Venezuela

Venezuela y su infancia sobreviviente

El sistema de salud venezolano ha mostrado sus carencias al mundo, con marcado acento en el último lustro. Desde la escasez de medicinas hasta el deterioro de los hospitales, pacientes y familiares deben hacer maromas para conseguir tratamientos. Pero, dentro de este meollo, los niños son los que se han llevado la peor parte.

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POR: JEFFERSON DÍAZ | FOTOS: ANDREA HERNÁNDEZ

La península de Macanao, en Nueva Esparta, no necesita de trucos publicitarios. Para los viajeros sólo es necesario un vistazo a sus montañas y abundantes robles para lograr el efecto necesario: quedarse a disfrutar de la pesca artesanal, atardeceres llenos de ocre y una brisa que invita a la paz.
Un escenario que conoce muy bien Lidibel María, oriunda de Macanao y que tiene cinco años sin pisar su tierra.  Su hija, Yorgelis Velásquez, de 16 años, padece de un cáncer en la columna que la ha tenido recluida en tres centros de salud de Caracas y la ha sometido a una docena de operaciones. Su base de operaciones actual, su “trinchera” como explica Lidibel, es el hospital J.M de los Ríos. Donde los doctores conocen su historia clínica y ella lucha contra la escasez de gasas, algodón, alcohol, un colchón estable y agua potable para que su hija se recupera pronto.
“Nosotros somos pescadores artesanales. No tenemos los recursos para ir a una clínica. Desde que estamos en Caracas nos quedamos en un albergue de la Fundación Sana Salud o dormimos aquí, al lado de ella”, comenta Lidibel mientras contabiliza en cada uno de sus dedos cuántas veces Yorgelis ha recibido quimioterapia. No es fácil para una adolescente estar postrada en una cama mientras los doctores luchan por conseguirle los medicamentos necesarios para aliviar su dolor. Para eliminar el mal que la aqueja. Un mal que se extiende más allá del J.M de los Ríos.
Hospital de Niños JM de los Ríos vía
Hoy en día, en nuestro país, la infancia corre el riesgo de no superar sus enfermedades. A principios de abril, Douglas León Natera, presidente de la Federación Médica de Venezuela hizo eco de las denuncias emitidas por los residentes del Hospital Universitario de Caracas, donde en los primeros tres meses de 2016 han muerto 46 neonatos producto de infecciones que hay en ese lugar. Una cifra que se acerca a los 47 infantes que murieron ahí durante 2015. Mientras que el presidente de la comisión de salud de la Asamblea Nacional, el diputado José Manuel Olivares informó que en el Hospital Central Antonio Patricio de Alcalá en Cumaná van 93 neonatos muertos este año.
“Aquí hemos aprendido a sobrevivir. Hay veces que el hospital pasa hasta tres días sin agua potable. Yo tengo que hacer magia para conseguirle las gasas necesarias para cambiar sus vendajes y los colchones están vencidos. Ella no puede dormir sobre una superficie muy dura porque sino los dolores en la columna son insoportables”. Lidibel cuenta sin parar, no se amilana por la condición de su niña y sabe “con el favor de Dios”, ella saldrá caminando del hospital antes de su cumpleaños número 17 el 6 de octubre.
“Yo rezo mucho. Hay momentos en los que me da rabia y tristeza saber que en las farmacias no hay lo necesario para atenderla. Por ejemplo, a su edad hay que darle morfina para los dolores. Pero en el hospital no hay, y no me gusta recordar las noches en las que el dolor no la deja dormir”, apunta Lidibel mientras Yorgelis revisa su celular. Es una niña buen moza, muy alta y tienen un tono rosado en sus mejillas que ninguna de las vías que salen de su cuerpo han logrado borrar. Me dice que se mantiene en contacto con sus amigos por WhatsApp, y quiere terminar el bachillerato pronto. Tanto su mamá como su papá lucen cansados, pero no derrotados.
La Asociación de Padres de Niños con Cáncer les prestó un colchón para sustituir el que tiene en su habitación. El viejo lo colocaron a un lado, con sus manchas y resortes oxidados parece una colchoneta que vivió mejores épocas. La abuela paterna de Yorgelis viene dos veces por semana a llevarse la ropa sucia y traer comida casera desde Río Chico. Son una familia, se apoyan y en sus ojos se nota que el mejor regalo de este 2016 sería ver a su muchacha con buena salud.

Los datos

Hospital de Niños JM de los Ríos
El hospital para niños José Manuel de los Ríos fue inaugurado en 1937. Su nombre parte de un homenaje al médico y escritor considerado el precursor de la pediatría en Venezuela. Originalmente funcionó en la esquina de Pirineos, a unas pocas cuadras del hospital José María Vargas, pero en 1958 fue mudado a su actual sede en la avenida Vollmer de San Bernardino.
Desde emergencias hasta terapia intensiva, pasando por las áreas de medicina interna, psiquiatría, neonatología, oncología, cirugía y ginecología -es el único hospital en el país con este servicio para niñas-, uno de los mayores problemas es la falta de camas. Al menos unos 800 niños, niñas y adolescentes llegan aquí a diario buscando atención, y según datos de la Sociedad Médica del hospital deberían estar operativas al menos 300 camas para hospitalización. Hoy en día, todo el hospital tiene 100 funcionando.
Nefrología es una de las áreas más nuevas del hospital, sin embargo no cuenta con los insumos necesarios para brindar un servicio de calidad. Esto se resume a catéteres y medicamentos. Sin embargo, para el Tribunal Superior Tercero de Protección del Niño, Niña y Adolescente del Área Metropolitana esto no se considera comprobable porque es una información que publica un portal Web. Al menos ese fue el motivo que le dio a los abogados de la Asociación Civil Centros Comunitarios de Aprendizaje (Cecodap) al negarle el pasado 14 de abril la medida preventiva de protección por medicamentos esenciales para los niños que presentaron en febrero.
Hospital de Niños JM de los Ríos mano vía
En el piso tres, área de Medicina 2, hay una remodelación que tiene más del 50% del lugar inoperativo. Es el elefante blanco del J.M de los Ríos.
“Cuenta la leyenda”, como indican la mayoría de los doctores consultados por estos trabajos que desde 2007 las obras están paralizadas. El Ministerio de Salud ha reconducido el presupuesto tres veces para tener que reparar otras áreas del edificio o conseguir equipos para cirugía pediátrica o terapia intensiva. Cuando el ascensor te deja en este piso, lo primero que vez al abrirse las puertas es una escenografía dispuesta para una película de guerra. Paredes que no existen, montones de tierra en los rincones y restos de camas, escritorios y sillas dañados. Es una tierra de nadie.
A esto se le suma que de los siete quirófanos disponibles -originalmente eran nueve pero dos se usan como depósito-, sólo se habilitan cuatro por servicio de guardia. Esto porque no hay personal suficiente para hacerlos funcionar al mismo tiempo. Además, los lunes por la tarde no hay anestesiólogos a pesar que hay cinco en nómina para el resto de la semana. Cuándo se consulta el por qué, la respuesta es que para ese día no se pautan operaciones porque casi nunca hay agua.
Recientemente el área de neonatología sufrió un bajón en sus reservas de leche para los bebés. Situación que que se resolvió a través de ayuda privada y una fuerte campaña en redes sociales para conseguir el alimento. El hospital luce cansado y hay muchos espacios donde se amontona viejo mobiliario. Los baños son mantenidos en su mayoría por los pacientes y muchas ventanas están rotas o el mecanismo para cerrarlas no funciona. Cuando llueve, familiares de los pacientes  colocan un cartón o una bolsa plástica para que no entre el agua.

Desde Maturín para Caracas

Así, en una tarde lluviosa y con fuerte brisa, de esas que le hacían falta a Caracas, Paola Azocar cuenta su historia. Tiene 21 años y quería estudiar medicina. Pero casi siempre la vida no respeta los planes y quedó embarazada de Sofía. Una niña de seis meses con una fuerza en los pulmones que demuestra cada vez que llora pero que nació con un quiste de coledoco en el hígado, y ha pasado más de la mitad de su vida hospitalizada.
Paola adora a su beba. La acaricia, la carga -cuando los doctores le dan permiso-, y en sus ojos está la prueba de las noches de insonmio. “Lo único que quiero es que se recupere”. A los 21 días de nacida, en noviembre del año pasado, Sofía comenzó a ponerse amarilla y presentaba fuertes fiebres. Su mamá la llevó al Hospital Universitario Manuel Núñez Tovar de Maturín donde la tuvieron un mes hospitalizada esperando diagnóstico. “No tenían los insumos para hacerle los exámenes y siempre que preguntaba me decían que tenía que esperar” cuenta Paola molesta, y dice que allá “no había agua y los pisos olían a cloacas”.
Un buen día, obstinada por las evasivas pidió una solución. Fue a finales de febrero cuando la remitieron al J.M de los Ríos. “Me dieron la orden a las nueve de la noche. De inmediato agarré a mi niña y me la traje”. Desde entonces, Sofía está hospitalizada. Hace diez días la operaron y ahora se suma otra preocupación: necesita un hígado nuevo.
“No consigo dos medicamentos que tiene que usar de por vida. Aquí, las enfermeras me han tratado bien, al igual que los médicos. Pero no hay agua, el papá de la niña tiene que conseguir las gasas a sobreprecio para atenderle las heridas de la operación y las camas están en mal estado”, dice mientras carga a su niña durante un procedimiento de drenaje de su estómago. Durante la operación se llenó de líquido y tiene la barriguita inflamada.
Al ver a Sofía no es difícil olvidar a otros bebés como ella que se encuentran en iguales condiciones. En especial los que nacen en la Maternidad Concepción Palacios donde desde principios de abril la cocina principal tuvo que ser cerrada por deterioro. Médicos y enfermeras del lugar protestaron por el mal estado de las instalaciones. Indican que solo hay 20 incubadoras que no se dan abasto para los 30 a 40 partos semanales que requieren de este equipo. Además, el servicio de agua potable es inestable -a veces pasan dos días sin el servicio-, y el laboratorio no tiene los reactivos necesarios para hacer exámenes. Entre tanto males que aquejan a la que una vez fue la Maternidad insigne de Latinoamérica.
A Paola los doctores le dicen que si su hija no consigue un trasplante de hígado, Sofía no pasará de los siete años. Ella recibe la noticia con madurez, con valentía y está convencida que con su fe y trabajo preservará la vida de su niña.

El beisbolista

Hospital de Niños JM de los Ríos ventana dañada
Alejandro García tiene ocho años. Juega béisbol y es fanático de los Navegantes del Magallanes. Sobre la mesita al lado de su cama tiene una colección de dinosaurios de juguete y encima, en la pared, hay una estampita de José Gregorio Hernández en conjunto con una oración para la sanación.
Tiene una mirada avispada y a su corta edad uno nota que sus respuestas están bien pensadas. Es el orgullo de su mamá, Katiuska Jiménez.
“Hace un mes ingresó por emergencia con una Peritonitis. Antes lo llevé a tres centros de salud y no lo atendieron por falta de insumos” relata Katiuska el periplo que tuvo que pasar con su muchacho antes de operarlo. El niño comenzó con un fuerte dolor en la barriga y lo llevó al CDI de El Llanito, ahí el médico de guardia le dijo que de seguro Alejandro había comido algo que le cayó mal y le mandó una pastilla para el malestar. Pero el dolor no se fue.
Temprano, al siguiente día, lo llevó al hospital Pérez de León donde le dijeron que no había cirujano. Luego, pararon en el hospital Domingo Luciani y el niño tenía fiebre y convulsiones. Aquí no había quirófano disponible. Fue en el CDI de El Morro, en Petare, después de realizarle varios exámenes cuando lo remiten al J.M de los Ríos. “Cuando llegamos lo operaron de inmediato. Los médicos me dijeron que de pasar más tiempo el niño pudo morir. Ya lleva tres operaciones”.
Katiuska tiene que amarrar un paño alrededor del pecho de Alejandro cada vez que tose. Esto disminuye el dolor que siente el niño tras las intervenciones que ha recibido. Su evolución es positiva, pero como cada una de las historias que hay aquí, les ha costado conseguir medicinas, insumos médicos y agua potable. “Mi esposo es herrero, y como agradecimiento le instaló a las puertas de la habitación los vidrios que hacían falta. También reparó algunas cosas en el baño y en las camas” comenta mientras la doctora de guardia visita a Alejando. Si todo sigue bien, en cinco días será dado de alta y podrá seguir jugando.
Hospital de Niños JM de los Ríos insumos
Como estos tres testimonios hay muchos que desbordan al J.M de los Ríos.
Su deterioro no es nuevo y tampoco reciente, se ha sostenido en el tiempo. Mi propia experiencia es un ejemplo: cuando tenía 3 años en el año 1989 mi mamá tuvo que llevarme de emergencia por un ataque de asma. Estuve hospitalizado durante dos semanas mientras mi madre dormía debajo de mi cama, en el piso. Si bien, no había escasez de medicinas, el servicio de agua potable ya era irregular, los baños estaban deteriorados y las paredes tenían manchas de humedad. Desde 2007, el Ministerio de Salud ha planteado 12 proyectos de recuperación de ciertas áreas del hospital: las beneficiadas han sido terapia intensiva, cirugía plástica, nefrología, cirugía pediátrica y emergencias. Sin embargo, las personas que trabajan ahí: médicos, enfermeras y personal de mantenimiento indican que no se puede arreglar algo, dejarlo como nuevo y no prestarle más atención. Como en muchos de los hospitales de Venezuela, reclaman que la desidia y el abandono es la enfermedad que los mantiene con constantes recaídas.
En una de sus crónicas, sobre la caída de la Unión Soviética, el periodista colombiano Javier Darío Restrepo habla sobre las “catacumbas del siglo XX”. Término que acuña para describir aquellos lugares donde nuestra humanidad es suspendida por diversos males. Ahora, en el siglo XXI, el hospital de niños si bien no tiene apariencia de catacumbas, necesita ayuda en su lucha para no convertirse en una.
Hospital de Niños JM de los Ríos pasillo construccion]]>

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