Venezuela

Una niña, un sacerdote y un laico son los nuevos Siervos de Dios que tiene Táchira

El inicio del camino a la santidad de tres tachirenses (un sacerdote, un laico y una niña de seis años) que pasan a engrosar la lista de siete Siervos de Dios existente en la región, deja al descubierto que cualquiera puede ser santo y es un claro mensaje que se está dando a  la sociedad venezolana, dijo Monseñor Mario Moronta.

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Foto: Rosalinda Hernández

Un camino de esperanza y fe se inicia con tres procesos de santidad aprobados por el Vaticano a través de la Congregación para la Causa de los Santos. Una niña, un laico y un sacerdote, tachirenses provenientes de familias modestas y con limitados recursos, aprendieron a ser solidarios, alegres, a tener esperanzas y eso los llevará a la santidad.
“En ellos no se vio obstáculo alguno para el estudio de sus acciones heroicas, fama de santidad y han sido decretados como Siervos de Dios”, precisó el obispo de la Diócesis de San Cristóbal, Monseñor Mario Moronta.

De acuerdo al prelado, las características en cada una de las causas que se siguen a los siervos tachirenses -estudiadas por la Santa Sede y que prevalecen- son la esperanza y alegría manifiesta a lo largo de sus vidas. Acción que lleva a la reflexión en días en los que los venezolanos pueden ver resquebrajada la confianza y fe en Dios.
“La esperanza es lo último que se pierde, pero también puede ser lo primero que se desvirtúa porque se puede convertir en conformismo o resignación. Tenemos que ver que Dios siempre pone la mirada en nosotros, en tiempos de riqueza y pobreza pero en tiempos de crisis la debemos descubrir más fácilmente porque ahora más que nunca estamos necesitados de Él”.

Los modelos de santidad que han surgido –dijo Monseñor Moronta- no son para llenarse de orgullo o para presumir que se tienen Siervos de Dios tachirenses, no es así. A su juicio, esto debe servir para llamar la atención y darse cuenta que cualquier venezolano está llamado a ser santo.
“Ser santo no es ser tonto. Es vivir en esperanza,  pero no esperar que alguien venga a resolver nuestros problemas sino en utilizar las capacidades que Dios nos ha dado para resolverlos. Ser santo no es salir de la realidad. Es ser fieles, cumplir con lo mínimo y lo máximo que no es otra cosa que el amor. Ayudarse mutuamente, ser solidarios en todo momento, tener esperanzas y estar alegres”, precisó.

Tres ejemplos a seguir

El obispo de San Cristóbal ofreció a El Estímulo una breve y aleccionadora reseña de los tres últimos tachirenses que se les ha otorgado el título de Siervos de Dios.
El primero de ellos es el sacerdote Martin Martínez Monsalve, nativo de Santa Ana del Táchira y quien cumplió su apostolado en los más apartados pueblos de la región, donde desarrollo una misión de liderazgo social que hoy sirve como contribución a su causa de santidad.
“Logró a través de su trabajo y enlaces con el gobierno del Pérez Jiménez la construcción de algunas carreteras rurales del Táchira. Pero eso no fue lo único que hizo, realmente se convirtió en un apóstol al visitar a todas las comunidades y cumplir su tarea sacerdotal a través de obras sociales y la evangelización. Se dedicó especialmente a los ancianos, a los más necesitados y al sector campesino”.

Las tres principales características de Monseñor Martínez que lo han llevado a ser Siervo de Dios, fue la fe y vida cristiana, la coherencia en sus actos y su dedicación a la educación que lo llevó a fundar varios colegios en el Táchira. “Nunca dejo de ser humano por sentirse cristiano. A veces uno cree que el cristiano santo es el que viaja por las nubes y no es así. Él tenía sus pies bien puestos sobre la tierra pero con gestos de atención, cariño y entrega a los demás”.
El segundo elegido es el laico Lucio León, quien nace en la zona de la frontera, parroquia Juan Vicente Gómez del municipio Bolívar. De orígenes humildes que no le permitieron concluir sus estudios de primaria porque tuvo que empezar a trabajar desde niño. Aprendió el arte de la albañilería y se convirtió en un autodidacta. Llegada la adultez, se casó y tuvo tres hijos, uno de ellos hoy día es sacerdote.
“Fue un hombre de fe, amor a la eucaristía y al sacerdocio. Tuvo una vida de pobreza y austeridad pero trabajó y levantó a sus hijos a base de su trabajo. También ayudó a muchas personas. Era caritativo, un hombre franco, un hombre de Dios”, así lo describió Moronta.

Una niña de apenas seis años, Amanda Gisell Ruiz, oriunda del populoso barrio La Bermeja de San Cristóbal, pasó a formar parte de la lista de los Siervos de Dios venezolanos que estudia el Vaticano.
“Una vez visitando el hospital del Seguro Social, me dijeron que en una habitación estaba recluida una niña que estaba muriendo. Al entrar me encontré con los padres quienes me dicen que la niña padecía leucemia (…) Recuerdo que en la pared de la habitación tenía muchos dibujos de Winnie Pooh”, describió el obispo.
Con la autorización de los padres, Monseñor Moronta, elevó una plegaria a Dios para que la sanara de la enfermedad.
Recordó que al concluir la plegaria el papá de la niña se acercó y le dijo: “padre yo quiero que cuando ella muera, en estos días sea usted quien le haga las exequias”. La respuesta del obispo fue: “vamos a ponerla en las manos de Dios”.
Un mes más tarde, la niña aún vivía y había sido dada de alta. Al enterarse, Monseñor Moronta fue a la casa a visitarla y llevó de regalo un enorme oso Winnie Pooh, el personaje favorito de Amanda.
“Cuando me vio, me reconoció, se alegró y jugaba conmigo y el Winnie Pooh. Desde allí empecé una buena amistad con su familia y se creó un magnifico vínculo con la iglesia”.

Al poco tiempo Amanda volvió a recaer y cuando el médico le indicó el tratamiento a seguir, la niña respondió: “hagan lo que tengan que hacer porque ya yo cumplí mi misión aquí”, comentó el prelado.
“Su misión fue volver a acercar a sus padres y a la gente de su barrio a la iglesia. Quienes la conocimos sabíamos que era una niña normal que supo vivir los últimos meses de su vida en alegría porque nunca manifestó dolor. Incluso el día antes de morir le manifestó a la mamá que ya había cumplido su misión”.
Amanda Gisell Ruiz a su corta edad se sabía algunos pasajes bíblicos de memoria, ayudaba al sacerdote de su comunidad cuando acudía a celebrar misas. Es recordada como “la sonrisa de la esperanza” y sus amigos de la escuela dicen que siempre andaba alegre.
Los padres de esta Sierva de Dios migraron a Chile, no sin antes recibir la bendición de su hija. “La madre de Amandita no iba a tener más hijos, después de la muerte de la niña quedo embarazada y ya son dos”.
Con la apertura del proceso diocesano para la causa de santificación de los tres tachirenses se constituye un tribunal, “no para juzgar”, dijo el Obispo.
“Se van a recoger los escritos (en el caso de Amanda no, porque no dejo escritos) y ser evaluados por una comisión de Teología. Se hace una biografía de los Siervos de Dios, ser entrevista a testigos que dan los datos para demostrar la santidad».]]>

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