Twitter es el nuevo termómetro social de la sociedad. Miles y miles de camisas blancas se vieron en tiempo real desde la Avenida Libertador. Un mar de gente tomó a la capital para reclamar la posibilidad de un cambio en la dirigencia del país. Pero detrás de esta masa, están las historias que las redes sociales no pueden reproducir porque la rabia, la impotencia, la esperanza y la necesidad se mezclaron rápidamente entre los que 24 horas antes, eran simples desconocidos.
Es el caso de Orlando y su hermano Andrés; Isabel; Francisco; Jhormary; Aura; Yoel; María y una monja que prefirió no identificarse. Ellos están convencidos de la necesidad de lograr un cambio. A todos los arropó la crisis, dicen. No obstante, cada uno narra motivos diferentes para manifestarse. Más allá de los pitos, las consignas y la euforia popular, estas son sus historias.
Los hermanos Utrera: marchando en bastón
Orlando Utera cree que el referendo revocatorio no será la salida a la crisis. Ni siquiera tiene fe de que la consulta será este año, ni el que viene. A pesar de no comulgar con lo predicado por la Mesa de la Unidad, marchó desde su casa en bastón al igual que su hermano Andrés. Ambos caminaron «piano a piano» desde la Alta Florida. Andrés tomaba con su mano a su esposa, María Certad. El trío de jubilados pide un cambio. «Hay que salir de este gobierno porque es un cáncer», dijo el gigantón Orlando y sabe de qué habla. Este hombre sobrevivió a un cáncer óseo-medular hace cinco años y su tratamiento lo costeó con recursos propios. «Porque si dependiera de este gobierno me muero», afirmó. A pesar de lo vivido, Orlando estaba feliz: «Esta sí es una marcha sabrosa».
Isabel Sánchez: viuda con hambre
El rostro de Isabel Sánchez es conocido en las marchas. Periodistas la recuerdan como una activista nata, con las fuerzas y el pulmón suficiente para exigir la salida del presidente Nicolás Maduro. Pero esta movilización no es una más. Esta madre, de 68 años, hace un mes que enviudó porque no consiguió los anticonvulsivos necesarios para su esposo, Félix Oropeza. «Marcho porque no conseguí medicinas, porque no hay comida. He padecido hambre», dice Sánchez con la voz quebrada y con la bandera de Venezuela en sus manos. Sin pensión y sin dinero, cuenta que regresará a su casa en el Barrio El Calvario caminando, «porque la estación de Metro me la cerraron y no había yip».
Francisco Padrón: un papá sin miedo
Thiago es la copia al carbón de Francisco Padrón. El padre de 29 años de edad, mostraba orgulloso en coche a su hijo -de casi dos años- en medio de la avenida. Contó que no tenía miedo de sacar el pequeño a la calle, a pesar de los rumores y amenazas que rodearon a la manifestación. Salió desde su casa en La Campiña convencido de la necesidad de un nuevo rumbo político. «Es necesario manifestar. La oposición tenía tiempo que no salía a la calle y hay que hacerlo, porque tenemos que tener pertenencia a este país». Padrón siente que el revocatorio es la vía de escape a la crisis de Venezuela.
El amanecer que quiere la monja escapada del convento
Su altura la hizo destacar entre el grupo de monjas que marchaban apresuradas en una de las aceras de la avenida. La joven de 23 años no quiso revelar su nombre, aunque por su acento se advierte que es andina. Confesó haberse escapado del convento caraqueño, desde donde salió con sus compañeras. Las preguntas de un periodista impertinente le interrumpió los rezos que realizaba junto a sus colegas. Contó que desde las siete de la noche del miércoles mantienen una oración ininterrumpida con El Santísimo expuesto en el convento. Con rosario en mano, la religiosa explicó que la crisis arropa a todos, incluso a quienes sirven al Señor: «Salimos como venezolanos, no queremos tener ninguna implicación en el conflicto político, pero sabemos que Cristo nos acompañada y sabemos que habrán amaneceres mejores».
Conrado no marchó
Como las balaceras en los barrios, las grandes manifestaciones políticas en Venezuela arropan a todos. Conrado Labrecciosa, de 58 años, empujaba su silla de ruedas en medio de la vía. Parecía acompañar la manifestación, pero la verdad es que fue a comprar pan en un local cercano a su casa. Prefirió identificar lo vivido el primero de septiembre como una actividad política y no una marcha. «Porque si eso fuera así hubiera tenido un destino y aquí no pasó nada de eso», precisó este ingeniero, de 58 años.
Johanna y su dieta a juro
Johanna Suárez parecía que no participaba en la movilización. Lucía un vestido blanco largo que hacía juego con su sombrero de Panamá. Sus botas doradas combinaban con su cartera. No así sus lentes de aviador Rayban azules. Ella también repartía volantes a lo largo del camino, optimista por el cambio que cree puede producirse en Venezuela. Con 43 años de edad y cuatro niños, Suárez lucía una esbelta figura. Padedece a la «dieta a juro» que, en su opinión, impuso a Nicolás Maduro a los venezolanos. «Fíjate que pesaba 92 kilos. Ahora tengo 68 kilos gracias a esta crisis» y acotó: «Aquí hay que hacer malabares para sobrevivir. Conseguir comida es un reto en este país».
El primo de Ceballos y la enfermera de Pérez Jiménez
En las marchas florecen historias y también las amistades. Yoel Cardona y Aura de Beck se conocieron durante la movilización y juntos se dirigían hacia la avenida Francisco de Miranda. Aura tiene 93 años y Yoel no pasaba de los 35. A pesar de la diferencia de edades, ambos sufren la crisis aunque desde focos distintos. Cardona vio cómo a su primo, Daniel Ceballos, unos agentes de la policía política Sebin lo trasladaron a una cárcel común en San Juan de los Morros «bajo engaño». Aura, viuda y antigua jefa de enfermera que trató al dictador Marcos Pérez Jiménez, añoró a la Caracas de su juventud.
La médico que no se quiere ir del país
Jhormary Arreaza aguanta los embates de la inflación y la escasez como madre soltera. Ella es gineco-obstetra y, a pesar de hacer tres trabajos, la crisis la golpea con fuerza. Con 31 años, ella no se quiere de ir del país, a pesar que tiene amigos y familiares regados en Canadá, Estados Unidos, España y Chile. Aupando a quienes marchan desde la parte superior de la avenida, afirmó que no se quiere ir: «¿Y por qué me tengo que ir; si aquí me formé, crecí y quiero ver crecer a mi hijo?», sentenció.