Vivo en Caracas desde que comencé a estudiar arquitectura, carrera que me apasiona y que, por decirlo de alguna forma, condiciona mi manera de ver el mundo. Me apasionan, por ejemplo, las iglesias góticas. Era Domingo y decidí ir a una de ellas y aprovechar el momento para confesarme. Quería estar más tranquila y a solas con mis pensamientos, ya que llevo noches portándome muy traviesa. Me gusta todo lo que rodea la misa porque provengo de un colegio de monjas y de una madre enteramente religiosa. Sin embargo, esto no impide que sea muy caliente; en especial cuando llueve por las noches porque recuerdo cuando en pleno desarrollo mis amigos y yo jugábamos al toqueteo y besos primerizos.
Me siento de frente al confesionario y espero mi turno. Mi imaginación vuela. Me mojaba solo al pensar en aquella mujer, que después de un largo rato, salía de la cabina ardiente y sudorosa por haber tenido una buena experiencia con el cura.
Al cabo de un rato salió. Listo, todo fue mi imaginación. Ahora me toca a mí. Respiré profundo y entré algo excitada. Sudé un poco, el cura podía notar lo caliente que me ponía.
—Padre, no puedo dormir en paz al reconocer que soy una pecadora…
Vivo solita desde que empecé la universidad y no tengo tiempo para compañeros, pero esto saca lo más perverso de mí. Le confieso que soy una trigueña con un inmenso trasero, lo que provoca que siempre me digan piropos sucios. Como soy una traviesa, cuando me masturbo recuerdo a todos los morbosos mientras deslizo mis dedos entre las nalgas hasta tocar mi delicioso culo. Me gusta tocarme por las noches y chuparme los dedos empapados, soy muy húmeda, al acabar mi blanca y dulce miel me vuelve loca.
Poseo una forma particular de mirar a esos hombres que me atraen: aquellos que no esconden lo ardiente que soy. Me derrito al saber que tienen algo poderoso entre sus piernas. Al ver uno grande y grueso, me gusta agarrarlo duro. Sentirlo palpitar entre mis labios que besan todo lo que les provoca.
Tengo 19 años y perdí la virginidad a los 16 con un profesor de bachillerato. Èl me prometió pasar la materia si lo acompañaba a su casa. Desde allí me encantó el sexo, pero me dolió mucho cuando me propuso que lo hiciéramos por detrás. Después de varios intentos, el dolor desapareció y me convertí en una adicta al sexo anal.
Me encanta bañarme con agua caliente para afeitarme la gordita y dejarla más gustosa. Para esos días elijo pantaletas que me queden ajustadas y en las noches me toco sin quitármelas. Me fascina hacerlo cuando hay un espejo en frente o mi teléfono graba lo puta que soy. Antes de acabar reviso el video hasta correrme. Luego, me pruebo dulcemente hasta dormirme consentida.
Perdone que sea tan sincera, Padre. Al despertar coqueteo con el espejo y sin recordar lo que viví la noche anterior, empiezo más caliente que nunca a elegir la pantaleta más sexy que me hará sentir como me gusta. Mis abultadas nalgas la reciben haciéndola lucir diminuta entre ellas. Me siento tan provocativa que sin dudar busco mi delicioso masturbador y lo deslizo hasta lo más profundo.
Cuando camino, aprieto mis piernas y muevo las nalgas como sí bailará danza árabe, lo que produce que todos me deseen y de nuevo me excito mojando toda la pantaleta. Me siento pecadora al dormir solita porque es el momento oportuno para vivir mis fantasías plenamente.
Siempre sueño que me seduce un hombre prohibido y me da de tomar toda su leche espesa y caliente, tal y como sucedió con el padre de mi mejor amiga, Sofía. Era el verano pasado, cuando ella me invito a pasar un fin de semana. Después de terminar la botella, me fui a la cama totalmente desnuda y al quedarme dormida comencé a soñar que su papá chupaba mi gordita, que lo hacía hasta volverme muy puta. Luego me tapaba la boca para que mis gritos no despertaran a Sofía y me penetraba por donde le parecía más rico. A punto de acabar quitó su mano y subió su experimentado pene sobre mi boca carnosa para no dejar escapar ni una gota.
Mi mayor pecado fue descubrir que no era un sueño sino una realidad. Desde entonces, prefiero los hombres prohibidos como usted y me va disculpar el pecado, pero me encantaría saber qué debo hacer para tranquilizar mi mente porque hoy lo que más deseó es que me chupe todita hasta darme lo que más me gusta. Para dejarme ir en paz.