Investigación

Los caminos verdes de la adopción. Una historia de amor

Muchas historias de adopción no comienzan en una oficina gubernamental con trámites y evaluaciones sino en medio de una circunstancia que ronda la ilegalidad. "Regalar niños" o "entregarlos a una mejor familia" termina siendo práctica común cuando se unen dos variables: un hogar colapsado por la pobreza y otro imposibilitado de aumentar su población

Texto: Gabriela Rojas | Fotografía de referencia: AVN
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Ninguna de las dos durmió durante dos noches. Una caminaba de arriba a abajo, incómoda, adolorida, con contracciones leves pero continuas, recostada a ratos frente al único ventilador de la casa levantada en medio de una ruta sin asfalto de un caserío en el estado Portuguesa. Con 18 años de edad, seis hermanos menores y un hijo en camino cargaba a duras penas con un peso físico y emocional enorme.

A unos diez kilómetros de distancia, la otra también caminaba de arriba a abajo pero sin los 13 kilos extras por el embarazo y sin sentir el sofocante calor que la esperaba fuera de la habitación. Su vientre plano palpitaba y se retorcía con unas contracciones más cercanas al miedo que a la dilatación.

Ambas estaban aterrorizadas. Desde que se conocieron siete meses atrás esperaban este día. Contaron semana tras semana hasta completar las 38 que hoy lo anunciaban. Pero ahora que corrían las horas no sabían cómo retrasarlas.

—¿Y si no me lo da?
—¿Y si no se lo doy?

Hasta que a las 10:25 de la noche apareció el tercer involucrado: un niño de 3,150 kg y 49 centímetros salió de un cuerpo pero se acunó en otro. Nació en esa casa calurosa de pocos cuartos y muchos niños. No hubo cestas ni almohadones bordados con el nombre, ni visitas en fila para conocer al recién nacido. Ángel en la cabeza de una, Daniel para la que recibiría su acta de nacimiento.

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Adoptar es un proceso multifactorial, supervisado y regido por el Estado venezolano a través de la Oficina Nacional de Adopciones y el Instituto Autónomo Consejo Nacional de Derechos de Niños, Niñas y Adolescentes (Idena). Pero muchas historias de adopción no comienzan con trámites y papeleos en una oficina sino cuando dos contrariedades se encuentran e intentan saltar el camino de la norma.

La adopción por los llamados “caminos verdes” aparece en diferentes formas pero todas implican evadir el sistema legal porque para lograr el objetivo de agilizar la llegada de un niño a casa los involucrados incurren en uno o más delitos tipificados en el Código Penal, que van desde la falsificación de documentos, usurpar la identidad de la madre biológica, sobornar a funcionarios públicos o personal de salud para obtener documentos y certificados legítimos, desvincular a un niño de su familia de origen y, lo peor, el posible tráfico de menores: entregar dinero o beneficios a la madre o algún familiar del entorno. En estas formas también entra en juego lo que popularmente se conoce como “regalar o vender al niño”.

Todo o nada

La contrariedad de Marta empezó hace 13 años. Era propietaria de un próspero negocio de ropa en Valencia y después de seis años de matrimonio llegó el día en el que los exámenes médicos le confirmaron un diagnóstico que no podía esperar: debían realizarle una histerectomía. Pero la pareja no había tenido hijos y la operación era urgente así que asumieron en silencio que en esa historia no habría embarazo. La mujer, que prefiere proteger su verdadera identidad, comenzó a trabajar frenéticamente, salía muy poco y solo viajaba a visitar a su familia en Acarigua.

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La contrariedad de Elvia, quien tampoco gusta revelar su nombre real, comenzó al enterarse del embarazo que la arrastraba a una dolorosa situación que no quería mencionar, apenas rozando la mayoría de edad. Ambas coincidieron en un momento difícil de sus vidas. La joven de 18 años de edad creció en un pueblo donde entregar niños para que los criaran en otras casas era una práctica habitual y frecuente. La misma Elvia había estado desde los 11 hasta los 14 años de edad como “criada” en una casa de la capital del estado pero tuvo que volver a la casa materna para ayudar a criar a sus hermanos más pequeños.

Ni Marta ni su esposo habían considerado esa posibilidad hasta que una conocida de la familia, que había tenido a Elvia en su casa, les contó la historia del embarazo, les dijo que la muchacha no lo quería tener y que la familia estaba dispuesta a “regalárselo a una gente buena”, según recuerda, y les presentó este nuevo panorama con la normalidad de quien ya lo ha visto ocurrir muchas veces. “Ese día recordé que antes de casarme visité a unos amigos en Mérida que fueron a los pueblos del sur a casas muy humildes donde había siete, ocho niños y una mamá les dijo que le podía entregar a alguno para que lo terminaran de criar en la ciudad. Siempre me pareció extraño pero jamás imaginé que podía pasarme a mí”, cuenta Marta. El dilema moral, la confrontó hasta que conoció a la muchacha y ella misma le dijo convencida de que no quería tener al bebé y que estaba dispuesta a dárselo cuando naciera.

Aunque no había dinero de por medio, solo un acuerdo de palabra que podía romperse en cualquier instante, Marta cubrió desde la distancia todos los gastos y la alimentación durante el embarazo. Y estaba perfectamente al tanto de que incurría en un delito para obtener una partida de nacimiento que le permitiera presentarlo como su hijo. La Ley Orgánica de Protección del Niño, Niña y Adolescente (Lopnna) establece en el artículo 419 que: “los consentimientos que se requiere para la adopción no pueden ser obtenidos, en ningún caso, mediante pago o compensación económica o de cualquier otra clase. Nadie puede obtener beneficios materiales indebidos como consecuencia de una intervención directa o indirecta en una adopción”.

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Inevitablemente, como el proceso comenzó de manera informal, la línea de la legalidad se rompió. La Lopnna en el artículo 414 expresa que el consentimiento de adopción lo puede dar “quienes ejerzan la patria potestad y, en caso de ser ejercida por quien no hubiese alcanzado aún la mayoría de edad, debe estar asistido por su representante legal o, en su defecto, estar autorizado por el juez o jueza; la madre solo puede consentir válidamente después de nacido el niño o niña”. Pero aquí no hubo ni papeles firmados, ni jueces de por medio, ni evaluaciones multidisciplinarias, ni ternas de candidatos idóneos. La misma noche en la que el bebé nació, Elvia entregó al benjamín.

La joven y su mamá decidieron que el bebé iba a nacer en casa para no involucrar médicos o enfermeras porque asumieron que al dar a luz en un hospital le iban a pedir papeles y explicaciones. Del otro lado, Marta sufría el mismo miedo al recibirlo.

José Gregorio Fernández, director general de Proadopción, organización que da asesoría y asistencia a familias sobre este tema, explica que el proceso de adopción está rodeado de tantos mitos y desinformación que la mayoría de las personas mantiene la idea de que adoptar es sumamente complicado sin siquiera iniciar el proceso. “Entonces terminan validando los caminos verdes, que es precisamente lo que queremos evitar”, suscribe.

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Fernández dice que su experiencia en la institución le ha mostrado que cada región del país tiene sus particularidades socioculturales en cuanto a la idea de adopción y que uno de los obstáculos para erradicar los caminos verdes es asumir institucionalmente que no todo funciona como en los centros urbanos. “En la percepción y el manejo del tema también influye en las familias una larga historia de secretismo y tabú ratificado por la cultura de masas, por lo que la idea de adoptar termina convirtiéndose en un gran secreto del cual no se habla”, agrega.

Ese aire de secreto sellado se mantuvo en el embarazo de Elvia. Un estricto círculo íntimo de familiares de ambas partes sabía lo que estaba ocurriendo y, como no se trataba de una adopción formal, Marta debía justificar muchas cosas. “Lo que más me quitaba el sueño era tener que decirle mentiras a mi hijo porque mi mayor miedo es que él pudiera crecer con rencores, pero gracias a Dios no ha sido así. Le contamos la verdad de su origen y él quiso conocer a su mamá biológica aunque siempre me repite que yo soy su mami”.

Ese segundo encuentro ocurrió diez años después y aunque fue sumamente difícil de lograr, ambas estuvieron tranquilas porque sienten que no hicieron algo malo. “Malo es dejar un bebé botado por ahí”. Después de unos segundos de pensar si hubiese hecho las cosas de otra manera, Marta dice que es imposible saberlo. “Fue un momento único; ella no podía tenerlo y yo lo deseaba más que nada en el mundo, así que era todo o nada. Siempre estuve consciente de que ella podía echarse para atrás en cualquier momento y que no podía hacer nada si no era totalmente su voluntad. Todos los días agradezco a Dios que me haya elegido a mí”.

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