Venezuela

El apagón: Una semana de hambre, oscuridad y muerte

Jueves, 7 de marzo de 2019, 4:58 pm. Un día normal en la cotidianidad venezolana, las personas apuraban el paso para ir a sus casas, unos conversaban sobre el plan para el fin semana y otros tantos las frecuentes discusiones sobre política y economía que se dan en Venezuela. No sabían que vivirían el peor apagón de su historia.

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Foto: Daniel Hernández El Estímulo / AFP
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Transcurrió una semana desde el momento que la electricidad dejó de fluir. Hace 168 horas desde que las maquinarias detuvieron su sonoro andar, el silencio que sobrevino fue atronador. Con el apagón inició el calvario de más de 25 millones de venezolanos.

Nadie tenía idea de la magnitud de lo que pasaba, mucho menos lo que vendría. «¿Será un bajón?» o «¿Fue solo en la zona?», se repetían incesantemente. Pocos imaginaron que una semana después el servicio seguiría inestable, aunque en algunas zonas nunca volvió.

Apagón afecta aún a gran parte de Venezuela

En Caracas millones caminaban por la oscuridad absoluta que se cernió sobre la capital. Incluso en los hombrillos de la autopista personas marchaban con pesar, agotados, ante la imposibilidad de obtener transporte -con escasos autobuses para hacer el traslado y sin efectivo para pagar pasaje-, los pocos vehículos que hicieron el recorrido estaban abarrotados y los oportunistas aprovecharon la oportunidad de hacer su agosto a costa del cansancio de los ciudadanos.

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El metro se apagó y desde hace una semana “la gran solución para Caracas” se eliminó de la ecuación. Hasta hoy, más de dos millones de personas no tenían como movilizarse y dependían de automóviles y motos particulares.

El tren finalmente se reactivó casi siete días después, pero los vagones recorrían su andar en la línea 1 solo de Propatria a Chacaíto y de Petare a los Dos Caminos. Chacao, Altamira y Parque del Este están en funcionamiento, solo el metrobús funciona.

La gasolina también fue protagonista con largas colas hasta el miércoles de esta semana cuando en la capital se solucionó el problema. Sin embargo en el interior del país, sigue el apagón y el aglutinamiento para lograr el despacho. Solo las largas filas para obtener agua rivalizan a las del combustible.

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Colapso

La oscurana trajo innumerables consecuencias pero la más terrible, como siempre, son las fatalidades.

Hay evidencia de la muerte de más de una decena de neonatos en diversos puntos del país producto del apagón y más de 21 personas murieron por la imposibilidad de ser operados o tratados por la falta de electricidad. Los cuerpos de otras 20 personas sucumbieron ante el envenenamiento de no poder depurar su sangre, la diálisis no llegó a tiempo y así, aunque no le guste al poder, fueron asesinados, lenta y macabramente.

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La cifra, sin embargo, es difícil de corroborar por la gran opacidad, el número puede ser mucho mayor. Un vecino de Cotiza que pidió el anonimato pero vive cerca de dos instituciones médicas afirmó que fue en este tiempo de oscuridad a la fuerza, cuando vio pasar más carrozas fúnebres en su vida.

Los servicios de emergencia de los hospitales se vieron sobrepasados durante el apagón. Muchos recurrieron a sus plantas eléctricas para funcionar, otros tantos no pudieron hacerlas andar y como siempre fue el más débil, el indefenso, el que pagó el más alto precio.

Si no hay más vidas pérdidas es gracias al tesón de los héroes con bata blanca, que dieron el todo por el todo con ética y profesionalismo, y a esa solidaridad y entrega de muchos voluntarios y familiares que vencieron cualquier obstáculo.

A pesar de la pérdida de muchas vidas inocentes los funcionarios del gobierno de Nicolás Maduro lo negaron.

“No tenemos registros de muertes en hospitales”, se les escuchó decir incesantemente a Jorge Rodríguez, Héctor Rodríguez o el mismo Nicolás Maduro cuando finalmente apareció el lunes luego de cuatro días guarecido entre la penumbra.

Se restablecerá el servicio

Luis Motta Domínguez, responsable eléctrico de Maduro, apareció el mismo jueves para decir que se restablecería el servicio tres horas después del apagón.

Después de la afirmación, que hoy sabemos errada, por no decir disparatada, -y en un país normal motivo de renuncia del funcionario- quedó para la anécdota y ya, una semana después del corte de energía, a Motta Domínguez no se le ha vuelto a ver en público.

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Sin bombas de agua, ni posibilidad de tener acceso al líquido, las casas y edificios quedaron secos en menos de 24 horas.

A pesar de los planes de racionamiento, el agua se fue tan rápido como sobrevino el apagón. Los sanitarios, cocinas y lavanderos fueron los primeros en secarse, poco después llegó la emergencia ya para el fin de semana escaseaba el agua potable.

El hielo y las cisternas eran el objeto del deseo en el Socialismo del siglo XXI y el capitalismo salvaje se apoderó del que tenía el otro bien preciado para intercambiar, los dólares.

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Subsistencia

Se abrió un mercado nada negro, por el contrario muy visible, y acordé con una sociedad muy liberal y abierta, donde un bien tan preciado como el agua se pagaba al valor de la alta demanda. Una bolsa de hielo llegó a valer 10 dólares y una cisterna 100 y el desesperado la compraba, era la necesidad de sobrevivencia la que imperaba. Lo más bajo de la pirámide de Maslow.

Mientras esto ocurría las neveras y refrigeradores iban perdiendo el frío. La comida el lugar al que va más de 80% del salario del venezolano, empezó a descongelarse lentamente, un recordatorio cruel del esfuerzo que muchos perdieron por el paso de las horas y la respuesta casi inexistente de Corpoelec a la crisis.

Del otro lado de la cera, ese grupo que no tiene efectivo en bolívares mucho menos en dólares, recurrió a las caídas naturales de agua de El Ávila o de algún improvisado llenadero para aliviar su sed.

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Los más osados o necesitados fueron al emblemático río Guaire, conocido por ser la gran cloaca de la ciudad para recoger agua de una tubería que desemboca en el río. Ese líquido al que se aprestaron a recoger cientos en la ribera del río fue la salvación para quien no tiene, ante un Ejecutivo que prefería el silencio y que no hizo nada por brindar respuesta a los desesperados.

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Silencio

Las comunicaciones colapsaron. En un país donde el Twitter y el Whatsapp son las vías comunes para vencer la desinformación, pocos sabían qué pasaba ese jueves, y los días siguientes. Los venezolanos dentro y fuera del país desconocían la suerte de amigos o seres queridos, las comunicaciones se fueron apagando y en momentos parecían bloqueadas.

En esa larga noche que se inició el 7 de marzo el ser humano llegó a su estado más primario e indefenso, era el hombre de nuevo a la intemperie, en su lucha contra los elementos la oscuridad, la sed, el hambre, la desinformación y en este caso específico el largo camino a casa.

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Posteriormente llegaron las teorías de la conspiración y una situación que dejó millones de casas en negro, sin siquiera velas para iluminar, neveras semivacías con comida que se dañaba y precariedad por doquier.

El régimen de Maduro señaló como las causas del apagón a ciberataques extranjeros, a ataques electromagnéticos desde naves estadounidenses que, en vuelo vertical, atacaron la represa del Guri, e incluso el acostumbrado “sabotaje” que sufre su gobierno aunque en este caso no lo hizo ni la iguana, ni el acure, ni la rata como solían decir.

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Una vez más faltó el mea culpa, no se habló de incendios por la sequía, mucho menos de falta de mantenimiento, tal como la Unión Soviética en Chernobyl se honró a los “liquidadores”, pero nadie supo lo que tuvieron que afrontar y padecer. Maduro y su equipo no hizo el acto de contrición, ni porque se está en Cuaresma, la expiación queda para Semana Santa.

Asueto forzoso

En la jungla oscura de teorías disparatadas, el chavismo llegó a señalar al periodista Luis Carlos Díaz como un supuesto autor intelectual del hecho, se amenazó con señalársele como un terrorista.

Fue detenido injustamente, desaparecido forzosamente y, por qué no, maltratado y torturado, junto a su esposa Naky Soto, una paciente oncológica, que fue violentada, irrespetada en un su casa. A la que se vejó en un momento de particular debilidad y en una ocasión en la que los que se hacen llamar «humanistas» deberían ser más humanos y ayudar a una persona en recuperación.

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En este festival de derrotas y pérdidas que engendró el chavismo hace una semana no se señala el valor real de haberse quedado sin luz en un país por casi una semana. Firmas como Ecoanalítica establecen que lo perdido asciende a 875 millones de dólares por la inactividad laboral, que tras un “asueto forzoso” se restableció, en la capital, hoy, 160 horas después del apagón. El interior, por su parte, sigue en su tragedia desatendida desde hace años.

También hay que destacar las cuantiosas pérdidas de los negocios que sufrieron saqueos en varias regiones del país, o las cantidades de productos que se dejaron de elaborar y que hoy señalan cámaras como Cavidea, Fedenaga y Cavilac.

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Más desasistidos

La conclusión no es otra que la que todo el mundo sabe, hoy simplemente los venezolanos están más pobres y desasistidos que hace una semana y el consuelo –si es que hay uno- solo le queda a los fabricantes de velas y pilas, luego de que el mismo Maduro y sus segundos llamaron a hacerse de estos productos. Más que un indicio es un consejo muy claro y diáfano. No se hizo el mantenimiento que se solía hacer al sistema eléctrico, la corrupción de empresas como Derwick y el despilfarro de funcionarios de los fondos destinados a acometer trabajos eléctricos pudieron más.

La situación no parece tener una pronta solución lo evidencian los personeros del oficialismo con frases como: «La situación está solventada pero aún hay inestabilidad», «El país recuperó 100% de su energía eléctrica, excepto algunas regiones«, o «Se necesitan velas».

Hace 168 horas llegó la oscuridad tantas veces anunciada por ingenieros y expertos eléctricos, ahora la pregunta por hacer es ¿Cómo termina la penumbra y qué trae la luz?

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