Venezuela

Las emociones equivocadas

Son tiempos de pasos firmes y decisivos para la restitución de la República. Es justo, inobjetable y perentorio. No obstante, lamentablemente y desde hace un buen rato, va en aumento el caos de las emociones simplistas y la ligereza mediocre de ciertas convicciones radicalizadas.

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Fotografia: Dagne Cobo Buschbeck

El maniqueísmo es peligroso, pues persiste en el simplismo y en la confusión de los conceptos y de las emociones. Bajo la excusa de la libertad de pensamiento y de la urgencia de la acción, cada vez más los opositores se insultan y se desprecian con afincada cólera y violencia. No se critica, no se disiente ni se señala con razones y argumentaciones firmes y contundentes, sino que se menoscaba con ira y soberbia el pensamiento del otro bajo la bandera de una pretendida verdad (¿suena esto, suena?)

Son notables quienes despotrican contra la importancia del apego constitucional (de ese mismo cuya restitución se reclama), dizque argumentando (por ponerle un nombre a ese discurso) que a los tiranos no les interesa la ley y que, por lo tanto, tampoco al opositor ha de interesarle, «porque una dictadura no se tumba con leyes ni elecciones», y luego, por supuesto, el «sigan creyendo, cabrones».

Cabe destacar que la tiranía no ignora la ley; la tiranía manipula la ley, con descaro y cada vez con más ilegitimidad, pero la usa al fin de cuentas. Frente a esa manipulación, la respuesta adecuada, pienso, es el reclamo de la ley por parte de quien adversa el despropósito. La convicción republicana no resulta otra cosa que libertad bajo la ley, ¿no es así? ¿O es que después que caiga la tiranía montaremos nuevos tiranos que también hagan lo que les dé la gana con la ley?

Martha Nussbaum nos advierte que es un error ceder el uso de las emociones a las fuerzas anti-liberales, y lo es, porque esas fuerzas suelen ser excelentes manejando tales emociones. La épica-retórica del pueblo amado siempre ha sido una telenovela maravillosa para remover las vísceras de la gente y llevarlas a la acción deseada.

En nuestro país, el manejo de las emociones políticas por parte del socialismo del siglo XXI ha sido tan poderoso que hasta la oposición se ha terminado contaminando de esa torcida educación sentimental. Desde hace rato, entre los que adversan la tiranía, pululan emociones tan simples e inmediatistas como las que se encuentran en la narrativa-retórica revolucionaria. Esa es la herencia de Chávez en todos nosotros.  

No se trata de medias tintas, se trata de no dinamitar la libertad y el futuro de la posible república con el arrebato oscuro de unas emociones mal procesadas que se disparan a quema ropa sin medir consecuencias. No vengo acá a ser cordero, a dorar píldoras en favor de nadie, a pretenderme un genio del diálogo o de la filosofía de la práctica, pero tampoco vengo a seguirle los pasos al que más vocifera emociones baratas por los medios. Y acá hablo de todos: desde el desconocido con cuenta en Twitter hasta cualquier líder opositor mediático.

Cuando Chávez apareció en el panorama (anti)político venezolano, más de uno le compró sus discurso de emociones humanistas, y luego su arenga de furia justiciera por el pueblo, y luego su prédica de amor iracundo (por el pueblo). No, yo me niego a dejarme imbuir por esas mismas emociones simplistas y superficiales, ahora permeadas de este lado de la barrera y que se transmiten como virus entre los opositores y contra otros opositores. Y acá, vuelvo y repito, no se trata de estar de acuerdo todos y vivir en Disney, tampoco de decir las cosas de manera bonita (vaya tontería), porque da lo misma cuidar las formas y seguir siendo un mentecato de las emociones (de nada sirve ser un imbécil amable). Hablamos, queridos amigos, del manejo de nuestras emociones y de la profundidad de las mismas.

Son tiempos difíciles, tiempos de angustia, muy confusos. Pero también y sobre todo, son tiempos que exigen acción y contundencia, en los que, así lo creo, deberíamos cuidarnos mucho del infierno de las emociones equivocadas.

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