Internacional

Asilados en Miami, presente estable pero futuro incierto

Texto: Johanna A. Álvarez (Miami) | Fotografía: EFE
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Las nuevas medidas migratorias del gobierno de Donald Trump complican el panorama para los venezolanos que vean la solicitud de asilo en Estados Unidos como una oportunidad para sacar permiso de trabajo y buscar residencia aprovechando los retrasos del sistema

Cuando Jessi García salió de Venezuela en 2014, su plan no era quedarse a vivir en Estados Unidos. Había pasado dos meses en la clandestinidad y solo buscaba un sitio tranquilo en el que esperar mientras “se calmaban las cosas” para regresar. García era amiga cercana y colaboradora de actividades de Rodolfo González, piloto de aviación civil retirado apodado “El aviador” que fue detenido el 26 de abril de 2014 por ser supuestamente el articulador logístico de las protestas de ese año y luego recluido en El Helicoide hasta su presunto suicidio un año después.

Como la esposa de “El aviador” Josefa de González también había sido detenida e imputada, García temía un destino similar. “Antes de morirse, estuvimos hablando por teléfono y (González) me hizo mucho hincapié en que no podía regresar a Venezuela, que me cuidara mucho”, cuenta García sobre su decisión de quedarse en EEUU y solicitar asilo político. Desde entonces ya han pasado casi cuatro años y la joven oriunda del estado Mérida ha comenzado a formar una familia en el sur de Florida sin perder sus esperanzas por Venezuela.

asiladoscita5Jessi García es una de los 52.563 venezolanos que han pedido asilo en EEUU desde 2013. Las cifras de peticiones han ido en vertiginoso aumento en los últimos años, tendencia con proporciones comparables al deterioro económico y social que se vive en el país. Según estadísticas del Servicio de Ciudadanía e Inmigración del país norteamericano (Uscis, por su sigla en inglés), hubo 29.250 solicitudes de venezolanos en 2017 y 14.738, en el año anterior. En contraste, solamente hubo 786 peticiones en 2013.

Son muchos quienes optan por ese estatus para no volver al país. Justifican su solicitud argumentando activismos políticos. Según explica la abogada de inmigración Elizabeth Blandon, el asilo político es una protección dada a personas que puedan comprobar que tienen un miedo razonable o puedan sufrir un daño significante si regresan a sus países debido a “su raza, nacionalidad, religión, opinión política o membresía en un grupo social particular”. Pero ese miedo a volver no se refiere al razonable temor a ser víctima de la inseguridad.

No obstante, tampoco es necesario pertenecer a un partido político, responde la también presidenta del Comité de asilo del sur de Florida de la Asociación estadounidense de abogados de inmigración, quien resume que “el proceso de asilo es rápido y lo que hay que demostrar es mínimo”. Allí está la clave.

Su testimonio contrasta con el de Andrea Martini, abogada y expresidenta de la sede del sur de Florida de la Asociación Estadounidense de Abogados de Inmigración (AILA, por sus siglas en inglés), quien explicó a BBC que «piensan que con llegar y hablar de que la situación está caótica en Venezuela, ya califican. Pero para solicitar asilo hace falta reunir pruebas, testimonios… es un asunto muy complejo que no debe tomarse a la ligera».

asiladoscita4En EEUU, el asilo político brinda a los solicitantes la opción de pedir permiso de trabajo si la cita para su entrevista con un agente de inmigración tarda más de 150 días (y en los últimos años, estas tienen un retraso de hasta cinco años). Recientemente, se ha visto personas que inician el proceso de solicitar asilo político y aprovechan la ventana que brindan los tiempos para conseguir trabajo, reunir dinero, hacer familia y garantizarse una vida lejos de Nicolás Maduro.

Ahora, una nueva medida de la administración del presidente Donald Trump busca agilizar el proceso de asilos para darle prioridad a los solicitantes más recientes que a los que tienen más tiempo en espera, con tal de evitar tantos inmigrantes en un limbo migratorio. «El fin es disuadir a las personas de utilizar los retrasos en el procesamiento de casos de asilo con el único fin de obtener autorización de empleo», dice el escrito que publicó la agenca en su portal web. Esos retrasos se deben a un desbordamiento de casos por revisar que se han ido acumulando desde 2013 en las oficinas de asilo.

Desde que llegó Donald Trump a la presidencia y se redujo el programa de refugiados, se asignaron más empleados al procesamiento de las solicitudes de asilo, de acuerdo con L. Francis Cissna, director del Servicio de Ciudadanía e Inmigración. “Hay muchos casos frívolos, gente que no satisface los requisitos, que hace presentaciones fraudulentas, pero también hay gente con solicitudes muy legítimas”, declaró en una entrevista el año pasado en Los Ángeles.

asiladoscita3No obstante, el Uscis expuso que la medida anunciada en 2018 no fue ideada por el gobierno de Trump. «Ese enfoque de programación de entrevistas estuvo vigente entre 1995 y 2014. Ahora volvemos a él para evitar que se sigan aprovechando de la sobrecarga de solicitudes», dijo Marilu Cabrera, vocera de la agencia.

Aunque Jessi García cree que es mejor tener la cita tan pronto llegas porque “tienes todo lo que has vivido a flor de piel”, la inminencia de su entrevista la llena de “miedo, pánico, susto… ¡a millón!”. “Todos los días hay veces que me da como un sustico. Si me toca irme, me voy, pero el detalle es que tengo a mi hija”, dice refiriéndose a su pequeña de 1 año que nació en EEUU, lo que la hace ciudadana estadounidense.  En preparación a ese futuro incierto, García ya le preparó un poder a su pareja y está tramitándole el pasaporte americano a la pequeña. “Si me toca irme, ella se va a ir conmigo, pero ¿cómo va a ser su estatus en otro país si tampoco me voy a Venezuela?”.

En cambio, Amaru Coronado le contó a BBC que pidió asilo en Miami hace tres meses y pensó que pasarían al menos tres años antes de que las autoridades migratorias la entrevistasen para decidir sobre su estatus. Su historia es que la agredieron unos «adeptos al gobierno» por repartir comida en una plaza, pero teme que las pruebas que ha recolectado no sean suficientes para las autoridades.

En la otra cara de la  moneda está Roderic Núñez, quien finalmente tuvo su entrevista con inmigración el 8 de enero. Él introdujo su aplicación de asilo en 2013 argumentando haber sido amenazado y convertido en blanco de tiroteos por su activismo en el partido Un Nuevo Tiempo y su trabajo para una contratista de la gobernación del Zulia. “Me fue bien, pero fue un momento duro. Fueron dos horas de tensión interna”, relata sobre su cita el ingeniero químico y administrador, cuyo proceso de asilo ya fue aprobado. “Tienes muchas expectativas y muchos nervios porque no sabes con qué te vas a encontrar”.

Las cosas cambiaron

Hasta hace un quinquenio, el proceso de asilo era muchísimo más rápido. La cita te llegaba en unas semanas y a los meses ya sabías si estabas aprobado o no. “Yo a los seis meses (de introducir el proceso) tenía asilo político aprobado, seguro social, permiso de trabajo”, afirma Henry Clement, quien salió al exilio en 2003 después de ser uno de los militares que se presentaron en la plaza Altamira de Caracas tras declararse en desobediencia civil.

Otro de los uniformados que emigró con él no tuvo la misma suerte y su proceso duró dos años, recuerda Clement, quien ya se hizo ciudadano estadounidense. Tanto él como Núñez realizaron su proceso a través de una reconocida iglesia en el downtown de Miami que es popular entre los solicitantes de asilo por sus bajos precios, pero que es criticado por algunos por supuestamente no dar una verdadera asesoría jurídica. Clement cree que esa “mala fama” se basa en que hay muchos venezolanos pidiendo asilo sin bases. “Como las iglesias cobran más barato y tienen más gente, obviamente tienen más casos fallidos. Eso no depende de la iglesia sino de la persona que está mintiendo”, agrega.

asiladoscita2Núñez llegó a la misma iglesia por recomendación de unos amigos. Aunque tuvo una buena experiencia en su momento, cree que las cosas funcionaban distinto en esa organización cuando él inició su proceso. “Me doy cuenta que la gente no tiene un caso de asilo, van por cualquier otra cosa y lo quieren justificar como un asilo”, puntualiza. “He sentido que ha perdido un poco de credibilidad porque se han dejado llevar por armar un proceso, más que hacer un proceso verdadero”.

Ninguno de los dos critica a los venezolanos que estarían posiblemente mintiendo con la esperanza de obtener el asilo en Estados Unidos, esperando nunca volver al socialismo del siglo XXI. “La gente está desesperada, buscando una forma de estabilidad para no regresar a Venezuela”, agrega el exmilitar Clement.  

La adaptación, lo más difícil

Carlos Duque había viajado a EEUU muchas veces de vacaciones, por lo que pensaba ilusamente que conocía bien el lugar al que huyó con su esposa en 2014. Afirma que fue amenazado y recibió dos disparos, uno rasante en el brazo y otro en la pierna, por no seguir los lineamientos chavistas y descubrir irregularidades dentro de la gerencia de Petróleos de Venezuela. Su día a día en la tierra del Tío Sam lo vive con otros colores. “He pasado miles de cosas, de maltratos, no ha sido fácil caminar aquí en el limbo del asilo político”, cuenta Duque, nacido en Caracas, y quien todavía espera por su cita con inmigración para que se defina si su caso es aprobado o no.

Su primer trabajo en el sur de Florida fue de aparcacoches en un valet donde —recuerda— una vez un compatriota en un Mercedes Benz lo llamó “muerto de hambre”. Luego trabajó como chofer, donde una de las empleadas lo humilló en varias ocasiones. “Te dices ¡wao! lo que te tienes que aguantar después que tenías tu trabajo en Venezuela”, rememora. “Desde que llegué a este país no he descansado. No he parado hasta el sol de hoy, no sé lo que son unas vacaciones, no sé lo que es disfrutar en familia como lo hacía todos los años nuevos”. Pero todos esos malos tratos y ese trabajo perenne le han valido algo por lo que está feliz: seguridad física. “Ha sido duro pero por lo menos dormimos tranquilos”.

Asiladoscita1Un relato similar cuentan los demás entrevistados. El exmilitar Henry Clement recuerda que los primeros seis meses se la pasó trabajando en las noches de guardia de seguridad y en las mañanas, pegaba pisos de laminados. Su comida muchas veces fue una hamburguesa de $1 para poder enviar dinero a sus familiares y pagar sus cuentas básicas. “Los primeros años fueron de mucho trabajo, sacrificio personal y mucho desprendimiento para entender cómo adaptarse a este país. Pero yo lo hice”, dice quien acumula varios años como empleado de la compañía de cable Comcast.

A Roderic Núñez, la transición le pegó fuerte. “Yo sentí que morí porque mi motor era mi patria, mi trabajo, todo por lo que yo había trabajado en mi vida, mi familia, mis amigos. Era dejar toda una vida”, comenta el venezolano que ahora es gerente de una de las tiendas de una empresa que administra gasolineras. En su caso, se sentía extremadamente aislado porque no había podido salir del país (debido a que esperaba el veredicto de su caso de asilo) y sus familiares están dispersos entre España, Chile, Perú y Colombia, muchos en la misma condición de asilados.

El tema familiar toca una fibra de Jessi García. No tiene familiares en Estados Unidos y para ella, eso ha sido lo más difícil de su proceso. “No conozco a mi sobrino, mi mamá pudo venir a conocer a mi hija el año pasado pero de resto, nadie (ha podido venir). Mi hija tristemente tiene un año y no ha podido tener ese calor familiar”. Le preocupa especialmente su abuela.  “Ella dice que Dios le tiene que dar vida y salud para poder ver a mi hija”, desliza con la voz entrecortada.

“Es bien difícil saber que ellos están pasando trabajo allá y uno aquí buscando la manera de económicamente poderlos ayudar”, agrega la merideña que, aunque obtuvo una licenciatura en Contaduría Pública, también tiene su lista de trabajos iniciales: “cuidé viejitos, niños, limpié casas, le cociné a alguien”.

Eso sí, todos extrañan ese “calor de los venezolanos”, las costumbres, “esa cotidianidad de nosotros”, como dice el caraqueño Duque, o ese “sentir, ese Año Nuevo”, como recuerda Núñez.

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