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Despedir a uno es más fácil que despedir a todo un equipo

En la Liga Venezolana de Béisbol Profesional, el caso más reciente de despido de un timonel recayó en la persona del mánager de las Águilas del Zulia, Marco Davalillo

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Esta es la premisa que con mayor frecuencia se esgrime a la hora de justificar el despido de un estratega. Siempre será más fácil cesar en sus funciones a una sola persona y, eventualmente, a los técnicos que la han acompañado, que despedir toda una nómina que obligaría, evidentemente, a la reestructuración total de una plantilla.

En la Liga Venezolana de Béisbol Profesional, el caso más reciente de despido de un timonel recayó en la persona del mánager de las Águilas del Zulia, Marco Davalillo. El rendimiento de los aguiluchos y la cantidad de inconvenientes que se le presentaron al dirigente a la hora de ganar juegos, terminaron por definir y propiciar la decisión de separarlo de su puesto.

Ahora bien, tomando en cuenta la profundidad de la mayoría de las plantillas de las cuales es despedido un mánager, valdría la pena preguntarse si en realidad esas nóminas fueron realmente configuradas para obtener “obligatoriamente” un resultado positivo y con ribetes clasificatorios.


En el universo de las Grandes Ligas, constantemente apreciamos separaciones del cargo por parte de algunos estrategas en equipos en los que no se apreció nunca una profundidad relacionada directamente con la posibilidad de avanzar a instancias clasificatorias.

Esto, en muchos casos, parecería más bien una suerte de “evasión del golpe” de la mayoría de los miembros que integran el cuerpo gerencial de los equipos. A fin de cuentas, son ellos los encargados de contratar, en primera instancia, al propio mánager que dirigirá el pelotón, así como también se muestran con la responsabilidad de traer a la nómina de la divisa el material que estará a disposición de ese timonel una vez que comienza la temporada.

En todo caso, y muy particularmente hablando, jamás he visto, leído o escuchado el “mea culpa” de algún grupo de la oficina en el que asumen directamente la responsabilidad por contratar a un mánager que, en realidad, no estaba capacitado para el trabajo o que no cumplía con los requerimientos necesarios para ser exitoso una vez que le fue asignado el grupo de jugadores con el cual manejaría los destinos del equipo en el terreno de juego. Tampoco he podido apreciar la disculpa de un tren de dirigentes asumiendo los reclamos de una fanaticada que tiene en la frustración el signo principal de su actividad en una temporada de béisbol, bien sea en el marco de las Grandes Ligas o en el béisbol del Caribe incluyendo la pelota venezolana.

En un alto porcentaje de los casos en los cuáles se ha presentado una situación parecida de destitución, la explicación única reposa en el “arte de responsabilizar”, casi que, de manera directa, al mánager de lo que en el terreno de juego haya pasado.

Partiendo de la base de que el timonel de un equipo, en este caso de béisbol, no corre, no lanza y no batea, claramente identificamos sus niveles de responsabilidad en el manejo estratégico en situaciones especiales que se presentan en cada juego de pelota. De allí que un manejo tímido del cuerpo de lanzadores pudiera traer como consecuencia el castigo, reflejado en carreras, que a la postre, igualmente, significan derrotas.

La misma situación aplica a la hora de escoger si cambiar o no en un momento crucial de un juego avanzado a un bateador por otro más habilidoso o de características específicas que se adapten al momento preciso en el cual se efectúa el cambio. En todo caso es la inacción lo que, generalmente, pone en peligro la estabilidad de la mayoría de los dirigentes en el terreno de juego.

Se supone que antes de proceder a la contratación del elemento que cargará con la gran responsabilidad de regir los destinos de un equipo profesional en un campeonato medianamente prolongado, se estudian las características de ese contratado y se evalúa su trayectoria. Una vez hecho ese análisis, se le extiende la posibilidad contractual de dirigir la nómina de una organización deportiva. Eso implica, de alguna manera, que ese mismo grupo de dirigentes asumió, basado en su experiencia, que el mánager al cual le dieron la responsabilidad, sí contaba con los atributos necesarios para llevar a puerto seguro al equipo.

Sin embargo…

Termina siendo el contratado un sujeto con capacidad extraordinaria para convertirse, de bueno genial, capacitado y bien intencionado, de manera repentina, en un señor incapaz de controlar los egos que se manejan dentro de un equipo (que estuvieron desde el primer día) y se reduce de manera sorpresiva y dramática el conocimiento relacionado con el manejo de un elenco deportivo. Entonces, arrancó siendo una maravilla y en cuestión de mes y medio, desaparecieron todas las cualidades que lo convirtieron en la primera opción para dirigir la plantilla.

A todas luces, este planteamiento luce algo descabellado porque la mayoría de los estrategas que vienen a tierras patrias, cuentan generalmente con un recorrido dentro de la disciplina lo suficientemente amplio como para brindarle la confianza de cargar estratégicamente en sus hombros el destino de un club de pelota. Aunque de manera contemporánea hemos apreciado un buen número de dirigentes sin experiencia en el cargo específico de mánager, este mismo elemento normalmente viene dotado de trayectoria y conocimiento que, al final, le brindan a la oficina un argumento necesario y sólido para su contratación.

La construcción de un equipo de béisbol implica balance. Y ese equilibrio se consigue a través de la capacidad analítica de los encargados de contratar a los jugadores. Y a esos atletas no lo contrata el mánager e incluso en la mayoría de los casos, el estratega llega a su oficina y se encuentra con un roster diseñado con el que se ve obligado a trabajar.

¿Entonces, pudiéramos hablar de una responsabilidad única y absoluta del encargado de hacer el line up diario?

Aunque la respuesta es un NO rotundo, desde nuestro punto de vista, si existe un grado lógico de exigencia para el que “mueve los hilos” entre las rayas de cal. No se trata de eximir de las consecuencias de sus acciones a los jefes en el terreno. Sin embargo, los movimientos que ejecutan están ligados de manera directa al material humano del cual disponen. Y es allí, en ese apartado, en el que dejarlos solos para que asuman la culpa de los fracasos, es poco menos que un linchamiento.

Es en ese momento, en el cual la solidaridad laboral debe aflorar y manifestar que, si bien pudo fallar el mánager escogido por una gerencia, es esa misma oficina la que debe pronunciarse y dar la cara para reconocer que también falló. Que no fue exitosa escogiendo al mánager (porque nadie se pone el traje de malo en pocos días. A menos que de verdad no fuese tan bueno y no se dieron cuenta, lo cual, per se, sería otro error garrafal) y que fracasó igualmente en el diseño de una nómina con pocas alternativas para los encargados de defender los resultados.

Sí… hay managers complicados, pero también hay gerentes limitados, soberbios y con la creencia de que todo lo saben
Evidentemente hay timoneles que al final quedan debiendo, en la misma medida en la que existen fanáticos sentados en escritorios jugando “fantasy baseball”.

De la otra parte, de los buenos en el terreno y excepcionales en la oficina, también hay muchos ejemplos, pero no son parte de esta entrega.

Veo lejos el día en el que aparezca, junto al despedido, el encargado de su contratación diciendo: “El mánager debe irse porque no pudo con el trabajo… y yo me voy con el porque no reconocí sus fallas y, además, no le confeccioné la plantilla adecuada para que pudiera demostrar de lo que es capaz para ganar un campeonato”.

Difícil es, pero se han visto tantas cosas, que un “ataque de sinceridad y solidaridad” podría estar muy cerca en cualquier parte del planeta.

¡Falta mucho aún… pero falta menos…!

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