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El Cardiológico Infantil, donde los números de la muerte se ocultan

Desde su fundación, en 2006, el gobierno hizo alarde al proclamar al Cardiológico Infantil Gilberto Rodríguez Ochoa como el más completo y moderno de su tipo. Juró realizar miles de intervenciones al año y, sin embargo, los números dicen lo contrario. No solo los procedimientos de bisturí son pocos sino que también se desconocen las cifras de quienes no lograron un soplido o bombeo más de vida

Texto: Julio Materano | Fotografía: AVN
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La operación fue compleja, eterna, tortuosa. Duró tal vez ocho horas. Silvia Hernández ni siquiera lo recuerda muy bien. Dice que prefiere olvidar ese episodio amargo que acabó, en un abrir y cerrar de ojos, con sus ganas de vivir, con su niña, con “mi niña”.

Después de un esfuerzo médico casi sobrehumano, que produjo una falsa esperanza, la bebé de Silvia murió una tarde de octubre de 2011 en el Hospital Cardiológico Infantil Dr. Gilberto Rodríguez Ochoa, al margen de la avenida Teherán de Montalbán, en Caracas. No falleció por falta de recursos —mal que diezma a los hospitales— o por mala praxis, sino porque la criatura nació impedida, sietemesina, sin un ventrículo y con una pobre función renal incapaz de filtrar las toxinas de su sangre.

Fue en una de las tantas consultas, antes de su entrada al quirófano, cuando los especialistas le dejaron en claro a Silvia que se trataba de una intervención riesgosa; que la probabilidad de vida era corta porque la pequeña no completaba los tres meses de nacida y siempre estuvo delicada.

La mañana de la intervención, la fe en la Virgen de la Chiquinquirá parecía ser la única terapia en medio de la angustia. Mientras los especialistas echaban manos al bisturí, detrás de una puerta batiente que advertía “Solo personal autorizado”, Silvia le hacía ascos al desayuno. Prefirió esperar en el sótano 2 hasta que trasladaran a su bebé a la Unidad de Cuidados Intensivos para poder verla. La acompañaba una mujer que hacía un par de días había encarnado su angustia cuando operaron a su hijo —“el ruso” por su piel lavada. Le corrigieron una anomalía cardíaca y continuaba recuperándose en la sala de post-operación en el piso 2. Las horas engarzó en un rosario de súplicas y ruegos y oraciones. La fe en el cuello.

Sus plegarias fueron oídas. La niña resistió al procedimiento. La mañana siguiente, cuando Silvia por fin pudo verla, estaba dormida, casi desnuda, en pañales, indefensa, como recién llegada al mundo. Varios cables se cruzaban por su cuerpo y una enorme venda sujetada con adhesivo arropaba parte de su tronco. Cada cierto tiempo, enfermeras iban y venían con dirección a su cuna, regulaban la dosis del tratamiento y cuidaban que circulara libremente por los accesos vasculares. Pero el esfuerzo fue en vano. Lo peor ocurrió. Habían transcurrido 48 horas después de la intervención cuando a la niña se apagó.

Barrido de la muerte

Puertas adentro del Cardiológico, tragedias como la de Silvia Hernández son barridas de los quirófanos helados y echadas de las salas de terapia —también a un archivo ignoto o basura— para arrancar la huella de la fatalidad. La purga de la muerte comienza por las estadísticas, por los números que deberían rendir cuenta del infortunio de los pacientes, que es también el de los familiares, que esperan la recuperación de sus enfermos. Desde su fundación, en octubre de 2006, la institución no ha presentado cuentas sobre los fallecidos in situ. Las muertes siguen siendo un mito de pasillo, un secreto entre dientes, un tabú, un hecho sin lugar en las estadísticas públicas.

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Este es el rostro de un drama que impacta irreversiblemente la vida de los padres, familiares y profesionales que asisten a los niños enfermos, muchos de los cuales ni siquiera logran entrar a ese hospital que nació para centralizar la atención cardiológica y con la pretensión de atender al menos 2.500 pequeños anualmente. Con esa meta, en 2015, el hospital tendría que sumar 25 mil procedimientos, de los cuales apenas completa 9.881, de acuerdo con información publicada en el portal web (cardiologicoinfantil.gob.ve). Según la Memoria y Cuenta del Ministerio de Salud 2014 solo se utilizan 60 de las 130 camas arquitectónicas que suma el Cardiológico Infantil, lo que representa 46,15% de su capacidad funcional. Ello en un contexto sanitario donde solo en 2012 murieron 3.662 niños menores de un año por trastornos respiratorios y cardiovasculares, según apunta el Anuario de Mortalidad de ese año, cuyas cifras fueron publicadas en 2015.

Yorbelis, tía de un paciente, contó en la entrada del centro que en mayo de 2015 volvió a morir un niño. Es lo normal cuando se combaten trastornos crónicos. En Venezuela, los padecimientos cardíacos son la primera causa de muerte por enfermedades. Cifras aportadas por el despacho de Salud indican que en un año pueden morir hasta 30.467 personas por infartos e hipertensión, lo que representa más de 20,58% del total de las muertes ocurridas en 12 meses.

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En 2012, el Cardiológico logró practicar 1.250 intervenciones, para 2013 la cifra se ubicó en 1.053, al año siguiente completó 957 y hasta el 30 de junio de 2015 apenas logró alcanzar 467 procedimientos, de los cuales 211 son propiamente cirugías. El resto corresponde a prácticas de hemodinamia y electrofisiología, métodos cardiovasculares invasivos. En 10 años, la institución especializada solo ha atendido a 5.013 pequeños por cirugía.

Ello pone entredicho el rendimiento de un centro que dispone de plena autonomía presupuestaria y personalidad jurídica, según el Decreto 4.380 de la Gaceta Oficial 38.404, pero que resulta impenetrable para los médicos que desean realizar contraloría. Es esa, pues, la realidad que se vislumbra en un centro que pretende ser la vitrina del servicio sanitario venezolano en pleno siglo XXI.

En 2014, el Gobierno socialista asignó 138 millones 934 mil 857 bolívares a la obra modelo del fallecido presidente Hugo Chávez. Tanto fue su entusiasmo, que hasta encomendó la construcción de un centro de igual magnitud para adultos, del que apenas se ve el armazón de hierro y concreto, también en Montalbán. Para 2016, el hospital recibió un presupuesto ordinario de 136 millones 997 mil 647 bolívares, 1,39% menos de recursos.

Puertas adentro

El hermetismo informativo es, tal vez, una manera fallida de negar lo inevitable, lo único que no tiene vuelta atrás. La institución no posee un informe anual que recoja el otro lado de la historia, el lado sin éxito, porque al final no se trata de un número, de un porcentaje redondo, se trata de historias comunes, de dramas humanos que reciben diagnósticos médicos: insuficiencia aórtica, obstrucciones venosas, ventrículos únicos y problemas interauricular o interventricular.

—Buenas tardes, a la orden caballero, ¿hacia dónde se dirige? —preguntó un vigilante sentado, que reposa los brazos sobre un escritorio.

—A ver a un pariente —balbucea un visitante.

—Pero la visita es de 2:00 a 5:00 p.m. Es plena hora de almuerzo y le reitero que no puede pasar y mucho menos con esa pinta. Vaya a echarle algo al saco y regrese.

Un silencio pausado, tenso, es la norma casi obligada entre los familiares que ingresan al centro para visitar a sus enfermos. Nada de pantalones cortos, mucho menos calzados descubiertos, sandalias altas, franelillas o blusas cortas. Cualquiera que lleve esos atuendos regresará a su casa. Esa siempre es la norma, el sanatorio no admite excepción. La quietud del lugar, los médicos con batas blancas que pasan revista de una habitación a otra, las visitas con rostros de angustia, la pulcritud de los pisos claros se repiten en cada rincón del recinto. El ambiente, de entrada, nada tiene que ver con el Hospital Clínico de la Universidad Central de Venezuela, donde la gente se amontona en los ascensores para subir a los pisos más altos y las escaleras están repletas de visitantes que suben y bajan como hormigas a los pisos 1, 2, 3…

En una de las salas de espera del Cardiológico, situada en el ala oeste del piso 2, unas piernas cortas y temblorosas sostienen a un hombre de unos 50 años. Muy a menudo consulta la pantalla de su teléfono celular. Otras veces se queda con la mirada extraviada en la montaña vecina, que se observa desde cualquier punto del anexo. Su mirada escurridiza, las uñas devoradas a pedacitos. Su nieto está delicado.

Vitrina de la salud

Catia López, oriunda de Maracaibo; Ludyec Carmona, del litoral varguense, y Carmen Pineda, de la parroquia Sucre de Caracas, tienen experiencias en común: la vida jugó de su lado. A finales de 2013, sus hijos con cardiopatías congénitas volvieron a nacer en los quirófanos de este hospital. No tuvieron que comprar medicamentos, esperar al cirujano o a que llegara el agua. Las intervenciones tenían fechas, días y horas exactas. Corría el mes de octubre de 2015. Después de la operación, una sonrisa de los médicos al salir confirmaba el éxito de los procedimientos, unos tras otros, en una misma semana. Fuera de la Unidad de Cuidados Intensivos, en el sótano 2, las tres mujeres conversan como quien espera el fin de la clase de sus crías. No pueden cargarlos, están convalecientes. Solo mirarlos.

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A juzgar por las impresiones positivas de esas madres y sus halagos al Estado que subsidia los exámenes de los niños, los medicamentos y la alimentación, no cabe duda de que el Cardiológico es la fórmula gerencial que mejor responde a esas familias humildes que aguardan en lista, desde Los Andes hasta Monagas y desde Nueva Esparta hasta el extremo sur de Amazonas, mientras les llega un golpe de suerte para operar a sus hijos.

Su permanencia en el cargo desde 2006, el hermetismo administrativo y su abierta vinculación dogmática con el Gobierno, apuntan a la directora del Cardiológico, Isabel Iturria, como una mujer poderosa. Durante su breve paso como ministra del despacho de Salud, en 2013, Iturria no abandonó su cargo como directora del centro. Su influencia se hace sentir en al menos 19 estados del país donde operan oficinas del Cardiológico, para canalizar atención a niños con afecciones cardiovasculares, entre 0 y 18 años.

Exministros como José Félix Oletta, Carlos Walter y Rafael Orihuela han sugerido evaluar los estándares de calidad para valorar la misión de un hospital donde supuestamente “nadie muere”; de una fundación que se presenta con el récord de cero fallecidos, según los números colgados en el portal de la Fundación.

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