Entrevista UB

"Una cosa es ser marico en Madrid y otra es ser marico en Punta de Mata"

El escritor venezolano Manuel Gerardo Sánchez publicó recientemente en España la novela "En verano duele más", una historia real cruzada por la ficción, de un personaje que profundiza y trata de cerrar heridas de su pasado

Foto: David Egui / The Objective
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Camille ha regresado a ese confín del mundo donde tenía una y muchas cuentas pendientes: al de su pasado, a Punta de Mata. Allí, dice, «el hombre que me dio su apellido y ADN se está muriendo de enfisema pulmonar: Anatole Dager». Fue su madre quien lo convenció de hacer una pausa en su vida en Beirut «para volver al lugar que tanto había detestado».

Estaba la promesa engañosa de una exigua herencia. También el impulso poderoso de atestiguar los últimos días de quien lo humilló y lo castigó a él, el hijo gay que era la vergüenza de aquella orgullosa familia libanesa aclimatada como tantas otras al calor de aquel pueblo petrolero intolerante y homofóbico. Y también, la necesidad de sanar de otro mal, ese castigo del deseo.

«En verano duele más» (Editorial Egales, 2023) es la segunda y más reciente novela del periodista e historiador venezolano radicado en Barcelona, España, Manuel Gerardo Sánchez, autor de «El revuelo de los insectos» y de los libros de relatos «Sangre que lava y «El último día de mi reinado». Profundizando en su exploración literaria -multidisciplinaria, en realidad- sobre el universo queer, gay, homosexual o como quieran llamarlo, Sánchez atempera un tanto las florituras y firuletes de su estilo -solo un poco- para abordar desde la ficción una historia real y brutal que al mismo tiempo es espejo de muchas otras.

-Esta es una historia muy específica, muy ubicada en ciertos contextos, muy precisa… Si uno no te conociera casi pudiera decir que es autobiográfica…

-Hace poco me entrevistó un periodista y me preguntó si era autoficción. Yo no quise ponerme muy purista, pero no pude sino terminar dándole una clase… ¿Qué es la autoficción? Es la experimentación artística a partir de la vida propia, entendiendo por supuesto la autoficción como esta figura posmoderna de la autobiografía, las representaciones del yo y sobre todo la dicotomía entre lo factual y la ficción. Esto es importante para que no se confunda un texto de las representaciones del yo con otros, aunque estén escritos en primera persona. Si el texto está escrito en primera persona del singular, el lector automáticamente piensa –además de los factores de mercado que han propulsado esta gran aceptación de las literaturas del yo- “esto es algo que le pasó al autor”.

Puedo decir, con gran suerte, que no, que esto no tiene nada que ver conmigo. Yo vengo de una familia bellísima, que me protegió. Los hombres que me escoltan –es decir, mi papá, mi hermano, mis abuelos aunque ya están muertos- son todos hombres amorosísimos. En mi casa nos prodigábamos y nos prodigamos afecto a diario. Mi papá vino hace poco a Barcelona y me agarraba de la mano en la calle y me decía “hijo es que no encuentro a un hombre más bello que tú”. He estado siempre arropado en mucho amor.

Con respecto a esta historia, tu lectura no deja de tener algo de cierto: es muy específica. Pero, ¿por qué es tan específica? Porque es un testimonio real, es un testimonio que trabajé periodísticamente…

-No es que pensé que era autobiográfica, sino que tiene unos elementos tan específicos que puedes llegar a pensarlo…

-Es tan cierto que mis editoras aquí en España cuando terminaron su lectura me dijeron “necesitamos saber si esto es propio, si esto es algo que te ocurrió a ti”. Y no. Por eso quise comenzar la conversación explicando qué es la autoficción y por qué este texto no es autoficcional. La especificidad se debe al registro periodístico, es algo que solo te lo da el registro periodístico. Desde el año 2015 hasta el 2019 trabajé ese testimonio, así como el grueso del material para mi tesis de maestría en la Universidad Autónoma de Barcelona, en el que hice un elogio al sexo gay pasivo. Freud decía que el estado anal constituye a la persona, es decir, que si usas tu culo eso te determina. No lo digo yo, lo decía Freud. Entonces, esta especificidad solo me la podía dar el registro del testimonio. Fue muy intenso, muy doloroso porque, claro, es una persona a la que terminé conociendo, creo, más de lo que debía. Es alguien que vive en Venezuela y también quiero decir que esta persona tiene algo maravilloso: me dijo en algún momento “te cuento todo esto porque no soy yo solo, como yo hay muchos. Y ya esta no es mi historia, es la historia de todos. Y más allá de eso, contar esto lo puedo hacer porque la herida ya no es un lugar de mi lenguaje”.

Eso me pareció fantástico. La persona estaba preparadísima. Se iba quitando pieles, se iba despojando de cosas. Pero en un principio fue muy doloroso porque yo cometí un acto de infidencia. A esta persona la conozco de antes y en la medida en que me iba narrando cosas yo las iba anotando a hurtadillas, me iba dando datos que me parecían gloriosos. ¿Por qué? Porque tenía tiempo queriendo escribir algo acerca del sexo del pasivo y era interesante lo que me decía y yo iba copiando en un cuadernito anaranjado algunas frases sueltas que él me daba, hasta que un día me sentí irresponsable y le dije: “tengo un año más o menos anotando frases que me has dicho”. Él se ofendió. Pero me dijo: “¿Por qué no me dices las cosas¿ ¿Por qué no me preguntas más bien si yo quiero darte una entrevista? Estas confesiones te las he hecho por la amistad, por el afecto”. Yo entré en conflicto, me sentí súper mal, hasta que él me dio su aquiescencia. Y ese relato tan detallado, solo puede conseguirse así, a través del ejercicio periodístico.

-Hay momentos en los que el periodismo se cuela por encima de la ficción y puede resultar hasta divertido percibir cómo te esmeras en aclarar o explicar cosas. Algo así como “voy a pararme aquí para explicar esto un momento y después seguimos”…

-Este libro no está en América, está en España. Es increíble que tenga dos novelas publicadas aquí y que no están en Venezuela y me desuela pensarlo…

Yo nunca he escrito nada donde Venezuela sea protagonista, nunca ha sido mi tema. Venezuela cruza, por supuesto, de forma tangencial en lo que escribo porque soy venezolano. Venezuela nunca ha sido mi tema. Pero en este caso yo no podía desvincular al personaje de Punta de Mata. Punta de Mata es fabulosa, ¡ya el solo nombre es fabuloso! Entonces yo necesitaba ubicar a mi lector español y ese detalle, ese escrúpulo, otra vez me lo daba el periodismo. No podía falsear cosas. Tan cierto es esto de querer pintar un lienzo lo más hiperrealista posible que mi editora se dio cuenta de un dato, el número de emigrantes y descendientes de libaneses en Venezuela, y se corrigió en función de unas cifras que dio la Embajada del Líbano en Venezuela hace algunos años.

Claro que me preocupé porque fuese lo más verosímil posible, a pesar de que tengo muy claro que la verosimilitud de una ficción no se consigue a través de la comparación del dato sino a través de la coherencia de los elementos internos que componen esa ficción. Pero creía que era necesario en este caso el dato preciso, la localización precisa, la cartografía.

-Eso tiene que ver con un afán de periodista o con el hecho de que la historia se basa en alguien real y había que mantener esa premisa de partida en todo, porque pudiste ficcionar muchas cosas, en una novela tienes esa libertad…

-Hasta el lugar… pero sí está muy ficcionado porque, por ejemplo, este personaje tiene hermanos, los papás también, en definitiva, es un texto cruzadísimo por la ficción. Pero había datos que consideraba que le daban una fuerza y genuinamente pensaba que en algún momento el libro puede llegar a un venezolano que ha estado en El Manguito, en esos pueblos…

-¿Punta de Mata es una elección caprichosa o es una manera de contextualizar sobre la realidad petrolera del país?

-Como ya dije, Venezuela no es mi tema, no me interesa la Venezuela petrolera, ni el exilio, ni la migración de los años 20, ni la emigración de venezolanos después de la catástrofe, esos no son mis temas. Punta de Mata no es una casualidad, es una realidad. Mi personaje realmente se crió en Punta de Mata. Y por ser Punta de Mata un pueblo petrolero era una estupidez no contar su realidad. ¿Qué iba a decir de Punta de Mata, que son productores de mango? No. Allí es cuando sentía que la fuerza de la verosimilitud la iba a dar el testimonio periodístico. Por eso es que, por ejemplo, cuando cuento cómo eran los campos petroleros y la división social en ellos, eso es real, lo estudié. Esos son los nombres, además. Quería respetarlo. Y Punta de Mata, aunque no lo creas, es como una pequeña París en Venezuela, lo tiene todo: inmigrantes, petróleo… toda Venezuela está resumida en Punta de Mata. Hay una concomitancia de elementos, de realidades y de ficciones también, que convergen en Punta de Mata. Creo que era también una forma de respetar al lugar.

-A medida que vas leyendo “En verano duele más”, te entretienes, te metes en el cuento… Pero cuando piensas en lo que leíste, te das cuenta de que en realidad es una historia muy triste. Y eso es algo quizás no percibes mientras estás leyendo, por el uso del lenguaje muy particular, una riqueza, un ritmo, un tono, que se mueve entre lo ligero y lo profundo, que puede ser elegante y de pronto muy crudo en ciertas expresiones. No se te hace tan triste cuando estás leyendo, sino después…

-Qué bueno que lo digas… Yo temo a esos escritores que tienen como objetivo dar una lección, pero mientras escribía yo necesitaba entender cómo es vivir en un país como Venezuela siendo un niño queer, cómo son las infancias queer, las infancias trans, lésbicas, maricas, en un país como Venezuela.

Yo iba escribiendo esto y había una urgencia, un apremio, de querer entender cómo vive un niño marica en un pueblo en el oriente de Venezuela. Tendemos a confundir cuando vemos las cosas desde afuera… Una cosa es ser marico en Madrid y otra ser marico en Caracas. Y otra cosa diferente es ser marico en Punta de Mata. Entonces, es una historia triste porque hay un régimen político, y cuando digo esto no me refiero de la política de Venezuela sino de la heterosexualidad entendida como la entendía la escritora Monique Wittig, como un régimen político que condiciona y que además dictamina cómo debe ser el niño o niña. Entonces, cuando ese niño difiere, no se ajusta, reniega o peor aún, abjura de lo que tiene y en este caso se trata de un hombre, es un horror: cómo va a renegar de lo más preciado que tiene que es ser hombre. ¿Cómo se castiga a aquel que niega ser hombre?

Este personaje de la novela intenta mostrar unas realidades que probablemente solo quienes han pasado por ellas entenderían. Esa continua vejación, ese continuo recordatorio de que eres diferente y como eres diferente te tengo que aleccionar, te tengo que castigar. Y pienso rápidamente en Paul Preciado, que dice que cuando alguien no calza con las representaciones de género construidas socioculturalmente, esta persona que no se calza se acerca a la patología, es decir, a la enfermedad. Es decir, a la anomalía, a la extrañeza. Y esto, desde mi punto de vista, es el gran valor que tiene “En verano duele más”.

-Sin que haya sido una intención aleccionar a nadie…

-Para nada. El escritor que piense que va a dar una clase, una cátedra, con una novela, pues que deje de escribir. Lo que sí quería mostrar y lo tenía clarísimo es que este personaje estaba contando esto porque necesitaba conectarse con otros que son como él. Lo dice claramente el personaje: Todos los hombres soy yo. Yo soy Camille, pero todos estos Camille existen en tantísimos lugares.

-¿Has recibido ese feedback de personas que han establecido esa conexión, que se han visto en algunos de los rasgos o vivencias de Camille?

-Para cualquier persona que sea miembro de la comunidad LGBTI no son extraños, lamentablemente, la agresión, el insulto, el improperio, la vejación, el señalamiento. Unos corremos con más suerte que otros. Pese a mis privilegios y a las prerrogativas de las que soy muy consciente, obviamente yo también fui señalado, juzgado y denostado. La mamá de mi mejor amiga, por ejemplo, en un un momento me prohibió la entrada de su casa. Una persona que me vio crecer y que al llegar a los 20 años dijo “Manuel Gerardo es una amenaza”. ¿Y por qué es una amenaza? Porque cuando el otro se encuentra con la diferencia teme perder su lugar de poder y de supremacía. Por supuesto, este relato seguramente resonará con eco en muchos otros, con mayor o menor intensidad, porque también es cierto que no todas las infancias queer son traumáticas, pero es imposible no decirte que en algún momento hemos sufrido algún trato injusto o espúrio.

-Y además es algo ya cotidiano…

-Se ha normalizado en los chistes, hay una forma de tratar al otro a partir del insulto, por eso es que es tan importante que hemos resignificado el insulto, nos hemos apropiado del insulto para darle una categoría, un concepto, que subvierta el significado pero que además subvierta a la persona que lo enuncia. En esa chanza, en ese desenfado, uno lo que hace es poner en evidencia cuánto desprecio hay por las divergencias sexuales, por los cuerpos disidentes.

Esa es la otra cosa: ¿qué es el cuerpo? Todo el cuerpo es erógeno, todo el cuerpo es deseo. El deseo no está encorsetado de acuerdo a unas gónadas o a aparatos reproductores. Por ejemplo, el tema anal está muy presente en el libro. Deleuze y Guattari lo dicen muy claro en “El Anti Edipo”, que el ano es el primer órgano privatizado, que es el lugar que hay que esconder, es el lugar que no se ventila, es el lugar que se tiene que oprimir y mantener en la oscuridad porque oscuro es, porque es un lugar que produce excrecencias, porque su asociación es a la sentina, al olfato putrefacto… En cambio, el falo es el órgano público. Si tienes un pene, por favor cómo no exhibirlo si es lo más importante en la sociedad. Guy Hocquenghem en su libro “El deseo homosexual” dice que las sociedades son falocéntricas, todo se construye alrededor del falo, pero por un principio –que también es de Deleuze- y es que el falo es el gran significante de las sociedades. Y entonces lo otro, se excluye.

¿Y cómo se excluye? Poniendo miles de excusas: no es un órgano sexual, no es un aparato reproductor, no ovula, no eyacula… y entonces se va proscribiendo.

-En la novela sí hay una intencionalidad expresa al hablar de esto, un “váyanse al carajo y escuchen esto que tengo que decir”

-Por supuesto…

-Son momentos en los que dejas de ser delicado para decir lo que quieres decir de forma directa…

-Creo que mi narrativa siempre ha estado medida por el uso cuidadoso del lenguaje. Este libro no es recargado, quise hacerlo más claro y preciso. Las formas para mí son importantes y fíjate algo que me dijo una de mis editoras, que es danesa: “quiero que pienses que en algún momento va a llegar un editor estadounidense y va a traducir y si haces ese ejercicio de cómo se vería tu libro en otro idioma, quizás te ayude a encontrar una sencillez a la hora de construir en castellano. Piensa que en algún momento esa suerte te va a llegar”. Y es necesario eso porque en realidad lo que queremos es conectar con el lector. Creo que con “En verano duele más” esto pasa, es un libro que se lee fácil, pero en verdad hay momentos en los que me desembarazo de esa finura, de ese lirismo, de la intención del detalle, para contar lo directo.

Una violación no se puede edulcorar con lenguaje. Es una estupidez. Y eso también te lo da el periodismo. La palabra es “violación”, qué eufemismo, qué artilugio, qué martingala del lenguaje vas a utilizar para no llamar violación a lo que es una violación. En el caso de todo el trabajo de la “analidad” y de la violación me importaba mucho que fuese lo más claro y explícito, sin ser vulgar, por supuesto. Yo con la vulgaridad, no, no… Por eso es que hay temas sobre los que no tengo registros y no me interesa explorarlos artísticamente hablando. En cambio, esto del culo o de la violación es fundamental en esta historia y por eso me preocupé mucho en ir contando cosas en un principio para que cuando llegara el final fuese un final, sino memorable, al menos que produzca como un estremecimiento.

Pensando en el culo… a ver, el deseo, tal como lo entiende Freud es poliforme, no es unívoco, es plural. Lo que pasa es que él intenta encorsetarlo, eso es lo que al final hace el psicoanálisis: encorsetar, reprimir, controlar, sublimar el deseo. En mi libro yo quería ser lo más claro posible. Los cuerpos sienten y el deseo muta, se metamorfosea, se transforma, concita, impela, puja y eso lo tenía clarísimo desde el primer momento como proyecto del libro.

-Camille, el protagonista de tu libro, es castigado por dejar desarrollar su deseo y carga con una culpa y con un riesgo…

-Yo creo que es un personaje muy valiente. Es un personaje que dice claramente “mis hombres y todos los hombres ya no me pueden hacer daño”, porque él sabe lo que es el castigo. Pero volvemos… cuando la norma encuentra algo que no se ajusta a ella, hay que reprimir. Y los mecanismos de represión son muy sofisticados. Pienso, por ejemplo, en el biopoder como lo entendía Foucault, que es versátil, que se transforma, que ya no depende de una entidad. En la epistemología que propone él, el régimen disciplinario crea un biopoder al que justamente por sus formas sofisticadas se le hace más fácil controlar a los individuos a través de un rimero de arquitecturas. ¿Cuáles son esas arquitecturas? La familia, la escuela, la medicina, la religión… Y todas estas arquitecturas escriben unos discursos que se imbrican y hacen una gran unidad. Esto es, al final, la heteronorma. Cuando esta robustez detecta al que no se ajusta, lo castiga.

¿Y cómo se castiga? Esto lo debes saber, las mujeres lesbianas en países como Venezuela, Colombia y Brasil, por ejemplo, son violadas como una forma de plantear “es que tienes que coger con un tipo para que sepas lo que es ser mujer”. La violación como correctivo es un castigo.

-Igual que al adolescente al que hay que llevar al burdel para que “se le quite la mariquera”…

-Exacto… Entonces, este personaje continuamente está siendo castigado porque es diferente. Y pasa por todas las situaciones a las que no podemos llamar clichés porque tenemos que abominarlas, pasa por todas: el sopapo, la cachetada, el insulto, el rechazo, el prostíbulo, la violación… Por todos los castigos. Pero son castigos que lamentablemente no son extrañezas, son casi las formas.

-Otra cosa sobre el lenguaje y el tono, que sí pudiera ser un cliché, es percibir un eco cubano en tu novela. Por supuesto, uno piensa de inmediato en Reinaldo Arenas, pero también hay algo de Pedro Juan Gutiérrez, de Wendy Guerra, esa gente que te cuenta las cosas con crudeza y elegancia, que te dan música y te hacen disfrutar la lectura de cosas que pueden ser muy tristes…

-En primer lugar, me alegra saber que disfrutaste del libro. Yo creo, recurriendo a Nabokov, que la lectura debe ser un acto de fruición… Es una recurrencia esto, porque no sabes cuántos lectores agudos en algún momento lo detectan, lo coligen al instante. Cuando me publicaron “El revuelo de los insectos” un periodista de Qué Leer reseñó mi novela y me dijo “es imposible no pensar en los cubanos”. Y claro, no digo que no. No puedo renegarlo, no puedo abdicar de su tono porque han estado presentes, los he leído. Pero creo que también hay cosas muy nuestras. Más allá de lo cubano puedes encontrar una sonoridad venezolana, pero accesible. Era imposible no usar esa polifonía tratándose de unos personajes tan tan venezolanos.

-¿Crees que si estuvieras viviendo acá tu novela la publicaría una editorial venezolana?

-Yo quiero pensar que sí. Me ufané en su momento, pero lamenté al mismo tiempo, cuando Gisela Kozak para la revista de la Universidad de Granada dijo que mi primer libro de cuentos por fin sellaba un vacío. Planteó que “El último día de mi reinado” era el primer libro de cuentos enteramente gay y que era un libro que debió haber salido en los 80 y apareció en el 2013… Claro que me alegré, pero al mismo tiempo me entristece pensar que todavía haya reticencias editoriales. Yo quiero creer que no. Y la prueba de eso es que pienso que hay un público lector que está interesado en conocer estas historias, en cómo se están contando estas historias. Creo que la poesía millenial, la poesía de los nacidos en los 80 y los 90, ha hecho un gran trabajo para acercar estas narrativas, estos discursos. Entonces quiero creer que sí hubiesen estado interesados y que no se escandalizarían ante esto. Pero, ojo, no dejo de aceptar que gazmoñería y pacatería en Venezuela hay y las ha habido porque es un país homofóbico.

Hay que decirlo: Venezuela es un país homofóbico en tanto ni siquiera hay discusión en la Asamblea Nacional sobre el matrimonio igualitario. En el informe de Ilga World sobre «Homofobia de Estado», Venezuela está casi en el último puesto de la cola de los países de la región. Claro que hay reticencias, claro que hay rechazo, claro que hay homofobia y transfobia, en un país donde no hay para nada una legislación que te garantice ni los derechos fundamentales como el acceso a la salud.

Te digo más, aunque haya leyes que protejan identidades y derechos fundamentales, eso no garantiza que no haya discriminación por orientación sexual. Y esto es muy importante, porque en los países donde existen estas legislaciones, como en España, por mucho que nos sintamos robustecidos estas leyes no garantizan que no haya discriminación por orientación sexual.

-La persona que te contó la historia que dio pie a esta novela, ¿la leyó?

-No

-¿Y no quiere leerla?

-Sí quiere, claro que sí. En su momento remoloneaba y sentía que me sorteaba un poco, pero ahora no. Me ha dicho que está contentísimo. Y quiero dejar esto claro: esta desgracia no es una desgracia, es la oportunidad de saldar unas cuentas y de despojarse de unos sufrimientos y de zurcir y rezurcir heridas. Y digo zurcir porque, en efecto, esos remiendos quedan, son visibles. Pero no hay quejumbre en él. Esta persona no es ese libro, es otra persona. Camille es una persona diferente a la que en su momento me dio una mina, un yacimiento, que yo exploré.

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