Venezuela

Narnia son tres cuadras en la mañana

La gente del “este del este” parece pensar que Caracas llega hasta Chacaíto, y que el sol se oculta en el salvaje oeste. En serio. Tengo una amiga que trabaja hace años en el Centro Simón Bolívar y ni siquiera se ha tomado un café en la esquina de Pajaritos.

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Por Fátima Dos Santos (Psicóloga social, profesora universitaria). Foto Dagne Cobo Buschbeck (Archivo)

Por suerte o fatalidad vivo en la zona en reclamación llamada La Candelaria, ese epifenómeno de la psicosis donde durante el día brillan las tascas y en la noche, la basura que ellas desalojan. Allí las protestas de la oposición se hacen bajo graffitis que dicen “territorio chavista” y hay una distancia de sólo media cuadra entre una marcha y su respectiva contramarcha. Ese reino extraño y cambiante, el desierto de colores de Graograman, se extiende desde la esquina de Venus en el este (donde Perón exiliado casi sucumbe a un bombazo) hasta Plaza España en el oeste (que hace mucho tiempo albergó una ídem), más conocida porque allí están ahora los remateros de libros de la Fuerzas Armadas.
Colocándose físicamente en ese punto y mirando al Ávila, puede uno sentirse sobre el Muro de Berlín, y hacia la izquierda se extiende Narnia, presunta zona de salvación que, en el imaginario colectivo, vive una completa normalidad mientras el resto del país naufraga en lacrimógenas.
Bueno. Es relativo. Vamos juntos. Suponga que usted camina por la avenida Universidad hacia el oeste y pasa el edificio del Metro de Caracas (lugarcito ñángara con una estrella socialista) y la esquina de El Chorro (música revolucionaria estilo soviet) y quiere tomarse un café (en un lugarcito ñángara con una estrella socialista), verá a una cuadra un punto rojo (militares) y un toldo bajo el cual se presenta una película de contenido profundo (música revolucionario estilo soviet).
Luego del refrigerio puede proseguir su paseo por la plaza Bolívar (militares), pasando frente a la Catedral y la esquina de La Torre (música revolucionaria estilo soviet). Frente al solar donde hace años estuvo la Cervecería Donzella, un hombre grita que los asambleístas de oposición recibieron quinientos mil millones de dólares por traicionar al país. Dos meses atrás, atravesar ese sitio hubiera sido complicado, porque una fila infinita de personas (rodeada de militares) se enroscaba desde el día anterior intentando sacarse el Carnet de la Patria (música revolucionario estilo soviet) para poder conseguir comida.
Si enfilamos nuestros pasos hacia Plaza Caracas pasaremos frente a la Asamblea Nacional (militares) y al CNE (militares-militares-militares-tanquetas-tanquetas-tanquetas). Seguramente en alguna esquina del descampado conseguirá un acto (música revolucionaria estilo soviet) en apoyo a la Constituyente. De por sentado que este periplo será amenizado con hombres y mujeres de cualquier edad que se le acercan demasiado, susurrándole por lo bajo “oro, dólares, euros, dólares, dólares, dólares”. Y militares.
Dejemos la Plaza Bolívar. Escasamente una cuadra hacia el oeste está el hotel donde hace un año los colectivos hicieron correr a los exministros de Economía y Educación. Allí, a tiro de piedra del Banco Central de Venezuela, usted avistará auténticos paramilitares con armas largas y pasamontañas negras (no están todos los días, planifique). Y militares. Son sucesivos círculos de seguridad que protegen Miraflores.
Esa es la “normalidad” de la mañana. Al atardecer hay más diversidad, incluyendo mendigos (indígenas, ancianos, enfermos) y hurgadores de basura. Ah. Y militares. De allí al oeste franco solo hay hambre.
Esa es Narnia, un lugar donde los analistas políticos dicen que todo está igual que siempre.]]>

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