A Lucy y a Juan les llegó sus esperadas vacaciones. Cuando hay hijos de por medio, las salidas al cine, tomarse unos tragos, una cena romántica o el sexo desenfrenado se hace limitado. Así que planearon un viaje inolvidable a los Andes venezolanos para reencontrarse con su lado animal.
Una de las suegras buscó a los niños tempranito y la pareja emprendió su viaje de inmediato. Montañas, un rico clima, unas copitas de vino y el calor de sus cuerpos era lo más ansiado por esta linda parejita.
En plena carretera empezó el calor. De San Carlos a Barinas, la autopista lucía eterna —mi amor voy a bajar los vidrios para refrescar el carro y evitar recalentamiento, dice Juan. Ella asintió con tranquilidad.
El calor, la tarde, el viaje y el deseo se unieron así que Lucy decidió quitarse la franela. La autopista estaba prácticamente solitaria, así que no había posibilidad de que los vieran desnudos. Como no llevaba brasier, por la costumbre de no viajar con vestimenta apretada, sus delicados y redondos senos quedaron en el aire. Comienza la diversión.
—¿Te gustan mi amor, así de sudaditos?, le preguntó con su cara ya roja del vaporón. —Ufff, vas a provocar un accidente, mami, le responde sonriente mientras veía caer las gotas, una tras otra, en el centro de su pecho. Ella se recoge la melena en forma de cebolla y sigue con la coquetería.
Estaba totalmente loca por tener sexo y sus ganas eran tan obvias que ya había mojado su pantaleta. Mira la entrepierna del conductor y le dice: —¿Qué tal si me dejas complacerte un rato para divertirnos mientras manejas? Empapado de sudor y no sólo provocado por el clima, se resistió: —¿Mami, nos van a ver, no será mucho peligro?.
—Qué peligro ni que nada, te deseo inmensamente, le susurra en el oído. Juan llevaba consigo una bermuda y camiseta blanca. Con besos y caricias ella logra quitarle su franela, le roza un pezón por su boca. Totalmente excitado trata de controlarse para no sufrir ningún inconveniente, pero sigue en el mismo plan de “dársela de duro”.
Ella, sin embargo, tenía un solo propósito: provocar a Juan. Se deshace de sus short cortitos y juega alrededor del clítoris. Él, al notar aquel espasmo de su mujer por tocarse, le acaricia la pequeña entrada con un dedo ensalivado. Poco a poco la dilata para introducir dos dedos. Los sacaba para mojarlos y volver a meterlos, los dos se convirtieron en tres y no tuvo que pasar mucho tiempo para venirse en su mano.
Ella, con la vagina goteando, se fue sin rodeos hasta el cierre del pantalón de su marido. Saca su miembro y comienza a chuparlo. La adrenalina, porque cualquiera podría verlos, aumenta el deseo y luego de una buena mamada y el miembro palpitando en su boca comienza la acción de dos en plena carretera.
Pasa un carro al lado de ellos. Aquel chofer se fija en los senos de Lucy embobado, trata de ver más allá de sólo su pecho. Ella se excita más de la cuenta, pero Juan responde orillándose a un lado de la carretera.
Termina por estacionarse debajo de una mata de mango que los taparía de cualquier espía. Con un dedo le aparta su panti, y con los otros comienza a rozarle su vagina, ella se pierde en sí misma, y se quita lo que le queda de trapos.
Baja su asiento mientras la besan y masturban despacito. Se acomoda y apoya sus piernas en el tablero. Él igualmente toma posición para quedar de frente. Le chupa y lame saciándose de aquel fluido que corre por esa vagina estremecida.
Levanta su cabeza, se cerciora de la soledad que les acompaña y se despoja de su bóxer, lo que luego ayudaría en el desastre próximo. Al verle el “Juancho” absolutamente firme y duro la impulsa a subirse sobre él para emprender un vaivén, ella su jinete y él su potro. Cabalgaba, se batía contra su verga y él se perdía en un manantial de deseos recónditos.
La desmonta y mete su verga en la boca de su amada hasta tocar su garganta, pareciera atragantarse pero nada de eso sucedía. Lo que sí estaba claro era que los dos gozaban. Se voltea y su marido le da dos nalgadas, ella gime “ahhhhh rico”. La agarra por su cabello, le tira la cola hacia atrás y le muerde su espalda y muslos.
Vuelve a lo suyo. Penetra esa vagina resbalosa. Entrelazadas estaban las manos que se apretaban con fuerza. El orgasmo apareció con la naturalidad de dos cuerpos que se conocen perfectamente. Luego, la calma. Ella, empapada con su pubis recién depilado, él, goteando los fluidos de ambos. Retoman la autopista que ha sido testigo de un polvo violento.
Cuando por fin llegaron al hotel, con el frío, las copitas de vino que tanto anhelaron y una habitación acogedora, no lo pensaron dos veces para cerrar con broche de oro en el excelente páramo merideño.