Venezuela

En la Guajira ya cuentan las horas para pasar la frontera a pie

Habitantes y activistas de derechos humanos en la Guajira venezolana están a la expectativa de la reapertura peatonal de la frontera por Paraguachón, como primer paso para liberar totalmente el tránsito a Colombia. Afirman que las horas se cuentan en medio de  centenares de autos que transitan a diario por una maraña de trochas donde se mueve un negocio tan lucrativo como el de la coca: el contrabando.

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Otoniel ya se prepara para pasar la frontera a pie por Paraguachón, la última salida oficial de la frontera de Venezuela hacia Colombia. Dice que es el anuncio da un respiro para los wayúu. Ya está cansando de las comisiones que debe pagar, maltratos y caminos verdes que debe tomar cada vez que necesita ir a comprar a la ciudad colombiana de Maicao la comida o medicinas que no consigue en su país. Tiene un mototaxi, pero está parado porque le  falta un repuesto que le está saliendo más barato comprar al otro lado de la frontera.

Desde Paraguaipoa, ubicada a 20 minutos en carro de la línea fronteriza y a seis puntos de los controles montados por el ejército con el país vecino, el joven de 22 años se prepara para irse temprano a La Raya, la zona donde se confunden los límites de ambos países. «Es un alivio, la verdad. Aquí todo el mundo está cansado», comenta vía telefónica.

La maestra Yajaira González también celebra la medida. Si bien no pretende cruzar el paso fronterizo, espera que el anuncio realizado en la víspera por los presidentes de Venezuela (Nicolás Maduro) y Juan Manuel Santos (Colombia) sobre la apertura de pasos peatonales en la zona común, comience a bajar los precios de los productos que en la Guajira, que escapan de todo control impuesto por el gobierno.

El bloqueo fronterizo ha golpeado la actividad comercial y la vida diaria de los habitantes de esta empobrecida y calurosa franja, donde el 70% de la población vive en condiciones de pobreza y  la tasa de mortalidad infantil supera el promedio nacional (17,2) con 20,6 muertes por mil nacidos vivos, según datos del Instituto Nacional de Estadística (INE).

Desde que se se cerró la frontera el 8 de septiembre de 2015, los costos de la comida se dispararon, los abusos militares se prolongaron y los cobros para pasar a Colombia por los caminos verdes se multiplicaron en esta zona donde conviven mafias de contrabando de gasolina, indígenas, guerrilleros y militares.

El negocio de la venta de combustible se alentó por la descomunal diferencia entre el peso y el bolívar. Y el contrabando de alimentos desde Venezuela se minimizó, toda vez que la escasez reinante en el país revirtió esa práctica. Ahora se hace desde Colombia. «El cierre lo que ha traído aquí es más hambre. Toda la comida que se consume ahora es colombiana. No es justo», dijo González. A pesar de la militarización de sus territorios desde 2010, los indígenas ven como centenares de camiones, carros y motos transitan por las 192 trochas contabilizadas por las autoridades colombianas con todo tipo de mercancía -en especial- comida y gasolina. Incluso, un decreto firmado en marzo pasado por el gobernador del Zulia, Francisco Arias Cárdenas, como política «para combatir al bachaqueo» ha permitido que cientos de camiones repletos con comidas y medicinas pasen legalmente a diario a Venezuela.

La medida, activada en un principio para aliviar la distribución de alimentos en la Goajira, es una ilusión en la zona. «Los camiones pasan, llegan a Maracaibo y luego se van a otros lugares desconocidos. El hambre se queda aquí», denuncia José David González, dirigente de la Comisión de Derechos Humanos de la Guajira. Pero el contrabando desde Venezuela a Colombia sigue latente.

El Estímulo constató cómo cientos de camiones y carros repletos de productos como aceite de maíz, legumbres y cemento aguardaban al caer la tarde en medio de la Troncal del Caribe, que cruza poblados y caseríos para pasar la frontera, a pesar del bloqueo ordenado desde Caracas como medida para frenar la violencia, el contrabando y el desabastecimiento.

Otoniel, como muchos que viven en la Guajira, utilizaba su moto transitaba casi a diario por el desierto, llevando pimpinas repletas de gasolina para sobrevivir. A veces sirve como  «mosca», el término que se utiliza para avisar la a los camiones con combustible la presencia de agentes.  No precisa cuánto es su ganancia en cada viaje hacia Colombia, pero dice que es suficiente para enfrentar los precios que parecen moverse con la misma fuerza de los vientos en la Guajira. El contrabando es un negocio millonario. Es una práctica muy indiscreta porque las ganancias que deja son más grandes que el narcotráfico, según cuentan los habitantes del lugar.

Alcaldes de los municipio fronterizos colombianos aseguran que desde Venezuela arriban hasta 150 camiones diarios cargados de gasolina.

«Eso un negocio millonario que marca la vida y el comercio en la frontera», dijo Arán, un comerciante colombiano que debe ir a diario a Venezuela por motivos familiares. A lo largo de la vía que comunica a ambos países se observan a niños vendiendo a 500 bolívares un litro de gasolina, mientras en Maicao espontáneas estaciones de gasolina operan en las esquinas. ¿Cómo se burla el paso fronterizo en carro? Las trochas son la mayor carta que utilizan las mafias de contrabandistas y los indígenas para saltar los controles en esta frontera porosa. Destartalados carros, conocidos como «chatarreros», motos, camionetas y camiones cruzan a toda hora esos caminos. El peligro se siente entre las dunas y los arenales. Son innumerables las denuncias  de robos y maltratos a quienes transitan esos lugares, según testimonios. Maicao es el principal destino de quienes pasan la frontera por trocha. Queda a 20 minutos en carro del puesto militar de Paraguachón. Las mafias de la gasolina en el Zulia también utilizan esa ciudad como centro para dejar el combustible.

En su viaje a Colombia, dos reporteros de El Estímulo constataron cómo el paso por esos caminos se ha convertido en un negocio redondo para mafias, indígenas y autoridades corruptas de ambos países. Para llegar por carretera a Maicao, en el departamento colombiano de Riohacha, el viaje en carro toma hasta 25 minutos y cuesta en promedio entre 4.000 y 12.000 bolívares por pasajero. Pero en trocha se extiende hasta hora y media, debido al sinuoso camino arenoso y los «mecates» o alcabalas que cobran los indígenas para permitir el paso de los vehículos en sus territorios. Entre Paraguachón y La Raya se contabilizan al menos 40 «mecates», cuya tarifa depende del humor de los niños, mujeres, jóvenes o ancianos que participan en ese lucrativo comercio. Muchos cubren sus cabezas con camisas para protegerse del sol y el polvo. La presencia de esos «peajes» parten de una práctica muy común entre los wayúu: si vas a pasar por un terreno de mi propiedad,  entonces tienes que pagar.

Y esos pagos, que son realizados por el conductor de la unidad, oscilan entre 200 y 400 bolívares en el lado venezolano. En el colombiano, se cobra una tarifa plana: 100 bolívares. No se común ver un pago en pesos. Los «mecates» se multiplican a medida que el carro se acerca la frontera con Colombia. Son tantos que, en algunos tramos, no se respeta la medida del carro.

Mientras se va pagando uno, se tiene que preparar el billete para pagar el próximo punto «de control». A pesar de las molestias que genera, el conductor cancela (o negocia) lo exigido en el idioma wayúu. La entrada a Colombia se anuncia con el pasar de un rancherío, donde se observa propaganda electoral de partidos y candidatos que un venezolano ajeno a la zona desconoce.

Cada vez que cruza un vehículo, el camino se llena de polvo. En la ruta hacia Maicao uno se topa con cementerio y una escuela, donde niños interrumpieron sus clases por culpa  del paso acelerado de un camión repleto de gasolina. La trocha termina al toparse con el mural de una casa en la que -paradójicamente- se debería ejercer control sobre el lugar: la oficina de control migratorio de Colombia.

Un hecho que refleja de cómo el cierre de la frontera se convirtió en una buena excusa para hacer dinero en esta insólita zona, donde se inician y terminan dos países.

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