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Ejemplos ciudadanos que suman cuando la crisis resta

Ante las penurias sociales, los propios ciudadanos ponen el hombro para que otros puedan sobrellevar mejor la crisis. Ayudar se convierte en misión de vida inesperada cuando el entorno nacional golpea con fuerza. La indiferencia se espanta entre amigos que salen a la calle a dar lo que puedan, sin mayor apoyo que el de sus familias y propias posibilidades Cierra el año 2016. Uno de muchas dificultades que, lamentablemente, no se borrarán el 31 de diciembre. Con el hambre instalada en la cotidianidad, el esfuerzo de cada individuo se torna más relevante. Aunque la arepa esté cara, la generosidad no escasea. Diletantes entre la viveza y la bondad, el venezolano demuestra que cuando todo parece estar al borde del colapso todavía existen ventanas de luz. Aún existen personas que, sin pertenecer a fundaciones u organizaciones no gubernamentales, deciden dedicar su tiempo para entregar a los que menos tienen y a los que más sufren una reconfortante comida, ropa o unos juguetes para darle alegría a los más pequeños.

Fotografia de portada: Cortesía Unos Venezolanos
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Se alimentan estómagos y sonrisas
Una noche como cualquier otra, un grupo de cinco estudiantes de la Universidad Católica Andrés Bello celebraban su muy próxima graduación como abogados. También celebraban porque no sabían cuándo lo volverían a hacer todos juntos; la mayoría no solo contarían con su título universitario, sino que se lo llevarían consigo al realizar su objetivo de emigrar a un nuevo destino. Pensando en lo mucho que habían logrado en el año, uno de ellos sugirió una idea que transformó su diciembre: agradecer su buena fortuna dando a los menos dichosos.
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En una semana, los estudiantes lograron recolectar suficiente dinero y comida para prepararles una buena cena a 100 personas en condición de calle. El menú consistió en una arepa, sopa, fruta y jugos naturales. Una vez terminado cada paquete, el recorrido para la entrega inició en Montalbán y continuó por las zonas adjuntas de su Alma Máter, la UCAB. “Somos parte de un grupo muy privilegiado. Tenemos la oportunidad de hacer algo positivo por 100 personas. Es un aporte en medio de un país que se cae a pedazos por la crisis”, afirma Claudia Manresa, estudiante de Derecho que conformó el grupo voluntario.
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Sin ser parte de una fundación, un grupo de voluntariado o religioso, el grupo de amigos decidió aliviar un momento difícil a través de su aporte. “Es muy duro. Vivimos muchos sentimientos encontrados. Mucha gente lloró, otros nos empujaban desesperados por tener la comida. Fue entender más de cerca lo difícil que es vivir en esta crisis”, reitera Manresa. La experiencia vivida llevó a los estudiantes a decidir repetir la experiencia durante las festividades del mes de diciembre y así poder darles una verdadera “Feliz Navidad” y “Feliz Año” a quienes nada tienen.
Las hallacas de la calle
Cerca de su casa en la ciudad de Valencia, Luis Tomás Linares solía encontrarse con un hombre que vivía en la calle. Siempre que salía o regresaba de su casa lo veía, pensando siempre en que un día tendría que ayudarlo y llevarle un poco de comida. Linares, quien en ese momento se encontraba participando de lleno en el grupo Lidera, el programa de liderazgo desarrollado por la Fundación Futuro  Presente, pensó que si podía llevarle a aquel hombre también podía ofrecerles comida a muchas personas más.
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La idea, aunque al principio parecía trillada, inició. Linares, junto con otros tres amigos de Lidera y otros cuantos conocidos, decidieron ofrecerle a personas que vivían en la calle y a mendigos una cena de Navidad con todos sus elementos: hallacas, pernil, ensalada de gallina, pan de jamón, postre y hasta bebida. Ese primer año, hace tres, lograron entregar 50 cenas para 50 personas. Entre ellos, el hombre que vivía cerca de Linares. “Sí sientes una diferencia marcada. Te acostumbras a dar al otro y ya el recibir pierde peso. La Navidad se transforma en dar al que más lo necesita”, asegura el valenciano relatando aquel primer recorrido.
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La experiencia fue tan efectiva como gratificante. Entonces, Linares y sus tres amigos decidieron continuar el proyecto que llamaron “Hallacalle”. El primer año contaron con 12 voluntarios, 50 cenas y una ruta única en la ciudad de Valencia. En su segundo año contaron con 25 voluntarios, entregaron 55 cenas y lograron añadir nuevas rutas. Ya para el tercer año consiguieron lo que se propusieron al principio, la expansión del proyecto a otras ciudades del país. “En 2016 logramos expandir el proyecto de Hallacalle a Caracas y a San Cristóbal. En Valencia repartimos 120 comidas, más o menos igual en San Cristóbal y en Caracas logramos dar 200 comidas”, detalla Linares. Para el año que viene pretenden anexar nuevas ciudades y seguir creciendo.
“Todos tenemos historias, pero la que más me marcó fue cuando vimos a un señor que buscaba entre la basura y sacaba un pote de salsa de ajo y comenzaba a comer lo que quedaba. Vimos que su ropa estaba casi destruida, así que teniendo ropa para donar, le dimos dos pantalones y dos camisas. El hombre nos vio extrañados y nos regresó uno de los pantalones. Cuando le insistimos en que lo agarrara, el hombre nos dijo: ‘Ya yo tengo uno, denle ese a alguien que no tenga ni uno’. Eso nos marcó muchísimo. Nos hizo entender que debemos ser más generosos”, recuerda el estudiante. A través de Hallacalle, sus miembros buscan saciar el crujir del estómago de muchos por lo menos en vísperas de las fiestas decembrinas.
Unos venezolanos quieren ayudar
Gianpiero Manciagli junto con su novia Andrea Valente salieron de misa un domingo cualquiera. En la salida, se encontraron con varias personas que hurgaban desesperadamente en las bolsas de basuras. El encuentro los conmovió al punto en que decidieron volver a casa, hacer 20 arepas y repartirlas a esas y otras personas que buscaban calmar el hambre entre los desechos.
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Desde aquel domingo, Manciagli decidió reunir a varios de sus amigos y repartir la mayor cantidad de arepas que su presupuesto le permitía. Pero la actividad que realizaban quincenalmente todavía era suficiente. En una llamada a su profesor Edsel Moreno, fue él quien sugirió estructurar mejor la idea y transformarla en un proyecto duradero. Así nace la asociación civil Unos venezolanos. “Es básicamente un proyecto que busca mostrar lo positivo de nosotros los venezolanos”, explica Moreno, quien junto a Manciagli y Arturo Llagostera funge como parte de los coordinadores del proyecto. “La crisis nos hizo darnos cuenta que hay mucha gente pasando trabajo y con esto buscamos es enfocarnos en los otros, en los que necesitan apoyo y solidaridad”.

El grupo lleva en acción tan solo cuatro meses, dato que asombra al considerar el impacto que han logrado generar en tan poco tiempo. “La jornada menos productiva ha sido de 150 arepas. Siempre solemos llegar a las 200 arepas”, asegura Moreno. Con una red de voluntarios en continuo crecimiento, han decidido promover mayores opciones de voluntariado. También ofrecen otros aportes aparte del reparto de comida; poseen alianzas con distintas casas hogar para promover el apoyo a niños con enfermedades como VIH a través de sistemas de apadrinaje tanto financiero como afectivo. “Sabemos que esto no resuelve el problema estructural de la pobreza, pero buscamos generar un cambio afectivo. Estas personas están pasando mucha necesidad y no solo requieren apoyo material, también necesitan cariño y comprensión”, explica el también profesor.
Los 100 juguetes para Navidad
“Fue algo completamente a título personal”, afirma Matilde Van Der Biest. Es productora de eventos y un día cualquiera se despertó con una idea, “con un antojo de ayudar”, e inició una pequeña labor de voluntariado que con la etiqueta #100Regalos comenzó a divulgar por sus redes sociales y por la de sus amigos más cercanos.
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La idea era sencilla. A partir de mediados de noviembre hasta el 21 de diciembre, la productora buscó recolectar galletas, enlatados, jugos, ropa y hasta juguetes. El objetivo sería hacer un recorrido por las zonas donde más gente necesitada se encontrara y ofrecerle algunos obsequios para aliviar su dura condición de calle y hambre. Con el apoyo de muchísimas personas, lograron preparar combos de comida, bebidas, conjuntos de ropa y uno que otro juguete.
El 24 de diciembre, acompañada de otros tres amigos y su esposo, Van Der Biest recorrió las calles del centro de la ciudad y logró repartir lo recolectado entre los más necesitados. “Lo más hermoso fue ver la cara de felicidad de las personas. Escuchamos mil y un historias, personas con sida que fueron botadas de sus casas, niños que nacieron en la calle, personas drogadictas… fue un sentimiento hermoso saber que pudimos ayuda”, afirmó. Sin embargo, lo más especial, fue detallar cómo gran cantidad de personas, como ella, bajaban de los carros con juguetes, panes de jamón y ropa y se lo entregaban a las personas en la calle. “Creo que hay algunos que queremos ser parte de la solución y dejar de ser indiferente al problema”, añadió la productora.
La justiciera de los regalos
Yamilé Bejarano estudió Derecho en la Universidad Central de Venezuela por una sencilla razón: no soporta las injusticias. “De verdad que yo quiero salvar a todo el mundo”, admite riendo. Actualmente trabaja en la Dirección de la Escuela de Derecho de la «Casa que vence la sombra» pero gran parte de su tiempo lo dedica al servicio a los demás. Su oficina parece el taller de Santa o una juguetería con bastante mercancía; gran cantidad de juguetes se acomodan en cada rincón disponible de la habitación. Durante el año se encarga de preparar actividades que promueven los derechos de los jóvenes, pero la actividad que más la llena es la de entregar juguetes a los niños con enfermedades crónicas o terminales que se encuentran en los hospitales.
Todo comenzó en 2014, durante las protestas de febrero, cuando tomó la decisión de ser parte del grupo de abogados que actuaron en defensa de 150 estudiantes detenidos. “Me sensibilizó muchísimo. Me da mucho dolor porque yo disfruté muchísimo mi juventud. No podemos privar a los jóvenes ni a los niños de ser felices”, sentencia la abogada. La experiencia la llevó a realizar una especialización en Derechos Humanos y a dedicarse a apoyar a los jóvenes de la UCV a través de distintas actividades para fomentar la protección de sus derechos. Sin embargo, no podía obviar el impulso de ayudar a los más pequeños.
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Bejarano indica que en su familia la Navidad siempre fue una época especial no solo para regalarse y compartir, sino para dedicarse al cuidado de los menos afortunados, sobre todo a niños. “Mi cuñado se disfrazaba de Santa todos los años y nosotros repartíamos regalos con él”, cuenta. Una tradición que siempre atesoró y que decidió recuperar en hace dos años. Apoyada por el Padre Raúl Herrera, coordinador del Centro para la paz y los DDHH-UCV, decidieron emprender una misión navideña: entregarles juguetes a los niños del Hospital Universitario. “Mi campaña se define en ‘da un juguete y darás una sonrisa a un niño’. Me llena muchísimo saber que les doy un poco de felicidad en medio una situación tan difícil”, explica Bejarano.
En el año 2016 decidieron cambiar la locación; la entrega la realizaron en el Oncológico Pediátrico de la UCV. “Es que necesita más apoyo. Está muy descuidado. Es un espacio muy gris”, explica Bejarano. Tan solo la abogada y el Padre Herrera se encargaron de llevar alegrías a un grupo de 60 pacientes, sus hermanos y los hijos del personal que trabaja allí. Son apenas dos personas que consiguen el apoyo de donaciones de particulares para lograr alcanzar la cantidad de juguetes necesarios. “El pueblo venezolano es generoso de naturaleza. Hay niños que deciden entregar sus juguetes para darlos a los niños más enfermos. Eso son el tipo de cosas que te impulsan a querer dar y creer en el país”, indica el Padre Herrera.
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Las damas que cosen su ayuda
Cada miércoles se reúnen en su sede dentro de la Iglesia Transfiguración del Señor, en El Cafetal. Son alrededor de 25 mujeres las que se conglomeran para disfrutar de una actividad que las motiva: coser. Cada día tienen algo nuevo que hacer o terminar; los bordes tejidos de las cobijitas, terminar de coser los pantalones o camisas, arreglar los cuellos, darle los últimos toques a las fundas. Se conocen como las Damas del Costurero, y cada año logran  aportar con su talento vestimenta para quienes más lo necesitan.
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Ya son 30 años funcionando y sin embargo, cada año que pasa, es mayor la necesidad del aporte de este grupo. Son mujeres, aman coser y cuentan con un rango de edad entre los 60 y 90 años de edad. Evelyn Araujo, una de las organizadoras del grupo, asegura que la finalidad era recolectar ropa para los más viejos. Progresivamente, decidieron reunir a damas de edad avanzada para aportar con su talento y experiencia. Hoy en día, sin embargo, las cosas siguen cambiado. “Desde hace seis años pensamos ayudar a los niños y hacerles mantas, almohaditas, esas cosas que necesitan pero no suelen tener”, explica Araujo.
Anualmente entregan 400 canastillas en centros materno infantiles de Caracas a través de los centros de servicio social de las alcaldías de Baruta y El Hatillo, además de ofrecer ropa para niños de casas hogares. Además, su trabajo tiene doble función: apoyan a las mujeres mayores a mantenerse activas mientras le otorgan sus creaciones a quienes más lo necesitan. “Es que no puedo dejar a las viejitas en sus casas sin nada que hacer. Les preparamos actividades y ellas son felices entregando lo que cosen”, asegura Araujo.
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Lolita Peña es parte del equipo que teje; cumple dos años ya de su participación dentro del grupo y afirma ser el espacio que más la reconforta en medio de las dificultades. “Es un ambiente muy agradable. Nos reímos, disfrutamos muchísimo y además realizamos una obra social bellísima. Sin duda ayuda a hacer crecer el espíritu”, afirma Peña.]]>

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