: eres tú, hablando de las cosas que te afectan a ti, y buscando una manera de que las cosas que te afectan a ti, la gente pueda relacionarse con ellas. Para ser cómico uno tiene que ser profundamente uno mismo.

—Eso es algo que todo el mundo destacó de tu show: es demasiado tú. ¿Estás de acuerdo con eso, entendiendo que la introversión sigue siendo parte de ti?

—Sí. Yo no me siento cómodo haciendo stand up hasta que me paro en la tarima a hacer stand up. La adrenalina hace el trabajo y se vuelve algo que envicia, pero el resto del tiempo hacer comedia es una cosa que tiene una carga energética sobre mí. Ir a un bar no es algo que me guste hacer con frecuencia, y sin embargo tengo que ir constantemente a los bares a trabajar. Entonces, es algo contradictorio: ¿por qué haces algo que te estresa? Pero al mismo tiempo me doy cuenta de que todos mis colegas tienen una relación parecida con la comedia. Prácticamente, ningún comediante disfruta ni el momento antes de presentarse, ni el momento de autoevaluación que viene después. Es una profesión curiosa en ese sentido: la amas, pero la odias. No puedes dejarla, pero es tóxica.

—Algo que veo que también es parte de ti son los videojuegos. Ahora te gusta full Marvel Snap, pero también juegas Magic. Si tuvieras que hacer tu propia barajita, ¿qué datos de fuerza y defensa tendría tu descripción?

—(Se ríe) Pensando en Magic, que es el juego de carticas que yo más juego, tengo no sé, 15 años jugando Magic, probablemente rojo y azul. Rojo por impulsivo y azul por calculador. Contradictorio, pero yo siento que bueno… Sí, todo lo pienso, pero al mismo tiempo la cago con mi impulsividad. Sería azul-rojo, un muñequito 1-1 porque no soy muy fuerte, pero tendría un montón de habilidades en la caja de texto.

—¿Qué diría esa caja de texto?

—Diría… (piensa durante unos segundos) Me pusiste a pensar demasiado en esta pregunta porque ahora me la estoy tomando con mucha importancia. Diría… Tendría prisa porque hablo muy rápido. Cuando entra en juego pon dos bebecitos de tu lado de la mesa. Y al principio del turno tienes que darle comida porque sino se muere.

—Para los panas que admiran tu paternidad y vieron “Todo está bien”: ¿qué es más caro, reparar el Astra o tener dos hijos?

—Creo que la diferencia es que pude vender el Astra al final y no puedo vender a mis hijos. Eso es un gasto que será por unos años más. Creo que los chamos siempre van a ser un pelo más caros (se ríe).

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