“¡Sí podemos, somos más!”, “¡El pueblo unido, jamás será vencido!”. Las viejas consignas de la izquierda romántica latinoamericana son utilizadas ahora por la oposición venezolana –la misma que el oficialismo cataloga como la derecha– para aumentar la presión en las marchas convocadas contra Maduro.
La autopista Francisco Fajardo –la mayor de Caracas– volvió a ser escenario del último pulso entre el Gobierno y la oposición, que ha recobrado sus aires de lucha tras dos sentencias del Tribunal Supremo que terminó liquidando por completo las funciones de la Asamblea Nacional y anulando la inmunidad de los diputados.

Foto: El Estímulo / Andrea Hernández

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Foto: El Estímulo / Cristian Hernández

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Las sentencias han sido catalogadas como una evidente ruptura del orden constitucional por gobiernos de varios países, obviamente por el antichavismo.
También por la mismísima Fiscal General de la República, Luisa Ortega Díaz, en un raro episodio de disidencia dentro de las filas de un chavismo que al menos para el público se mostraba monolítico.
Unos cuantos miles de manifestantes tomaron la vía para expresar a Maduro su rechazo. Pero esta vez convencidos de que al chavismo le llegó su hora. Se pasaron de la raya, dicen. Y la mayor arma para frenar lo que califican como un régimen abusivo es la calle, advierten a viva voz.

Foto: El Estímulo / Cristian Hernández

Foto: El Estímulo / Andrea Hernández

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El todo o nada se vuelve a jugar en Venezuela. El detalle es que al parecer, y a juzgar por las demostraciones, esta vez en la oposición no hay ánimos para dar tiempo extra a sus contrincantes chavistas.
Así lo mostró Miguel, un estudiante que salió de su casa en La Florida para rechazar a la “tiranía”. O Manuela, una profesora jubilada de la Universidad Central cansada de que su sueldo le sirva sólo para comprar tres pollos crudos. Igual pasa con Alfredo, que caminó desde la urbanización Santa Fe para decirle a Maduro que se volvió pobre y su condición de clase media se desmoronó por las políticas oficiales.
Los tres, de diferentes edades, al igual que miles que se concentraron en la vía caraqueña. Fueron sorprendidos por el llamado de los jerarcas de la oposición a marchar hacia la sede de la Defensoría del Pueblo de Caracas, en el centro capitalino, donde el chavismo hizo una “contramarcha” para defender a Maduro y llegar a la sede del parlamento.
-“¿Qué somos?»
-«¡Venezolanos!».
-«¡¿Y de qué estamos hechos?!”.
-“¡¡De valor!!”.
Se preguntaban y se respondían en la breve caminata.

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El hastío opositor se sintió con fuerza. Por eso pocos dudaron en volver a caminar cuando Freddy Guevara, primer vicepresidente de la Asamblea Nacional dijera que el nuevo objetivo de la marcha sería la sede del Defensor, quien de acuerdo a la burocracia chavista, tiene la llave para sacar a los magistrados del Supremo, acusados de dar el “golpe de Estado”.

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El llamado desató las pasiones, en especial, del grupo de jóvenes enmascarados que servían como el primer frente de la protesta. Sus bombas molotov, piedras y palos que cargaban en las manos avisaban que la manifestación no iba a terminar en paz.
De hecho, uno de ellos lanzó una patada a un camarógrafo del portal La Iguana, a quien los muchachos acusaban de ser agente de la policía política del Gobierno. Los manifestantes que iban como punta de lanza se dicen estudiantes. Quizás por eso, otro encapuchado llevó un destartalado pupitre que colocó al frente de un piquete policial en el sector de Bello Monte.
Un joven, incluso, arrastraba con una moto un congelador oxidado repleto de piedras.
Fue en Bello Monte donde se reflejó que la oposición no quiere dar largas a la crisis. Apenas los manifestantes se toparon con el cordón colocado por la policía en medio de la vía, comenzaron los enfrentamientos.
Piedras y palos eran las armas más utilizadas por los manifestantes para enfrentar a unos policías que inundaban la vía con los gases de las bombas lacrimógenas. Los chorros lanzados por “la ballena” también contenían la furia. El pupitre saltó por los aires.

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Los opositores aguantaban. “¡No podrán!”, gritaban.
Unos se colocaban pasta dental encima de los labios para aguantar los gases. Otros, más osados, agarraban las lacrimógenas y se las lanzaban a los agentes. Pero la dirección del viento estaba en contra de ellos.
En medio del pandemónium, Henrique Capriles decide tomar el otro nivel de la autopista. Entonces muchos de los jóvenes se le adelantaron y cortan el tráfico en la vía. Utilizan las barandas para sonarlas como medio de reclamo. A falta de ollas, bueno es el mobiliario público, que sonaba como gigantescas cacerolas.

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La policía siente la presión y decide lanzar los chorros hacia el otro nivel de la autopista. Dos helicópteros sobrevolaban la zona. Quizás divisaron cómo los jóvenes y muchos adolescentes encapuchados levantaban barricadas con basura y cauchos que terminaron quemados.
Las calles olían a humo negro, al ácido del gas pimienta, a las bombas lacrimógenas.
En toda batalla, muchos inocentes caen. Los periodistas ahora también son blanco de la confrontación política en Venezuela. A Manaure Quintero, fotógrafo, le lanzaron una piedra en la cara. A Elvis Flores, un camarógrafo, le despojaron de su equipo y lo retuvieron por unas horas a la sede de la policía política por supuestamente violar el cordón de seguridad.

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Bajo el intenso sol, la lluvia de piedras y de lacrimógenas que iban de un lado a otro cesó por unos minutos. Los manifestantes aprovecharon el momento para cantar el himno nacional de Venezuela. La vieja canción de cuna convertida una vez en cántico se confundía con el “cacerolazo”, que resonaba más alto con las barandas metálicas de la autopista.

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El momento patrio se interrumpió de súbito con una nueva lluvia de gases. Otro preludio de que a Caracas le esperan más días nada santos, antes de la Semana Mayor.

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