Viciosidades

Cuentos de Halloween: El día que casi muero

Le pedimos a nuestro colaborador, Andrés Gerlotti, que nos contara algo que le diera miedo y decidió compartir esta historia personal que en UB esperamos sirva de lección para todos nuestros seguidores, ya sea que rumbeen en estas fechas o regularmente viajen a la playa.

Texto y Fotografías: Andrés Gerlotti (@agerlotti)
Publicidad

Íbamos a pasar un fin de semana en la playa, hasta que un perro decidió cruzar por nuestro camino.

Veníamos de Caracas y estábamos a cinco minutos de llegar a Higuerote, justo en la última recta de la carretera. Era de noche, más o menos las 8.30, y en esa vía, sin ningún tipo de iluminación, solo se veía los faros de la Explorer.

El animal salió de la nada y corrió de derecha a izquierda en la ruta. Estaba apenas a metro y medio frente a nosotros cuando lo logramos ver. Quien manejaba, instintivamente clavó los frenos y se desvió solo un poco para esquivarlo, luego giró al lado contrario para intentar retomar el trayecto, pero estábamos derrapando y nos habíamos desviado más de la cuenta. Después giró de nuevo para compensar, pero se perdió el control de todo y comenzamos a volcarnos.

El ruido que hacía la carrocería dándose coñazos por todas partes contra el piso aturdía. De repente nos detuvimos.

choque01

En ese momento no sabía si estaba completo o siquiera vivo, me costaba entender qué pasaba. El piloto, preocupado, preguntó si nos encontrábamos todos bien; pero faltaba alguien, había salido disparado por una de las ventanas.

Todo pasó en menos de cinco segundos, pero para mí fue una eternidad, como si nos hubiésemos dado ochenta veces contra el piso durante más de cinco minutos.

No asimilé la gravedad de la situación en el instante, estaba en shock. Yo iba de copiloto y vi a mi izquierda cómo el conductor escapaba por su ventana. No me inmuté, solo me quedé viéndolo salir. Luego miré hacia el frente y reaccioné al pensar que alguno de esos carros que venían a toda velocidad hacia nosotros nos llevaría por delante.

Me quité el cinturón de seguridad y quise salir por mi ventana, pero el techo estaba muy aplastado de ese lado, así que intenté hacerlo por el parabrisas, que estaba un poco más abierto. Sin embargo los vidrios me cortaban las manos y terminé saliendo por la ventana del conductor. Fui el último en bajarme de la chatarra, y lo primero que vi al salir fue a mi amigo tirado boca abajo sobre la cuneta mientras los demás le gritaban y lo tocaban para asegurarse de que estuviese respirando. Pensé que estaba muerto. En medio de la crisis nadie sabía qué hacer.

Los carros comenzaron a bajar la velocidad. Varios se detuvieron para curiosear mientras la gente local se acercaba. Unos ayudaban, algunos solo se quedaban viendo, y otros, como aquel policía mamagüevo que se llevó parte del mercado que habíamos hecho, nos robaban las cosas que quedaron por allí.

No sé quién llamó a la ambulancia, pero tardó quince minutos en llegar y al menos cinco más en montar a mi amigo. Quienes venían en ella no estaban capacitados para atender tal emergencia. De allí lo llevaron al hospital de Higuerote. A perder el tiempo porque de vaina había luz.

El fuerte dolor lo tuvo un buen rato gritando en el hospital, mientras uno de nosotros buscaba alguna ambulancia que pudiera llevarlo a una clínica seria en Caracas. Tenía heridas feas, el brazo fracturado y parte del cráneo a la vista. Como en cualquier país digno del tercer mundo, no se logró conseguir ayuda de calidad y lo tuvieron que llevar, como se pudo, en el carro de uno de nuestros familiares que había venido desde Caracas.

Ya en la clínica, y después de tanto sufrimiento, se pudo controlar la situación, pero aún había peos con las medicinas que mi amigo necesitaba y la dificultad que había para conseguirlas por el tema de la escasez.

Después de meses logró recuperarse, y ahora estamos viendo cuándo volvemos a cuadrar para ir a playa, pero la idea esta vez es poder llegar al destino.

Escribo esta historia para crear un poco de conciencia. Yo me salvé porque llevaba puesto el cinturón de seguridad, y sé que esta historia sería distinta si cada uno de los que íbamos en la camioneta lo hubiésemos llevado también. Tendríamos apenas unas cuantas cortadas y nada más que un buen cagazo.

choque

Publicidad
Publicidad