Crónica

Religión católica, devotos en fuga

El llamado vocacional se ha convertido en el disco rayado de la Iglesia Católica. Sin embargo, su insistencia no es un capricho: estadísticas demuestran que la religión con más adeptos en América Latina y Venezuela va en picada. Adiós a San Pedro y sus estatutos, bienvenidas creencias varias, incluso paganas

Fotografía de portada: AP | Fotografías dentro del texto: Andrea Tosta
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“Cristo ha vencido el mal de forma total y definitiva, pero a nosotros, los hombres de nuestro tiempo, nos espera acoger esta victoria en nuestra vida y en la realidad concreta de la historia y de la sociedad”, manifestó el Papa Francisco ante sus seguidores desde el Vaticano en 2013. Entonces era un recién llegado a la Santa Sede, y esas palabras fueron recibidas con aplausos y replicadas en misas y celebraciones pastorales. Así fue en la fiesta del Corpus Cristi celebrada en la Iglesia Santa Capilla del centro de Caracas el pasado 26 de mayo. El sacerdote invitado a la ceremonia exhortó a la feligrasía a transmitir la fe y “no ser cristianos muertos, sino en vida”. Forma parte de un mensaje claro: manifestar la fe católica y hacerla tan pública como sea posible.

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La alineación discursiva no son solo palabras para la Iglesia. Tanto en la calle como en las estadísticas, la baja de popularidad de la religión católica se hace palpable, en contraste con la alta aceptación de su máximo líder: el Papa argentino. La muchedumbre apurada que circunda los templos del centro de la capital venezolana contrasta con la ocupación real de los recintos. Así ocurre en las iglesias Las Mercedes, Santa Capilla, San Francisco y la Catedral de Caracas. Hay más vírgenes y santos de yeso que creyentes de carne y hueso. Sus bancos, que abarcarían siete personas, son utilizados esporádicamente por algún sexagenario que se dedica a espantar zancudos o algún joven con su mirada clavada en la pantalla de su celular. Algunos padres recorren con sus hijos las pequeñas capillas laterales y hornacinas nombrando y señalando a cada uno de las figuras religiosas que arropan e iluminan, una acción pedagógica.

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La hermana María Flor, de la congregación del Santísimo Sacramento, lo ve a diario en la Iglesia Santa Capilla, donde oficia desde hace tres años. “Hay quienes vienen acá a ver la arquitectura del sitio como si fuese una novedad. Otros vienen a descansar, a arreglar cuentas y contar plata”, explica mientras se reserva el apellido, mas no la sonrisa. Los pecados quedan sin expiarse: los confesionarios permanecen sin confesantes ni confesados. Las grandes piezas arquitectónicas de ese emplaste neogótico son más que suficientes para quienes, de hecho, rezan.

Pero no solo faltan devotos, los representantes del Señor también brillan por su ausencia la mayoría del tiempo. Algunas iglesias como La Chiquinquirá, en La Florida, y el Sagrado Corazón de Jesús, en La Hoyada, mantienen sus puertas cerradas a feligreses, curiosos y vándalos en horarios ajenos a la homilía. Conseguir un religioso fuera de horario de misa en los templos del centro es casi un milagro. El diácono Jesús Godoy, asistente de formación del Seminario Santa Rosa de Lima, explica que dicha ausencia se debe a una “escasez de sacerdotes” que imposibilita mantenerlas abiertas, aunado a la inseguridad reinante. Asegura que hay algunos maleantes que “se meten en las iglesias para desvalijarlas, se roban las hostias para hacer brujería y santería. Tampoco hay personal de vigilancia. Si el padre debe salir por cualquier inconveniente, con quién la va a dejar”.

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En dicho seminario, treinta y dos personas se forman para convertirse en sacerdotes. Forman parte de los alrededor de 50 seminaristas que se preparan, contando los inscritos en el Seminario Redentor y Mater, para atender las necesidades religiosas de la capital, explica Godoy. “Uno tiene la confianza de que Dios sigue llamando. En los dieciocho seminarios que hay en el país no deben pasar de mil aspirantes”, afirma, mientras atestigua que son cada vez menos los que acuden al llamado vocacional.

La Conferencia Episcopal de Venezuela lleva cifras que se reserva. Allí, el padre Pedro Pablo Aguilar ofrece a los curiosos un aproximado. “Actualmente son entre 1500 y 1600 seminaristas en todo el país. El número de aspirantes a sacerdotes y religiosas se ha mantenido, con una leve disminución en el número de vocaciones femeninas”.

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La estadística de la fe

A pesar de que Venezuela se mantiene como un país mayoritariamente católico, las estadísticas internacionales y nacionales dan fe de la falta de creyentes y religiosos que se percibe en los templos. De acuerdo con el informe Religión en Latinoamérica: cambio extendido en una región históricamente católica presentado por el Pew Research Center en 2013, existe una brecha de 13 puntos porcentuales entre quienes fueron criados como católicos y quienes se mantienen como tales. De 86 personas que crecieron guiados por los mandamientos que Dios legó a Moisés, 73 mantienen su cumplimiento.

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Aunque la brecha no se equipara con países como Brasil (20%) o Argentina (15%), Venezuela tiene mayor deserción de católicos que Ecuador (12%), México (9%) o Paraguay (5%). En el Laboratorio de Ciencias Sociales (Lacso) de la Universidad Central de Venezuela (UCV) se manejan cifras similares. Su director, el sociólogo y profesor de la UCV Roberto Briceño León, afirma que para finales de 2015 la población católica representaba 74% del total, equivalente a 22 millones quinientos mil personas de los 30,41 millones de venezolanos, de acuerdo con datos del Banco Mundial. La diferencia se evidencia cuando se compara con el mismo estudio hecho por el Lacso en 1987, en el que los católicos representaban cerca de 85%.

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La migración de los católicos venezolanos aumenta los fieles del cristianismo no católico, como evangélicos, adventistas y judíos mesiánicos. El Lacso detectó para finales de 2015 entre 15 y 16 por ciento de afiliados a esas corrientes, por lo que Briceño León afirma que ha ido en ascenso, “sobre todo en el interior del país, por tener mayor proximidad con las comunidades, a diferencia de la capital”.

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Tal es el caso de Ricardo Araujo, criado como católico pero actualmente evangélico desde los 15 años. A sus 35 años, su conversión la considera su “ataque de rebeldía adolescente”, dice entre risas recordando cómo fue a misa desde temprana edad, acompañado de sus padres. La posibilidad de participación en grupos religiosos juveniles —ausentes para él en el catolicismo— le llamó la atención al punto de cambiar de religión, además de la influencia de sus dos hermanos mayores, quienes también experimentaban con la vertiente. “Para mí, la Iglesia significaba el sitio donde te bautizabas, hacías la comunión y la confirmación. Hasta ahí. No iba más allá. En el evangelismo encontré un sitio al que pertenecer”, cuenta.

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Convertido, Araujo ya no adora a la Virgen María y demás imágenes y hace mayor énfasis en la lectura e interpretación de la Biblia, que confiesa prácticamente desconocer antes de su conversión. “En aquel entonces, cuando uno está sediento de conocimiento, que quieres saberlo todo, me explicaron todo lo concerniente a la Biblia, por ejemplo. En el catolicismo, yo ni sabía quiénes la habían escrito ni cómo llegó a nuestras manos hoy en día”. Con sus reuniones al menos dos veces por semana, Araujo “sigo creyendo en Cristo, pero ahora soy más activo que cuando era católico. Me siento como un militante de la fe cristiana”.

A diferencia de Araujo, Karen González no se siente ni identificada ni relacionada con el cristianismo en ninguna de sus formas. A sus 22 años de edad, solo acumula el bautizo y la comunión en su registro de acta religiosa. El momento en que Cristo dejó de serle atractivo se ubica en su pubertad, cuando a sus 14 años comenzara a cuestionar su fe y la Iglesia como institución. “Te preguntas quién tiene la verdad, si hay tantas religiones que dicen que la tienen. Si te pones a pensar, la Iglesia es como una empresa y los escapularios, cadenitas y estampitas, el material POP del que se lucran”, opina la publicista. Aunque conoce los rezos —puede salmodiarlos como letanías—, la conexión que se generaría a partir de ellos no le hace ni cosquillas. “No dudo que haya un ente sobrenatural que quizá se repita en las demás religiones. Yo sí creo que existe ‘algo’ que va más allá de lo terrenal. Pero de que hay un solo Dios súper poderoso como lo pintan en la Biblia no estoy segura”.

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El sociólogo Briceño León indica que agnósticos como González, junto con ateos y las demás religiones distintas al cristianismo, representan tan solo 10% de la población venezolana. Dentro de este grupo también se encuentran los vistosos santeros que caminan vestidos de blanco por las calles de Caracas, al igual que miembros de sectas y cultos como La Corte Malandra. Aunque pareciera que el dato se va ensanchando, Briceño explica que “tienen un peso muy bajo estadísticamente, cerca de 1%. Nuestras encuestas no logran detectar grandes cambios allí”.

El Vaticano no se cae

El acecho por captar nuevos miembros de este pequeño porcentaje de sectas religiosas, junto con la Iglesia Universal del Reino de Dios —mejor conocida como Pare de Sufrir—, le hace la batalla a la religión católica en la calle. El compromiso de los nuevos sacerdotes es encontrar vocaciones en las zonas menos privilegiadas del país. “Seguimos trabajando en los barrios, en las casa de los enfermos, escuelas, hospitales, incluso asistimos a cárceles y retenes a predicar la palabra del Señor. Estamos confiados que nuestros esfuerzos traerán buenos frutos, aunque no se vean ahorita. No nos preocupamos”, explica el Diacono Godoy desde el Seminario Santa Rosa de Lima. Mientras, la comunidad evangélica se ha enfocado en el trabajo social dentro cárceles venezolanas en los últimos años, al punto de brindar refugio de la violencia carcelaria en las reuniones semanales obligatorias.

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Con cada vez menos creyentes a cuestas, la Iglesia Católica en Venezuela sigue manteniéndose fuerte y estable, tanto nacional como internacionalmente. Para la población criolla, la institución goza con altos niveles de aceptación, ejerciendo un peso social con sus declaraciones públicas y toma de decisiones, seguida de las universidades del país. “Los católicos, no católicos y no creyentes la aprueban por la confianza moral que va más allá de lo religioso. Es por ello que una alta población de la sociedad ve con buenos ojos que la Iglesia incida en política, ante la fragilidades de las instituciones públicas”, explica Briceño.

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Pronunciamientos de altos jerarcas de la Iglesia sobre la situación actual del país inciden en la opinión pública y toman las primeras planas. En la más recientes declaraciones de miembros de la Conferencia Episcopal de Venezuela ofrecidas el pasado 20 de marzo, el monseñor Diego Padrón pidió paciencia, pero no resignación. Monseñor Baltazar Porras instó a respetar la autonomía de los poderes públicos. El obispo Jesús González de Zárate sugirió un examen de conciencia. Las peticiones, más allá de las vocacionales, tocan la esfera política.

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Con tal estabilidad estadística y el afianzamiento de la Iglesia como institución, la pérdida de la fe cristiana no es un mal que agravie a Venezuela. Dios sigue siendo atractivo en sus distintas presentaciones y con su Padre Nuestro de coro machacón. “Cambia la forma de creer, la afiliación y la denominación religiosa, pero no disminuye la creencia de lo sobrenatural. La situación política, económica y social del país ha fortalecido la creencia religiosa. En gran medida, la indefensión hacia los problemas y los altos índices de violencia han reforzado el sentido de justicia divina”, explica el sociólogo. Mientras, las palabras versionadas del Papa Francisco resuenan en los rincones de los templos caraqueños, cada vez más vacíos y utilizados para fines no religiosos. La tendencia progresiva en Venezuela presenta a los nuevos hijos pródigos, que dejaron el catolicismo para, quizá, nunca más volver.

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