Crónica

Viajar por Nuevo Circo y La Bandera: inicio del terror

Bandas que roban a los pasajeros, conductores aliados con los ladrones y sexo furtivo en los baños son algunas escenas que retratan al Nuevo Circo y La Bandera. Las terminales que sirven a miles de usuarios y albergan decenas de rutas para distintas ciudades del país. Son hervidero de historia donde por lo general la realidad le gana a la ficción

Texto: Jefferson Díaz | Fotografías: Cristian Hernández
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Caracas tiene espacios donde toda Venezuela converge. Las terminales del Nuevo Circo y La Bandera son algunos ejemplos. Desde ahí, nacen historias de reencuentro, violencia, felicidad y hasta de terror. En un país acostumbrado a una realidad de ficciones. Suena ilógico, pero en ambas centrales de pasajeros hay conductores que apartan asientos para los ladrones, autobuses que evidencian las manchas del sexo y uno que otro cuento sobre transacciones peligrosas en la vía. Estas líneas de partida marcan rutas peligrosas.

Los testimonios lo evidencian.

Landaeta y el borracho cantante

Ciertos lugares comunes son inevitables para Luis Landaeta. Se para a las cuatro de la mañana todos los días para llenar cuatro potes con café, manzanilla, avena y Toddy —o en su defecto, cualquier bebida achocolatada que le vendan los bachaqueros. Desde los doce años ronda la terminal del Nuevo Circo como una profesión. “Primero, ayudaba a los conductores a cobrar el pasaje. De eso me quedaba propina y en la noche podía llevar algo de jamón y queso a la casa. Lo demás me lo gastaba en muchachas”, dice este personaje de 48 años. Sus manos son evidencia del trabajo manual, en 1997 participó en la construcción de la La Bandera y hasta pegó algunos de los letreros que hoy en día indican a los usuarios para dónde va cada línea.

“Una vez me planteé la idea de afiliarme a una línea y conducir. Pero cuando me salió la oportunidad no tenía el dinero a la mano para la afiliación. Por eso, los conductores y el encargado me dejan agarrar uno de los bancos donde coloco mis potes y vendo algunas chucherías”, relata. Todo el mundo lo conoce y a las seis de la mañana, puntual como el canto de las guacamayas, está al pie del cañón vendiendo sus productos.

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Nuevo Circo consta de dos anexos, divididos por la avenida Fuerzas Armadas. Uno sirve como punto de encuentro entre los pasajeros y las diferentes rutas que viajan hacia las ciudades dormitorio —Guarenas, Guatire, Valles del Tuy o Los Teques— y algunas ciudades del occidente y centro de Venezuela. En total son 26 rutas. El segundo, es una especie de estacionamiento para que los conductores que llegan puedan estacionar y esperar su turno para salir. También, algunos aprovechan estos espacios para piratear y cobrar el doble —y a veces hasta el triple— de las tarifas reguladas.

“Aquí siempre hemos tenido avances o piratas que hacen su agosto. Por lo general cargan en el estacionamiento para que el coordinador de la línea no los vea. Pero, como todos sabemos, eso es un riesgo para el pasajero. En muchos de esos autobuses se montan ladrones que, apenas llegan a la autopista, roban a todo el mundo”, Landaeta lo sabe. Él es una especie de crónica ambulante de este lugar.

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Cuenta que a principios de los años 70 Nuevo Circo nace como el gran centro de distribución de autobuses de Caracas. Desde ahí partían todas las rutas que iban al occidente, oriente y centro del país. “Pero cuando se inaugura el terminal de Oriente en 1993, esas rutas van a parar allá. Luego llega La Bandera en 1998 y le quita las occidentales al Nuevo Circo”, indica, quien a su vez comenta que todos la infraestructura que tenía el Nuevo Circo fue demolida para dar más espacio a los autobuses.

Entre sus memorias suelta una perlita. Dice que hace diez años le tocó viajar a San Casimiro para visitar a un familiar. “Salí de noche y a mi lado se sentó un joven que estaba muy borracho. Nuestra sorpresa fue que a mitad de camino sacó una guitarra que llevaba y empezó a cantar canciones de José José. Todos los pasajeros estábamos encantados con él. Hasta que en un arrebato vomitó sobre los pasajeros que teníamos adelante. El dueño de esa unidad todavía me recuerda esa noche”.

Un pezón provocador

 “Coloca que me llamo Lucía. Siempre me gustó ese nombre”. Lucía tiene 26 años, y dos trabajando como miembro del equipo de mantenimiento de la terminal de La Bandera. En estos 24 meses ha visto cosas que prefiere olvidar. Suena a cliché, suena dramático, pero la verosimilitud de su relato se respalda con la certeza de sus palabras. “Si quiere te puedo buscar a otra muchacha de limpieza que te dirá lo mismo”, lanza mientras traza la defensa de sus historias.

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La Bandera nació a finales de los 90 como una iniciativa de los ministerios de Infraestructura y el de Transporte. El propósito fue liberar el fuerte tránsito que sembraba Nuevo Circo en pleno centro de Caracas. Se tardaron tres años en construirlo y se inauguró en 1998. Tiene cuatro pisos, dos rampas de acceso y al menos 80 puestos rotativos de estacionamiento para que los autobuses entren y salgan todo el día. Aquí convergen cooperativas de transporte —autobuses—, de taxis, líneas privadas y según datos extraoficiales una docena de asociaciones piratas que ofrecen servicio a casi todo el occidente del país.

En un fin de semana normal, sin asueto, por aquí se movilizan entre 80 y 90 mil personas. En cambio, en Carnaval o Semana Santa, la cifra puede llegar a las 130 mil personas. A diario hay un flujo de entre mil y mil quinientas unidades. Se activa el doble cuando hay puentes o feriados.

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“El trato con la gente es fuerte. Aquí te consigues de todo. Los borrachos que vienen a pasar la curda en los banquitos del segundo y primer piso. Los que se quedaron sin pasaje y mendigan que si veinte o cincuenta bolívares para comprar su regresó. Y los carteristas o roba maletas que se organizan en grupos de a cuatro para distraer al pasajero y robarlo”, describe Lucía. Ella ha visto cómo algunos conductores cuadran con ladrones de autobuses para que se sienten en los puestos del colector o los dos primeros detrás del conductor y pasen desapercibidos. “Luego, en pleno viaje los roban”. Dice que la policía sabe de esto y no hace nada.

José Gregorio Franquis, director de la terminal, indicó durante la pasada Semana Santa que los crímenes se redujeron en un 60%. Esto porque los coordinadores de líneas, con ayuda de la Policía Nacional, revisaban a cada pasajero antes de subir a los autobuses con detectores de metales. Pero, como toda historia, hay dos versiones.

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“Yo trató de no meterme con nadie, pero estoy muy pendiente de todo. Mira, una vez en los baños del piso dos encontré a una pareja haciendo lo suyo. Eran como las siete de la noche y la puerta estaba trancada. Me extrañó porque a esa hora los baños están abiertos. Busqué la llave y lo primero que vi fue a una chama acostada en el piso sin sostén y un chamo bajándole los pantalones. Ahí mismo cerré la puerta y me quedé afuera. A los pocos minutos los dos salieron mirando hacia abajo. Al menos la chama las tenía bonitas, porque a veces te encuentras con otras que mejor ni te digo”, remata mientras se ríe.

¿El carro de Drácula?

Todo terminal tiene sus leyendas. Algunas hablan de un sector en el piso uno de La Bandera donde no te puedes quedar después de las nueve de la noche, porque es el sitio donde los vendedores de droga se reúnen para contar lo hecho en el día. Aprovechan que los policías hacen cambio de guardia para sacar los billetes. O esa parada en el Nuevo Circo, donde los carteristas de la zona se juntan para cazar a sus próximas víctimas. Con la ayuda de algunos mototaxistas roban maletas, teléfonos y, por supuesto, carteras. Son cuentos que los conductores, fiscales y hasta vendedores de pastelitos confirman pero ninguno denuncia.

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También, están esos cuentos de carretera a lo “road movie” donde cualquier cosa puede pasar. Por ejemplo, en La Bandera es bien conocida la anécdota de dos autobuses que se quedaron accidentados en un paraje de Carabobo. Uno venía de San Cristóbal y el otro de Coro. Lo insólito es que a ambos los habían robado en el camino —a los pasajeros los dejaron sin nada—, y mientras esperaban ayuda, llegó un grupo de motorizados y trató de robarlos de nuevo. A un grupo de noventa personas. Pero como ya no tenían nada, lo que hicieron fue jugar con ellas lanzando tiros al aire logrando que todo el mundo se dispersara entre los matorrales.

Cuando se pregunta por la fecha, nombre de los conductores o a cuál línea pertenecen, todos enmudecen. Pero los datos, son los mismos.

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También, resalta la historia de un autobús que originalmente cubría la ruta San Ruperto en Caracas. Una de esas máquinas pintadas de blanco y azul, y que como parrilla delantera tenía la palabra: superior. Bueno, recuperaron el motor y lo pintaron de naranja para trasladarlo al terminal Big Low de Valencia. Ahí, en conjunto con otras camionetas, brinda servicio hasta Tinaquillo. Lo llaman “el carro de Drácula”.

Está tan destartalado y contamina tanto como un derrame petrolero, que ni los ladrones se atreven a montarse en él. Pero hay gente que sí lo hace. Hay pasajeros que sí se aventuran a viajar en estas unidades que, por las carreteras, marcan el mapa terrestre del país.

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