Uno de mis maestros, el “Comandante Maravilla”, pasó 12 años en la guerra de El Salvador. Una noche, en alguna de nuestras maratónicas parrandas, me contó un relato tan absurdo como extraordinario: había pedido licencia para visitar a una novia que tenía en un pueblo cercano (digamos a unas cuatro horas a pie). Se terció su fusil, guardó en su mochila un buen trozo de carne seca (seguramente para compartir con su enamorada), su cuchillo, una cantimplora y largó a marchar.
Recorridas un par de horas de camino, una duda invadió su alma: con los pasos cada vez más automáticos se fue convenciendo a sí mismo de haber dejado la luz de su cuarto encendida. Esta imagen se le antojó peligrosa, casi mortal: si el Ejército veía esa luz podría comprometer a toda la comandancia, darían con el lugar desde donde transmitía la Radio Venceremos, los atacarían y todo se iría al carajo. Ante esa certeza, dio marcha atrás prácticamente al trote. Con los kilómetros desandados crecía su convicción del advenimiento de la desgracia. Producto, además, del más pendejo de los errores.
Su corazón latía a ritmo desenfrenado, le pareció que la selva enmudeció completa y lo interpretó como un presagio. Logró llegar al claro donde estaba el campamento y contempló atónito el paisaje que lo llevó a darse cuenta de inmediato de lo absolutamente absurdo de su duda: él vivía desde hacía nueve años en una tienda de campaña, como un nómada a lo largo y ancho de una selva. No había apagado una luz en todo ese tiempo, tampoco bajado una poceta o utilizado un closet.
Recordé esta historia mientras revisaba el calendario del Mundial Rusia 2018 y no encontraba las fechas de los juegos de Italia. Absolutamente absurdo.
Jamás he hinchado a Italia. Desde mi primer mundial consciente (el del 86) hincho sin discreción alguna a Argentina. Ahora, además, tengo compromisos contractuales para hacerlo. Pero nadie podrá negar que un Mundial sin Italia es un Mundial absurdo.
Para mí, si se quiere, un equipo menos a vencer, pero para el espectáculo una cosa que no cuadra. No hablo a nivel de fútbol: ya sabemos que Italia puede jugar tanto el mejor fútbol como el más mediocre de todos. Pero, eso sí: siempre un fútbol rendidor.
Italia, le guste a uno o no, es Italia. Cuatro veces campeón del mundo; la garra inagotable que nunca entrega el partido; ese gesto con las manos (con todos los dedos juntos señalando al cielo), ese que nadie sabe qué significa pero que todos entendemos… Un pase filtrado extraordinario, un vaffanculo, Totti, Buffon, el llanto… El drama en cada acción… Los directores técnicos mejor vestidos. No el fútbol en su totalidad, pero sí una gran parte del fútbol.
Los hechos son tercos, decía Lenin. Pero muy adentro tuvo que llegar Freud para demostrar que la vida psíquica no pocas veces se revela ante los hechos y construye sus propias configuraciones. Incluso contra ella misma -Hume mediante- la razón humana busca incansablemente la normalidad: el “Comandante Maravilla” creyó dejar la luz encendida porque es normal que eso pase… Yo me veo perdido en la quiniela porque es anormal que Italia no esté.