Venezuela

ENTREVISTA | Elías Pino: El reloj de la historia es lento pero se mueve

Elías Pino es una de las figuras fundamentales de la historiografía nacional contemporánea. Su muy vasta obra, erudita y elegantemente expuesta, casi en su totalidad ha estado dedicada a nuestro siglo XIX. En este ámbito ha abierto caminos inéditos y enriquecedores, en especial en el estudio de la segunda mitad del siglo, sobre la cual ha dado una visión más amplia y compleja que aquella tenebrista de los historiadores tradicionales. Muestra cómo entre penurias y caudillos se trenzaban las líneas fundamentales de un país naciente.

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Por Fernando Rodríguez

No menos valiosos son sus trabajos destinados a mostrar diversas e inusitadas facetas de las mentalidades que poblaron la centuria: la religión, las mujeres, la cultura, las ideas libertarias… Ha sido además un historiador comprometido siempre con el presente, del cuál ha sido un consuetudinario y fino analista.

Fue director de los institutos especializados de la UCV y la Universidad Católica, decano de la Facultad de Humanidades de la UCV, director del Celarg y miembro de la Junta Directiva del Consejo Nacional de la Cultura, director de la Academia Nacional de la Historia y hoy director honorario del diario El Nacional.

– En los inicios del chavismo muchos venezolanos le pidieron a la historia que diese razones de la desventura que vivían. Luego se alejaron de su ámbito. La historia no podía dar cuenta de ello, no es lo suyo, salvo que sea determinista, teleológica.

«Se dio y todavía se da el fenómeno curioso de mirar hacia el pasado para saber dónde estamos parados. No es común que esto suceda, porque generalmente a las sociedades solo les interesa su presente, lo que sucede mientras uno vive y muere. Las incursiones de Chávez en la historia patria pueden explicar la conducta: no dejó títere con cabeza en su afán de insólito historiador dotado de micrófonos y cámaras, para hacer del pasado algo muy cercano y también digno de sospecha, de desconfianza».

– ¿No presentaba versiones distintas, y retadoras, de ese pasado?

«Produjo general inquietud, debido a que se empeñaba en cambiar una memoria habituada a las imágenes establecidas, dependiente de unos análisis que no provocaban inquietudes. Estamos ante una posibilidad de explicación de ese afán “historicista” del que somos ahora cautivos como sociedad. Pero pienso que hay otra explicación: ante la barbarie que se vive, y ante la necesidad de no sentirse responsable de ella, la sociedad venezolana quiere encontrar las causas de los desastres en el pasado. Lo que sucede no es obra nuestra, sino de los errores de los antepasados, de las metidas de pata de las generaciones anteriores, se siente o se puede sentir en medio del pantano de la actualidad. Busquemos las fallas en el pasado, por consiguiente, para librarnos de la carga de culpa que significó el ascenso del chavismo debido a nuestro consentimiento y también a nuestro entusiasmo. De allí que la historia patria ocupe el favoritismo de la gente. Otros dicen que solo es el empeño de comparar el ayer reciente, visto con exagerada benevolencia, para magnificar el infierno en el cual nos consumimos. También puede haber un lamento por las realizaciones colectivas que la dictadura ha echado en la basura, por el desprecio de los trabajos del siglo XX venezolano que los rojos rojitos desconocen o descalifican. Se me ocurre que de estas tres posibilidades de interpretación de la vuelta de la historia a la actualidad, de la fuerza con la que nos conmina, se pueden sacar algunas conclusiones de interés».

– ¿Es esta realmente la crisis más grave que ha vivido la República?

«Apenas estamos frente a una de las crisis, no la más pesada, por cierto. Nos orientamos a creer que nuestra pesadilla es proverbial en términos absolutos, pero nos equivocamos. Somos apenas el eslabón de una cadena de horrores, que superamos a su debido tiempo. La Independencia, por ejemplo, que dejó una sociedad en bancarrota, sin instituciones y con la antigua convivencia en el borde del abismo. Salimos de ese agujero. Después la Guerra Federal, de cuyas vicisitudes quedó un mapa sembrado de cadáveres. Salimos de ese agujero. El gomecismo, en tercer lugar, una de las épocas más tenebrosas de todos nuestros tiempos. Salimos de ese agujero. La crisis actual es extraordinaria, porque no es el producto de la guerra ni de catástrofes naturales, lo cual la hace peculiar, pero, si la enseñanza de la historia puede ser útil, lo que podemos saber ahora del pasado, buscando analogías, señala que podemos superarla como hicimos con las anteriores».

– ¿Cuál ha sido y cuál es la relación entre la historia oficial y la historia crítica?

«Las historias oficiales son demasiado sensatas, es decir, proclives a la propuesta de una verdad que convenga a quienes la promueven. La historias oficial de antes, si aceptamos que existió de veras, propuesta en los tiempos de la democracia representativa, preparó el camino para los delirios del comandante. Los mismos héroes a quienes se le cambian las intenciones, la misma epopeya a la cual se le da una nueva y retadora orientación, la misma división entre buenos y malos que se fue ofreciendo como explicación desde el nacimiento de la República.

Se nos propuso una versión de los antepasados que Chávez no modifica, en lo sustancial. La pinta de rojo, nada más, sin tocar la plataforma de la idea del pasado que se fue formando entre nosotros poco a poco, sin duda. Las Escuelas de Historia de la UCV y de la ULA, en marcha desde la segunda mitad del siglo pasado, ofrecieron análisis distintos de los que hacían la Academia Nacional, los letrados y los oradores de turno, para comenzar un trabajo capaz de innovar el conocimiento histórico y de adecuarlo a exigencias profesionales.

Esas escuelas cambiaron la historiografía, hasta el punto de abrir la puerta a estudios inimaginables antes sobre las ideas, la economía, la vida cotidiana y las mentalidades, por ejemplo. De allí el establecimiento de un saber novedoso, acaso de los más novedosos que haya producido Venezuela en los últimos cincuenta años, al cual se acude frente a las historias oficiales que todavía influyen, o que permite que al ciudadano común no se le pase siempre gato por liebre. Tal vez por eso se acuda ahora con frecuencia a la opinión de los investigadores formados en esas escuelas para que pontifiquen –pontifiquemos- sobre lo que sucederá, aunque no sirva para mucho porque su asunto no es el porvenir sino solo el ayer.

Decía antes que la historia se ha hecho profesional y ha abierto caminos confiables para el entendimiento de la trayectoria de la sociedad. Sin embargo, debo agregar que las escuelas universitarias de Historia han disminuido en el interés de los jóvenes. Las aulas no están tan pobladas como antes y el profesorado ha marchado hacia otros destinos. En la Academia de la Historia se pasa por una mengua producida por el recorte de los presupuestos, que no permiten ni siquiera la edición de tres volúmenes anuales. Si consideramos que la Academia fue la primera editora de documentarios y de trabajos especializados en los ámbitos latinoamericano y español, estamos frente una crisis evidente en la difusión de conocimientos equilibrados y confiables sobre nuestros anales. El Centro Nacional de Historia, en cambio, fundado y sostenido por el chavismo, se distingue por una formidable bonanza económica y por un vasto catálogo de publicaciones. La política determina o pretende determinar el destino de la Historia, por lo tanto, y en esas estamos, en un pugilato cuya desenlace no se observa todavía».

– ¿Hay mal que dure cien años?

Todo pasa, necesariamente. Pero no pasa con la celeridad que muchos ansían. El reloj de la historia es lento, calcula calendarios de largo plazo, ha aprendido que las tiranías temporales son harto durables. Pero ese reloj también tiene la seguridad de que, en un momento muchas veces sorpresivo, un tiempo diverso reemplaza al tiempo que se vuelve decrépito cuando le llega la hora. No hay mal que dure cien años, por lo tanto, pero ese mal, por así decirlo, jamás pasa del todo. Queda por allí, rondando, retocándose de presente, de lo más juvenil en apariencia, metiendo la coba pese a que se ha decretado su desaparición cuando los hechos de los hombres solo se ven desde la superficie. Ha sido así desde el principio de la humanidad, sin que se pueda hacer nada para variarlo. No hay mal que dure cien años, en suma, pero el mal no desaparece del todo.

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