Venezuela

Susana Raffalli: "No tengo nada que esperar de un Estado que miente"

La experta en seguridad alimentaria Susana Raffalli guarda algunas similitudes con Arístides Calvani, el casi santificado canciller del primer gobierno de Rafael Caldera. Al igual que los Calvani, los Pietri, los Consalvi, los Lucca o los Penzini, la hermana menor del constitucionalista Juan Manuel Raffalli esconde ancestros de Córcega detrás de un apellido con camuflaje italiano.

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Fotos: Harold Escalona

Celebridad contra su voluntad en la Venezuela que cocina con grasa de pellejo de pollo, Susana también ha pasado buena parte de su formación profesional en Guatemala, donde anticipó dramas que de algún modo se están repitiendo en su propio país.

La nutricionista egresada de la Universidad Central de Venezuela (UCV) se define a sí misma como “una feminista en construcción”, a la que le hubiera gustado desandar el tiempo para incorporarse más en causas sociales: “Esta crisis no la vive un hombre de la misma manera que una mujer”, sostiene.

De los países en que ha combatido en persona el hambre, Raffalli compara a Venezuela con la Birmania (Myanmar) de la revolución azafrán de 2007: “Una autocracia militarista le quitaba la mitad de la cosecha a los campesinos. La crisis no la había generado un huracán o un terremoto, sino un Estado que toleraba un enorme nivel de sufrimiento en su pueblo como el precio que había que pagar por un objetivo supremo: el control político”.

—Usted estudió en la UCV, es decir, el Estado hizo una inversión en su educación y hoy no la aprovecha.

—Eso de que el Estado invirtió en mi educación no lo siento así. El Estado tiene la obligación de garantizarnos ese derecho. La mejor inversión que pudiera hacer el Estado en nosotros como futuros profesionales es garantizarnos la libertad de que cada uno estudie lo que se sienta llamado a estudiar y que por ahí crezca y haga sus aportes al país. La gente está emigrando a hacer investigación y desarrollarse en lugares donde pueda hacerlo con libertad y tenga direccionalidad para la construcción de una sociedad, no de un proyecto político en el que sería más bien penoso verse representado. Más que el presupuesto universitario, del que a mí me tocó una tajada, esa oportunidad es lo que se está tirando por la borda.

Susana Rafalli

—¿Siente que es más escuchada en el exterior que en su propio país?

—Ni siquiera es que me sienta amenazada por lo que propongo. Diría que es peor: soy absolutamente ignorada. Aquí he escuchado decir: “Lo que hiciste en Guatemala no va a funcionar aquí”. Si funcionó allá, ¿por qué no va a funcionar acá? ¿Qué clase de superioridad ética tenemos hasta para morirnos de hambre? ¿El hambre de Venezuela es distinta a cualquier otra hambre? Aún manteniendo la dignidad de protegernos de la presunta perversidad de una intervención internacional, podríamos sacar provecho a desarrollos conceptuales que han comprobado su efectividad para atender emergencias alimentarias.

“Uno de los mejores ejemplos es el plan que propuso la Polar con pequeños agricultores para vender maíz a 700 bolívares el kilo. El Estado dijo: “No me sirve tu maíz de 700 porque no lo controlo yo, lo controlas tú. Voy a importar maíz a 2.500 bolívares’. No es que no escucho, es que lo que escucho no me sirve para mi objetivo político. Es como ofrecerle una receta de majarete a un Estado al que sólo le interesa hacer un arroz con mango”.

—Ajá: usted dijo la palabra mágica: Empresas Polar. ¿Susana Raffalli alguna vez se ha cuestionado a sí misma como defensora de los intereses de una empresa privada?

—¡Sí, claro! ¡Pero si tengo 12 años trabajando con una agencia humanitaria que se ha embarcado en una lucha frontal contra todas las trasnacionales de la alimentación! No sólo me lo he cuestionado, sino que cuando he tenido que ser activista frente a eso, denunciarlo o interpelarlo, me he apuntado sin problema. Estoy segura de que si le hacemos una disección a cualquier empresa privada de la alimentación en Venezuela, le encontraremos alguna perversidad. Yo sé que en el discurso estatal sobre los abusos de las grandes empresas hay mucho que puede ser verdad. El capitalismo a ultranza con base en la alimentación no está bien y en su nombre se han cometido aberraciones. ¿Pero qué pasa con el enriquecimiento de las Fuerzas Armadas a través de un dólar a 10 bolívares para la importación de alimentos? Los que lo están manejando ahora no sólo no lo están haciendo mejor, sino muchísimo peor.

“Hugo Chávez fue una de las voces más activas cuando empezó el movimiento internacional que decía que los alimentos no son una commodity, una mercancía. ¿Quién le iba a decir a Chávez que los primeros en tomar el alimento como un bien comercial serían los que él designó para eso? No lo digo yo: se está cumpliendo un año de que Nicolás Maduro, en cadena nacional, dijo que Abastos Bicentenario se pudrió”.

—Usted es una científica. No tenemos prueba para sostener que los que están hoy en el poder en Venezuela son genéticamente perversos. En su opinión, ¿por qué cree que han sido negligentes en el área alimentaria?

—Yo partiría de refutarte. Nada de lo que está pasando es porque son negligentes o incompetentes. Obedece a una estrategia, un plan con objetivos claros, y al desenvolvimiento de una estrategia de dominación con planes específicos que se han ido cumpliendo. No es que el gobierno lo está haciendo mal porque lo estudió mal. No: lo está haciendo como lo está haciendo porque estudió bien qué es lo que quiere hacer y hasta dónde quiere llegar.

—Es decir, hay una planificación.

—No me gusta para nada usar el concepto de castro-comunismo. Pero si yo compruebo la aplicación de este modelo en Cuba, Ecuador y Bolivia, te diría: bueno, nos parecemos más a uno que a los otros. ¿Sabes cuál fue el factor de éxito de la política nutricional de Evo Morales? Su discurso fue el del socialismo del siglo XXI, pero en la instrumentación práctica se respetaron las fuerzas del mercado. En una entrevista, Evo dice: “Primero tenía que garantizar el abastecimiento y luego confrontar las relaciones de poder”. Aquí lo que hicimos fue irnos con una mandarria y acabar con todos los sectores del sistema alimentario. La estrategia no era agarrar la mandarria, sino decir: “Produce alimentos porque eres el que mejor lo saber hacer, pero lo vas a hacer como yo te diga y con estas reglas de juego”.

“Tú en tu pregunta usaste lo genético como figura genética. Los venezolanos estamos hechos de lo mismo. Hemos respirado este aire. Pero la diferencia es la rabia. En el pedazo de historia que yo viví, no recuerdo un dirigente más lleno de rabia que Hugo Chávez. Sólo un venezolano lleno de esa rabia y resentimiento es capaz de destruir el aparato productivo de un país para asumir el control, usando como argumento que lo hiciste por amor a los más vulnerables”.

Susana Rafalli

—¿Ha tenido contacto con algún funcionario del Estado que haya admitido en privado que no lo están haciendo bien en materia alimentaria?

—Directamente no. He tenido referencias de un par de colegas de agencias internacionales en misiones exploratorias y se han reunido en el Instituto Nacional de Nutrición, y me dicen: “Tengan paciencia, tiendan puentes, nos han comentado que no lo están llevando bien”. Ahí es cuando yo me revuelvo peor. ¿Sabes qué sería una bocanada de optimismo? Que en algún momento esta gente dijera: “Coño, vamos mal, dame una mano”. Pero yo leo a Freddy Bernal en Twitter y yo no tengo nada que esperar de ese señor. No tengo nada que esperar de un Estado que todo el tiempo está diciendo una mentira. Yo no espero nada de un Estado que acude a un Examen Periódico Universal (EPU) de Derechos Humanos con cifras de hace 10 años.

—¿Se perdieron los reales con los activistas de las ONG como usted que acudieron a denunciar al gobierno en Ginebra?

—Eso es como juzgar los resultados de un maratón en el kilómetro cuatro. Si pensaste que el objetivo del EPU era cambiar ya el modelo y que esta gente rectificara, dirás que es un fracaso porque seguimos igual. Pero el objetivo era marcar un precedente y disparar la alerta. Sirvió para darle visibilidad en el mundo a lo que nos está pasando. El valor del EPU es prospectivo. Es decirle a un Estado: “Te estoy viendo”.

—¿Qué le enviaría a un alto funcionario dentro de una caja CLAP?

—Es que yo no enviaría cajas. La caja violenta ese vínculo sano entre la arepa que te comes y la participación que tuviste para que esa arepa llegara a tu mesa. Quizás le enviaría el concepto de autodeterminación. En plan de revancha, a Freddy Bernal o Marco Torres quizás les enviaría unos pañales sucios de tela para que los laven en su casa. O ya que te refieres a mí como una científica…

(Susana Raffalli extrae un brazalete que lleva en su bolso y que usa para medir la pérdida de masa muscular en los niños que sufren desnutrición aguda)

… Le enviaría este brazalete y le diría: “Toma, este es el bracito de un niño de Plan de Manzano”.

—Teniendo la distancia de una científica, ¿qué momento le ha pegado emocionalmente de esta crisis venezolana?

—Ni siquiera tiene que ver con mi trabajo. Me veo a mí misma al lado de mi hermana desfigurada en una cama de un hospital, ella saliendo de una craneotomía, y en ese momento nos obligan a todos los venezolanos a ver en cadena nacional la apertura del féretro de Simón Bolívar. Era sentir como que estaban manoseando y hurgando en nuestro gentilicio y nuestra historia, y todo por el delirio de decir: “Yo abro esto que es sagrado y es de todos los venezolanos y le meto las manos, y además te obligo a verlo”. Me viene el sabor de un llanto, pero no de tristeza, sino de impotencia, atropello y ultraje.

“Por supuesto, he visto cosas terribles. He salido de las comunidades más pobres de Guatemala con niñas desnutridas sobre mis piernas. Una de ella ya no tenía vida cuando la pusimos sobre la camilla. Pero todavía eso lo podía separar de mí. Cuando lo tengo que vivir cada dos viernes en el Hospital de Niños, con personas que hablan igual a como hablo yo, me cuesta más”.

—Lo último. Según algunas fuentes, el Holodomor (“matar por hambre”), la hambruna ocasionada en Ucrania por el estalinismo, es el segundo genocidio más grande de la historia. ¿Por qué cree que es mucho menos conocida que el Holocausto?

—Hay tres rasgos del Holodomor de Ucrania que son aplicables aquí: el delirio por la autarquía, es decir, producir todo lo que comemos, que confundimos de manera estúpida con el concepto de soberanía alimentaria; la socialización sin planificación de los medios productivos; y la negación sistemática del impacto de esas políticas. Creo que fue Francisco Franco el que dijo: “¿Hambre? Toda la que sea necesaria”. Y sí, es llamativo: hemos salido a la calle por los medicamentos y por muchas otras causas, pero todavía no se ha generado una marcha por el hambre. No tengo respuesta para la razón de esa invisibilidad.

Susana Raffalli (@susanaraffalli) es nutricionista egresada de la UCV, consejera y personal humanitario independiente en las áreas de Nutrición, Seguridad Alimentaria y Riesgo de Desastres.

Esta entrevista pertenece a una serie sobre jóvenes intelectuales venezolanos. Para leer las entrevistas a Guillermo Aveledo Coll, Daniel Esparza, Anabella Abadi, Rodrigo Blanco, Emila Díaz-Struck, Erik del Búfalo, Daniela Guerra y Tomás Straka haga click sobre sus nombres.

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