Venezuela

Nuestra muerte simbólica

Un grupo de venezolanos en Chile, en Argentina, en Nueva York, hicieron un video navideño/melancólico, un video no professional, que expresaba genuinamente lo que sentía esa comunidad, y en las redes los destrozaron.

Publicidad
Foto: Dagne Cobo Buschbeck

Me preocupa más que la escasez de alimentos, más que la corrupción y la inviabilidad de esta indeseable revolución; más que el caudillismo, el mesianismo y el populismo que llevamos en los huesos.

Hay un rasgo muy venezolano que Chávez utilizó a su favor hasta el cansancio, lo multiplicó y lo hizo una forma de intercambio común, que en el liderazgo de los bárbaros que hoy gobiernan se ha hecho deporte, y poco a poco veo calar con profundidad entre quienes defendemos lo civilizado.

Es el “diálogo” negador, el improperio como moneda de cambio usual, la intolerancia, la negación del otro como si el otro no fuese en buena medida parte de la misma comunidad a la que pertenecemos.

Lo veo en Facebook, en Twitter, en los artículos de opinión, entre amigos. Desde Ibsen Martínez hasta mis allegados en las redes. En el intercambio crítico con profesores como Fernando Mires. Cunde el irrespeto, la humillación, la condena.

Un grupo de venezolanos en Chile, en Argentina, en Nueva York, hicieron un video navideño/melancólico, un video no professional, que expresaba genuinamente lo que sentía esa comunidad, y en las redes los destrozaron, los mandaron a acallarse, les tildaron de cursis, de inadecuados, de impresentables. Nadie se paró a decir, quizás no es para mi, pero debo respetarlo.

Me acordó la callapa de bochorno que llevaron aquellos imberbes de la que salió la frase “me iría demasiado”. Aquellos niños encapsulados en su realidad cometieron el error de decir cómo veían el mundo, y recibieron lluvias y tormentas de maldiciones absolutamente desproporcionadas.

La intolerancia nos carcome. Cada vez menos gente se para desde la acera desde la cual uno observa y tolera lo que no le gusta, y le rinde honor al respeto, no de la boca para afuera, no con el salvoconducto de que si es público tenemos derecho a criticar, y con esa excusa destrozamos, deslenguados, lo que se nos plante.

Hace poco Teodoro cumplió 85, y a un vecino de Facebook se le ocurrió escribir “inofensivamente” que la “izquierda vegetariana” debía estar celebrando, para después aclarar en la discussion que al final era que, como Teodoro defendía la izquierda desde la democracia (o viceversa) “era la misma vaina”. Y con decir la misma vaina, entonces metió en el mismo saco a Teodoro con cualquier populista, revolucionario o socialdemócrata.

No reconocemos ni a nuestros íconos. Todo lo que nos pueda representar simbólicamente lo abolimos. Es la negación de nosotros mismos. Un fenómeno muy complejo al que Chávez nos invitó con aciereto y hemos avanzado hacia ese abismo sin siquiera notarlo.

Cada vez que la MUD toma una decisión, una pandilla grande de detractores salen a insultarlos, sin mediar discusión previa siquiera. Pero peor aún, detrás de ellos salen unos detractores más airados todavía, que destruyen sin dejar hueso ni uña a los detractores primeros.

Y así, vamos en una cadena de destrucción discursiva en la que los puentes simbólicos se van dinamitando, uno tras otro. Es el camino desierto de la individuación, la destrucción de la sociedad, la falta de espejos, la ausente capacidad para reconocer nuestros communes y respetar nuestros distintos. La intolerancia como herramienta mucho más ponderosa que el odio, la intolerancia para negarnos, no sólo al otro, sino a nosotros mismos.

Que en el 2017 volvamos a querer quienes somos juntos, y logremos respetar lo que nos diferencia, para poder volver a comenzar a dialogar desde la razón, siendo un mismo todo.

Publicidad
Publicidad