Venezuela

El misterio del zaperoco del Martes de Carnaval en Sabana Grande

Que las tradiciones se están perdiendo es una frase que escuchamos con frecuencia. Ya muy poco se escucha, por ejemplo, la palabra “templete”. Lo que casi nunca se dice es que esas tradiciones son indefectiblemente sustituidas por otras nuevas:

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Fotografías: Andrea Hernández y Cristian Hernández

Llamarlo “tiroteo” probablemente es una exageración, pero de un tiempo a esta parte, se ha hecho tradición el zaperoco al final del martes de carnaval en el bulevar de Sabana Grande. Algunos se refieren a él en Twitter como una guerra entre policías y la tribu urbana conocida como los “tukis”.

En 2017, la verdad es que en Sabana Grande hubo considerablemente menos movimiento el martes que el lunes de carnaval. Quizás fue el no tan usual aguacero que cayó a las 3:00 de la tarde: pocas cosas son tan matapasión como el papelillo mojado. Quizás se trataba precisamente de precaución ante la no tan leyenda urbana de los disturbios. Pero la verdad es que el que pasó por allí a las 6:00 pm presentía más tedio que violencia.

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¿Bocas abiertas tapadas con papelillos? Sí. Pero el ambiente era de censura A (para toda la familia), con pequeños pelotones de PNB y GNB distribuidos más o menos en cada cuadra que se encargaban básicamente de decomisar las “tánganas” o aerosoles de espuma popularizados por Winston Vallenilla. Por algún motivo desconocido, los guardias tienen puestos los chalecos fluorescentes del maratón CAF.

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“Hay más vigilancia este año, en ocasiones anteriores veías el vandalismo desatado”, decía Merlin, una de las pintacaritas más veteranas del bulevar, y muestra de ella es que se quedó tranquila transformando a muchachitos en Thundercats hasta después del atardecer.

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“Ambiente más controlado”

“Me contenta la seguridad que hay con la policía. Todo está más controlado. Ya no hay tanta tángana ni otras cuestiones violentas”, confirmaba Olga Pérez, la verdadera identidad de un hombre lobo que se colocó en las inmediaciones de la estación de Sabana Grande junto a un jinete sin cabeza y una bruja lectora del tarot, todos integrantes del colectivo artístico IJ Reflexiones.

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A las 5:58, drama cerca del puesto de Protección Civil en la estación de Sabana Grande. Está perdido Saúl Daniel, un niño de 10 años con camisa a rayas horizontales. Su abuela lo busca con lágrimas en los ojos. Se le soltó de la mano, justo después de tomarse una instantánea con Mickey y Minnie. Con la foto en la mano, desesperada, va preguntando por él a todos los policías y guardias que encuentra en el bulevar. La actitud de los funcionarios es displicente ante una situación de rutina, que se resolvería con un puñado de walkie talkies. A las 6:28 pm, cerca de la heladería La Poma, sin ayuda de nadie, la abuela consigue a Saúl Daniel. Estaba jugando con otros niños sin mayor angustia.

Todavía quedan negritas

Además de muchos Guasones y algún Depredador, el disfraz predominante en el bulevar era el de pedir dinero o comida. Pero algunos siguen empeñados en hacerle guerrilla a la desmemoria. Dos negritas con la piel embadurnada de betún, collares de perlas, vestidos de lunares y culos postizos fueron un exitazo instantáneo en las inmediaciones de la librería Coliseo. Se dedicaban a acosar machos de pelo en pecho y estamparles besos al estilo Pepe Le Pew. La gente les daba espontáneamente 100 bolívares por foto, considerablemente menos que los 1.900 que cobraban Spider-Man, Rapunzel y Barney cerca del Gran Café.

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En realidad eran maestros del liceo bolivariano Julio Bustamante. “No sé si llamarlo un show. Nosotros llevamos 23 años amenizando en el bulevar con cualquiera de las manifestaciones de la caraqueñidad, llámese burriquitas, comparsas de El Callao o merengues caraqueños. Queremos revitalizar el carnaval como fiesta de la alegría y el colorido y cambiar esa mentalidad del vandalismo y el abuso. Las negritas evocan la Caracas de los techos rojos. Hay que entender que en siglos pasados la mujer no podía participar de manera directa en diversiones de calle y entonces, propiciado por el carnaval, se producía la inversión de rol”, explicaba Carlos Marrón Echenique, padre de una de las culon@s e integrante de la Red Nacional de Burras Tradicionales.

Los evangélicos estaban mucho más replegados que de costumbre. La verdad es que la que ha terminado poniéndole algo de personalidad al flácido Mardi Gras de la parroquia El Recreo es la comunidad LGBT. Muchas de las bataholas de las 6:00 de la tarde son entre zagaletones con papelillos y travestís que se agarran desafiantes sus lolas postizas. A esa hora pueden verse las cosas más insólitas, desde ruiseñores humanos que imitan decenas de cantos de pájaros con un simple trozo de plástico hasta vendedores de porta-CDs (en una época en la que ya nadie compra CDs) o una cola para hacerle la cirugía plástica a la cédula de identidad.

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“Este gobierno va a caer”

Pero quedarse en el bulevar de Sabana Grande hasta tarde un martes de carnaval es como andar invocando a la Gran Calabaza de Halloween en las historietas de Snoopy. Se sabe que algo va a pasar, y más o menos se presiente el lugar: el tramo entre la calle Baldó y la avenida Santos Erminy, sumido en las penumbras por unos postes de iluminación defectuosos que producen más bien un efecto de relámpagos del Catatumbo. Hasta la policía prefiere alejarse de esa boca del lobo. Allí se producen los primeros conatos de tánganas.

Y puntualmente, a las 7:30 pm, allí están. Un cambote de 20 o 30 jóvenes de ambos sexos. Se comportan de manera similar a la barrabrava de un equipo de fútbol. Su aspecto es de clase media baja, si es que eso sigue existiendo. Gritan cánticos. Deambulan como una manada de lobos, bulevar arriba y bulevar abajo. De repente corretean trechos cortos de manera orquestada, más que nada para impresionar.

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Se meten con los guardias nacionales, que les siguen de cerca sin mucho entusiasmo. Se escucha un: Y va a caer, y va a caer, este gobierno va a caer. Se les incorpora un cuarteto de percusión de samba que antes había estado tocando por real cerca de la Galería Bolívar. Casi es como si flotara en el aire la letra del Matador de los Fabulosos Cadillacs: “De pronto el día se hace de noche, murmullos, corridas, el golpe en la puerta, llegó la fuerza policial”.

“No creo que sean barras de fútbol. Son tribus distintas. Los he visto ya varios años. Más que todo es un ejercicio de catarsis”, opina un periodista que vive por la zona, que agrega: “Vimos a las policías de Chacao y PNB dando vueltas. Los guardias sí estaban echados y adormecidos. Claro, cada vez mandan funcionarios más jóvenes y más flacos”.

Precisamente la GNB, con su mera presencia, disuelve una aglomeración por los lados del City Market. Entre los latidos trasgresores de los redoblantes, el cambote se dirige vía Plaza Venezuela. Una barrera no demasiado nutrida de PNB se les atraviesa para que no se devuelvan de nuevo hacia Chacaíto. La escaramuza no pasa a mayores. No huele a lacrimógena. En Plaza Venezuela anuncian que están cerrados los accesos a Sabana Grande, no se sabe si por prevención o reacción. El personal del Metro batalla para impedir que se juegue tángana dentro de la estación. Se observa a un hombre sin camisa con el torso pintado de rojo en el andén.

La verdad es que, al parecer, no ocurrió mayor cosa. Al día siguiente te metes en Twitter, buscas por “Sabana Grande” y más que todo lo que consigues es gente que busca comida en la basura.

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