Venezuela

La RCTV que recuerdo me formó para escribir estas líneas

Fui, como mucho de ustedes, un niño al que dejaron frente a la televisión. Pocas veces estaba solo, eso sí. De hecho, recuerdo como, contrariando a mi madre, mi papá me permitía ver películas de terror que presentaba un señor de lentes y fino lenguaje en Radio Caracas Televisión. Muchos años después sabría que se trataba de Luis Guillermo González y que allí había nacido mi amor por el séptimo arte y específicamente por este género cinematográfico. Si la memoria no me falla, González tenía un programa llamado "Señor Cine", en el que hacía una introducción de lo que estábamos por ver. Fue mi primer contacto con los clásicos en blanco y negro. Estos seres que aprovechaban la oscuridad para salir de las tinieblas, desde El Hombre Lobo hasta Drácula, me causaban al mismo tiempo atracción y repulsión. Fueron los tiempos de  la Santísima Trinidad Terrorífica: Christopher Lee, Vicent Price y Peter Cushing. Poco a poco se agregarían nuevos nombres, como John Carradine, Boris Karloff y Béla Lugosi. Ellos eran los culpables de mis pesadillas y de los disgustos de mi mamá, quien también debía calarse los gritos de mi papá de madrugada.

Publicidad

Luis Guillermo González me abrió las puertas a un nuevo mundo y lo continuó Rodolfo Izaguirre, en el canal 5. Fue en su fantástico espacio llamado «Cinemateca del Aire», que conocí a «Nosferatu, el vampiro». La propuesta de Izaguirre era la propia de un ensayista y crítico cinematográfico. Además, su formación en Europa le permitía hablar con una propiedad admirable sobre el fondo y la forma de las cintas a transmitir. El formato, para que lo entiendan las nuevas generaciones, podría ser un predecesor de «Primer Plano», el segmento que presenta el director de cine y escritor argentino Alan Pauls en el canal I. sat.
Claro que mi infancia no se basaba solo en películas de autor. El consumo de dibujos animados y programas de humor se sazonaban con grandes comilonas de pan de locha (que costaban realmente 0,25 céntimos), mantequilla y Rikomalt. En esta experiencia me acompañaba mi hermana, ocho años mayor que yo. Podíamos disfrutar por igual de un capítulo de Ultraman, Astroboy, Centella, La Ballena Josefina, Candy Candy, Fantasmagórico o de Heidi. Las comiquitas, término que en Venezuela reunía a los animé,  cartoon o cualquier otra manifestación de entretenimiento infantil, no eran realmente la fortaleza de Radio Caracas Televisión. Venezolana de Televisión fue un fortín en este apartado y mostraba entre los títulos a La Abeja Maya, Capitán Futuro, Súper Agente Cobra y la maravillosa Fábulas del Bosque Verde. Sería Venevisión el que recogería el testigo, con su producto estrella: Mazinger Z.
Después de unos años, las comiquitas empezaron a rotarse en los diferentes medios de comunicación, así que las fronteras sobre a quien «pertenecían» traicionan mi mente. En todo caso, mi obsesión con Ultraman y Capitán Centella me persiguen hasta el presente. De hecho hace poco, gracias a uno de esos seguidores geek que uno consigue en Twitter, pude obtener el ringtone que inicia con el famoso «Dokonodarekawa».

La pubertad y la adolescencia encontró en La Radio Rochela una manera de acercarse al mundo. Los problemas del país tienen en el programa humorístico un hito importante para comprender la historia democrática de Venezuela. Basta revisar el material disponible en Youtube para echar por tierra aquel discurso del chavismo, que afirma que durante la IV República se invisibilizaban a los más pobres y se reprimía la protesta. La contradicción es más evidente cuando durante el gobierno de Hugo Chávez se penaliza la imitación de funcionarios públicos, lo que trajo como consecuencia que a pesar de ser un gran fanático de Joselo, las  caracterizaciones desaparecieran de la pantalla chica.
Durante mi etapa en el liceo Carlos Soublette, de San Bernardino, podía recordar los nombres de los presidentes y los periodos históricos asociándolos a sus imitadores. Pepeto López (Rafael Caldera), Cayito Aponte (Carlos Andrés Pérez), César Granados, el querido Bólido (Luis Herrera Campins) y Jaime Lusinchi (Ricardo Gruber) fueron objeto de ácidas críticas por sus desaciertos. De hecho, La Rochela contó durante varios años con una línea editorial mucho antes que Jimmy Kimmel, Jon Stewart, Stephen Colbert o Jimmy Fallon usaran el humor para posicionarse sobre un tema político. Una manera de medir la relevancia de este espacio fue el último intento de Caldera, en 1983, por llegarle a quienes le veían distante, al aparecer en el famoso sketch «Asocerro», aquel en el que Malula (Marha Olivo) inmortalizó su grito de guerra: «Porque nací en el cerro, me crié en el cerro, pero cómo me gustaría mudarme para el Caracas Country clus».

Y el inconformismo a un mundo que nos parecía tan ajeno, el de la política, lo manifestábamos sintonizando un programa que fue una verdadera revelación: Sonoclips. La televisión por cable era un lujo para los que apenas habíamos logrado salir de una pequeña habitación en La Pastora, compartida entre seis personas. De tal manera que no teníamos la más mínima idea sobre canales de música internacionales, así fue como nos emocionamos con nuestro MTV endógeno. Eli Bravo nos volaría la cabeza con su entrevista a Sentimiento Muerto.

Eran tiempos en los que la Plaza Brión de Chacaíto era un espacio abierto para conciertos en lugar de represiones; Desorden Público le deseaba una parálisis a los políticos, en Mata de Coco se realizaban conciertos en lugar de recaudaciones para quitarnos el dinero que nunca veremos reinvertido y los violinistas podían transitar sin miedo a que le destruyeran su instrumento.
Como jóvenes que buscábamos nuestra identidad, nos comportábamos como tribus. A veces nos camuflábamos y muchos pasábamos del punk al techno en segundos y de allí a fervientes admiradores del rock en español. No es un caso latinoamericano. Sing Street, la maravillosa película británica que dirigió John Carney habla de ello. ¿Y cuál era el motivo original que desencadenaba la metamorfosis? El de siempre: conquistar chicas. Ningún otro espacio televisivo capturó este momento tan ecléctico como Studio 92. Sería la discoteca por excelencia y el encuentro de mundos diferentes. Allí, entre competencias de bailes, se presentaron Fito Páez y Soda Stéreo, entre muchos grupos del momento. Carolina Perpetuo, la presentadora, alimentaba nuestras fantasías nocturnas.

Por su puesto, es imposible no asociar «Studio 92» con sus hijos directos: Los Woperó.

Hoy resulta risible cómo abrazábamos un género musical y lo defendíamos como si de ello dependiera nuestras vidas. Lo que escuchábamos y cómo nos vestíamos era una carta de presentación y una postura ante la vida. Tal era su importancia que «A Puerta Cerrada», el programa que presentaba Marieta Santana, aprovechó para enfrentar en «batallas titánicas» a «salseros versus merengueros», «rockeros contra changueros». Al final, como era de esperarse, la sangre se evitaba… bailando.
Los 90s condensan, además, tres mundiales que redimensionarían el fútbol como actividad lúdica para darle paso a su actual éxito económico. Hay un antes y un después del campeonato realizado en Estados Unidos, un país sin aparente tradición futbolística que registró los mejores números para esta fiesta deportiva, aún cuando participaban 24 países. Tres potencias se titularon en esa década: Alemania, Brasil y Francia. Y más de los campeones, recordamos a tres figuras que sucumbieron a la presión: Maradona, Baggio y Ronaldo.
Venezuela, que nunca ha podido clasificar a un mundial de mayores, se acercó al torneo gracias a Lázaro Candal. Con una capacidad inigualable para crear frases que después eran repetidas en las caimaneras callejeras, «Papaíto» me generó amor y odio. Por un lado, era un «guilty pleasure» escuchar sus descripciones en las que regularmente erraba los nombres de los rematadores o receptores. Pero sus chistes y ocurrencias eran fantásticas. Fue protagonista de duplas entrañables. Con «Nanú, naucito» llevó a la narración un estilo cinematográfico, a las buddy movies, esas cintas en las que dos amigos se meten en problemas y salen airosos, como las de Bud Spencer y Terence Hill.
La combinación con el campeón mundial brasileño, Jairzinho, nos hizo llorar de la risa. Aquí una conversación del primer gol de Zidane, ante Brasil, en 1994.
Lázaro: Es Thuram, es igualito por el color y ayyy viene para Carembé. Y ahora vuelve para Thuram. Y ahora vuelve para Carambé. Carembé la va a manejar y ahora Roberto Carlos la llevó y hay saque de esquina a favor del cua… JA JA JA JA. ¡Le dio al banderín! Pobrecito… al banderín, el banderín no tiene la culpa. Jair, dile que no tiene culpa. Y ahí le va a reclamar el morito…
Jairzinho: No, porque un cuorner puede salir un goul.
Lázaro: Tienes razón.
Jairzinho: Porque equipo du Francia es grande. Tiene opción.
Lázaro: Levuuuu. Pelota arriba, remateee… ¡GOOOLLLAZOOO MALTÍN POLAR! ¡ZIDANE! ¡Zidane acaba de marcar el primer gol del partido! Y lo que decía Jairzinho, porque un córner puede ser gol. ¡Y fue gol! Lo sentenció Jairzinho. La historia de una muerte anunciada. ¡Qué Bárbaro Jair! ¡Lo sabes todo, lo sabes todo!
Jairzinho: Yo vivo del fubol. Soy entrenadore y lo sé lo que puede pasar.

Fue, también gracias a RCTV, y en la voz de Pepe Delgado Rivero, que madrugamos para ver en vivo y directo la clasificación de Venezuela a los Juegos Olímpicos de Barcelona 1992.

Carl Herrera, Gabriel Estaba, Iván Olivares, Sam Shepherd, Rostin González, Víctor David Díaz, Alexander Nelcha, Melquiades Jaramillo, Luis Jiménez, Armando Palacios, Nelson «Kako» Solórzano y David Díaz conseguían darle una enorme alegría a un país que no había asimilado el daño que un golpe militar había causado.
En 1992 comencé mi carrera en la Universidad Católica Andrés Bello. Cuatro años después inicié mis primeras prácticas como pasante en un diario popular, que pertenecía a la C. A. Editora El Nacional. Era palpable, cada vez que me acercaba a una comunidad, para recibir las denuncias por el deterioro de las canchas, el desprecio por el discurso político. RCTV había conseguido explotar esa inconformidad en la novela «Por Estas Calles».

Contagiado por el espíritu de «váyanse todos», Radio Caracas Televisión fue perdiendo calidad y, sobre todo, contenido. Los últimos años de la Rochela fueron lamentables. Apenas «Quién quiere ser millonario» sobrevivía como un producto en el que el conocimiento y el entretenimiento podían darse la mano. El avance de las novelas colombianas y brasileñas hacían ver a las producciones locales como hermanas pobres. No es casual que el producto hecho en casa más exitoso fuera «Aprieta y gana». Aún así, siempre reconoceré que, con virtudes y múltiples fallas, fue un medio que no se doblegó ante el poder. Al menos no como lo hicieron Venevisión, Globovisión y Televen. Ver las consecuencias de ello y enfrentarlo ante la posterior actuación de personajes como Wiston Vallenilla también fue un aprendizaje.]]>

Publicidad
Publicidad