Venezuela

Recetas para formar delincuentes

Corrupto, mejor dicho, delincuente, es el que se corrompe y el que corrompe; el que comete las fechorías y el que se las aplaude; el que las hace y el que se las tapa. 

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Hay personas que diferencian entre un corrupto y un delincuente, sin darse cuenta de que un corrupto es un delincuente. La corrupción en Venezuela es un eje transversal a toda la sociedad, no importa el nivel económico que se tenga, ni el grado educativo que se haya alcanzado. Delincuentes hay desde el estrato más pobre al estrato más rico, desde los negros como carbones hasta los blancos como ranas.

Sin embargo, el estereotipo del malandro de barrio permanece en el subconsciente colectivo y la gente prejuzga “por la pinta”. Ahí sí somos racistas y clasistas, por desgracia. Nadie piensa que los mayores delincuentes no están en las cárceles: están fuera de ellas, arropados por una sociedad corrompida, donde el dinero lava desde currículos hasta prontuarios y les abre las puertas de los clubes, los colegios, las iglesias y hasta de sus casas.

¿Por qué pasa esto?…

Hace unos años escuché dos historias que me dieron la respuesta. En la primera, el hijo de unos amigos míos había salido una noche con sus compañeros. Todos estaban armados de escopetas de plástico (de esas que tienen un gran contenedor de agua) y fueron mojando a su paso a cuanto transeúnte encontraron, hasta que una patrulla de PoliChacao los detuvo y se los llevó presos. El muchacho llamó a sus padres “para que lo fueran a buscar”, pero la respuesta de su padre fue “que lo dejen detenido, para que aprenda”.

En la otra historia, un muchacho que estaba pasando la Semana Santa en un club de playa se puso unos patines de línea, violó la entrada de una cancha de tenis recién asfaltada y literalmente la destrozó. Cuando llamaron a los padres a informarles del daño que había causado el joven, el papá bajó en bata, chequera en mano, preguntó que cuánto costaba “esa vaina”, pagó y gritó que lo dejaran dormir en paz. Que lo que el muchacho destrozara, él lo pagaría al final de las vacaciones.

“Si quieres hacer de tu hijo un delincuente, dale todo lo que te pida”. Hay familias en las que el dinero está considerado como el pasaporte al éxito y las personas que tienen dinero son intocables, no importa cómo hayan obtenido ni cómo mantengan sus fortunas. Les cuento otra historia: hace un par de años fui a una cena de cincuenta personas. Me serví mi plato e iba rumbo a las mesas dispuestas en el jardín cuando una amiga me llamó a invitarme a que me sentara con ellos. En la mesa había una pareja que comenzó a narrar entusiastamente que la semana anterior habían ido a cenar a París “invitados por Fulano”. “Fulano” es un alto funcionario del gobierno.

Yo no podía creer lo que estaba oyendo: “Nos fuimos de aquí en su avión pequeño para Aruba, donde estaba el avión grande, que fue el que nos llevó a París. Dormimos en una cama, imagínate, no son butacas como las de primera clase, ¡son camas!, nos bañamos en la ducha del baño, llegamos a París, fuimos a almorzar, luego  de “shopping” al Faubourg de Saint Honoré, cenamos en el restaurante que Fulano quería que conociéramos, nos alojamos en el Georges V y nos regresamos el domingo. Todo “invitados” por Fulano. A mí se me atragantó la comida. “¿Invitados por Fulano?”, le pregunté. “Sí, Fulano no dejó que pagáramos nada” respondió ella inflada de la satisfacción. “¡Invitados por los pendejos que todavía pagamos impuestos en este país!”, le respondí airada y me paré de la mesa.

Mi amiga me siguió. Pero cuando yo creía que venía a compartir mi indignación recibí otro baño de agua fría. “No sé qué te ha pasado que te has puesto tan agresiva”, me reclamó. Es decir, que encima de todo, la agresiva era yo. Ella no sintió como agresión la historia de irse a pasear con un delincuente, a aceptarle regalos y halagos, sino que la agresión era la actitud de quien se quejaba de ello.

Anótenlo: si no cambiamos nuestra escala de valores, jamás saldremos de la crisis que estamos viviendo. Porque cambiando de gobierno no lograremos erradicar la sinvergüenzura. No solo hay corruptos dentro de la clase política y hay políticos que no son corruptos. Corrupto, mejor dicho, delincuente, es el que se corrompe y el que corrompe; el que comete las fechorías y el que se las aplaude; el que las hace y el que se las tapa. El que invita para París con los reales robados y el que le acepta la invitación.

El reconocido ladrón que pide ser admitido en un club y el que lo admite. La diferencia entre la primera y la segunda historia que les narré al principio de este artículo es que en la primera, esos padres criaron a un ciudadano. En la segunda, a un delincuente. Y por lo que vemos a diario, la segunda fábrica es mucho más productiva que la primera…

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