Venezuela

Diego Arria y la muerte del carnaval

No me lo contó nadie. Lo vi con mis propios ojos. Carrozas alegóricas con chicas en togas griegas desfilan por la repleta avenida Urdaneta. Las hay de ministerios, pero también de empresas privadas: de aceites Vatel, de la General Motors, de Johnny Walker, del detergente Ace, de Pampero, incluso de la cerveza Heineken.

Publicidad

En las noches además se celebra un desfile náutico en el laguito del Círculo Militar. El presidente corona a la reina como a una princesa de Disney. Los militares bailan en el cotillón.

Caracas es llamada la octava maravilla del mundo (sic) y turistas de todo el mundo llegan en masa para el carnaval, quizás no como en Río de Janeiro, pero sin mucho que envidar a Barranquilla o Tenerife.

Las siglas de los ministerios son MOP o SAS. Por supuesto, es un material propagandístico de una dictadura: la de Marcos Pérez Jiménez.

El documental fechado en 1955 está disponible en el archivo audiovisual de la Biblioteca Nacional donde, aunque usted no lo crea, un personal con una enorme mística sigue prestando servicio con reproductores de VHS (uno de los empleados me confesó que, en la era Youtube, no existe ningún plan a corto plazo para pasar todos estos tesoros a un soporte digital, algo gravísimo, aunque ya será tema para otra ocasión).

También hay instantes de las fiestas de 1954 recogidos por el fotógrafo colombiano Leo Matiz, con una colección completa también disponible en el edificio del Foro Libertador.

Por cierto que, en aquella época, Industrias Pampero comercializaba jugo de lechosa enlatado, una rareza casi inconcebible. Queda la impresión de que Pérez Jiménez, dictador y todo, era más astuto en cuanto al papel que juega la empresa privada en una celebración pública.

“En los años setenta, Diego Arria acabó con las comparsas”, me aseguró una de las bibliotecólogas más veteranas, culpando de la muerte del carnaval como convocatoria cívica al ex gobernador de Caracas y ministro de Información y Turismo durante la gestión de CAP I, y posterior precandidato de la oposición en 2012.

La versión es ratificada por dos profesores de la USB, la antropóloga Otilia Rosas González y el músico Emilio Mendoza, en un texto académico disponible en Google Books, Carnavales y nación: “Los carnavales en Caracas habían sido famosos (…) hasta su total prohibición desde 1974 por Diego Arria, ministro de Información y Turismo en aquel entonces, paradójicamente promotor oficial de esta industria”.

Violentos desde la colonia

La bibliografía sobre los carnavales en Venezuela no es abundante, aunque más o menos hay cierto consenso. Aunque usted no lo crea, lo que llamamos jugar carnaval (entendido por diversión violenta con agua, papelillos metidos dentro de bocas, pintura, harina o esos mismos huevos de gallina que en este mismo momento se aproximan a la órbita de los 10.000 bolívares por cartón), que es casi lo único que caracteriza hoy a este par de días feriados, no es una tradición contemporánea: se remonta a la colonia.

“Desde épocas remotas, la barbarie estableció que había diversión en molestar al prójimo, mojarlo, empaparlo y dejarlo entumecido (…) El entusiasmo no llegaba al colmo sino después de haberle ensuciado, bañado y apaleado, dando por resultado algunos contusos y heridos, y degradados todos”, documenta Arístides Rojas (1826-1894) en sus Crónicas de Caracas.

Según Rojas, el carnaval del siglo XVIII también era época para “jueguitos de manos, bailecitos, tocamientos y zambullimientos” de jovencitos de ambos sexos, hasta que el Diego Diez Madroñero (obispo de Caracas entre 1757y 1769) los prohibió categóricamente y estableció que serían días para rezar el rosario.

Antonio Guzmán Blanco hizo un primer intento (fallido) de que la capital venezolana tuviera un carnaval civilizado, digno del primer mundo, aunque nunca pudo erradicar por completo los juegos agresivos con pintura.

Según el historiador larense Iván Brito López, Juan Vicente Gómez prohibió las celebraciones callejeras después de los incidentes de la Generación de 1928, que comenzaron precisamente con la elección de una reina de carnaval, Beatriz Peña. Pérez Jiménez, también suspendió los carnavales hacia el final de su mandato, cuando los infiltrados de la clandestinidad se aprovechaban para lanzar piedras y gritar consignas.

Las fiestas carnestolendas tendieron a ser políticamente incómodas. Hasta eso se ha perdido.

La versión de Diego Arria

¿Y qué responde Diego Arria sobre las acusaciones de que él mató el carnaval, de que por su culpa no seamos como Río de Janeiro y más bien tengamos unas garotas de pacotilla?

“Los del libro Carnavales y nación es una lamentable distorsión. En 1974 yo era gobernador de Caracas, y no ministro de Turismo, que sólo ocupo en 1977 y 1978. Lo que sí es cierto es que al asumir la Gobernación de Caracas, al ver la precaria situación económica del Despacho, dije que no teníamos recursos para financiar carnaval con tantas necesidades más perentorias. Nadie podía ‘prohibir el carnaval’, como dice el libro, lo que podía hacer era contribuir a sus finanzas o no. Prohibir el carnaval sería como prohibir la Semana Santa o las navidades. Es Imposible. Y como ministro de Turismo menos aún lo habría prohibido. Más bien apoyé al carnaval de El Callao, que es y sigue siendo una atracción turística”, aseguró Arria en una comunicación electrónica.

Es decir, Arria habría hecho todo lo contrario que Nicolás Maduro, que aprobó 700 millones para el “Primer Carnaval Internacional de Caracas” (sic) en momentos en que, según la encuesta Encovi, 52% de hogares venezolanos están en pobreza extrema.

Que el carnaval venezolano sea deprimente y violento probablemente no es culpa de Diego Arria. Habría que revisar porqué en este, como en muchos otros indicadores, hemos ido retrocediendo al siglo XIX hasta el punto de que las crónicas de tiempos coloniales de Arístides Rojas parecen de una noticia de 2017: “Las noches del carnaval de Caracas son lúgubres. Se cierran puertas y ventanas. Nuestro carnaval es acuático, alevoso, demagogo y grosero”.

Publicidad
Publicidad